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TIEMPOS POSTMODERNOS / OPINIÓN

El euro: renovarse o morir

Foto: Frank Rumpenhorst / dpa

Es necesario mantener la tensión reformadora en la Eurozona antes de que llegue la siguiente crisis

24/06/2018 - 

VALÈNCIA. En las últimas semanas y después de la salida a la penúltima crisis italiana, hemos vuelto a atravesar un momento de inestabilidad y desconfianza en la Eurozona. ¿Estamos dispuestos a que nuestra moneda se vea sujeta a este tipo de sobresaltos de manera cíclica?

En menos de un año habrá elecciones europeas y, por ello, se están sentando ahora las bases de lo que el nuevo ejecutivo europeo deberá desarrollar durante su siguiente período. Desde primeros de año la expansión cuantitativa habrá dejado de existir y el propio Mario Draghi dejará su cargo al frente del BCE en otoño de 2019. Para entonces deberá estar asegurada la continuidad de la Eurozona y las reformas a desarrollar en los próximos años. 

Relacionado con todo lo anterior y, precisamente, reavivado por la crisis italiana, diversos economistas han escrito estos días (desde el otro lado del Atlántico) textos muy pesimistas sobre el euro en Project Syndicate. Entre ellos se encuentra Joseph Stiglitz, que piensa que la crisis se ha cerrado en falso y que un gobierno euro-escéptico parece incompatible con ser la tercera economía del euro. También vuelve a insistir en los problemas “de nacimiento” de la eurozona, al no dotarse de todas las herramientas necesarias para poder llevar a cabo las funciones que los estados dejaban de asumir. Algo similar argumenta Barry Eichengreen, pues las medidas anunciadas por el nuevo ejecutivo italiano no parecen compatibles con el cumplimiento de los objetivos de deuda y déficit, al tiempo que una gran mayoría de los italianos desea mantenerse en el euro. Más centrado en los aspectos de economía política, Dani Rodrik está preocupado por la capacidad de las instituciones europeas no electas, como el BCE, pero que han recibido una cesión de soberanía de los estados, para hacer que éstos acepten sus decisiones cuando los gobiernos han sido elegidos, como en el caso de Italia, con un programa aparentemente muy distinto. 

De esta forma, los próximos meses van a ser intensos y se propondrán diversas alternativas a la reforma de la Eurozona. Aunque con diferentes perspectivas, el diagnóstico es unánime: los cambios son necesarios. Sin embargo, mantener el impulso reformador cuando la mayoría de los países europeos se encuentran en una fase de relativa tranquilidad y crecimiento estable es complejo. 

Desde España un grupo de 20 economistas han redactado un manifiesto (“Quit kicking the can down the road: a Spanish view of EMU reforms”) a través del Real Instituto Elcano, donde han señalando que no se puede posponer la reforma de la Eurozona. Paralelamente, el CEPS belga en colaboración con el Consejo Alemán de Expertos Económicos y la ESMT Berlin (una escuela de negocios internacional) acaba de publicar “Towards a more resilient Euro Area”, como resultado de las discusiones en un foro virtual denominado “Future Europe”. Ambos textos tienen bastantes aspectos en común. Merece la pena señalar, al menos de manera breve, cuáles son los elementos clave que deberían abordarse en una próxima reforma de la eurozona.

Siguiendo el esquema del libro del CEPS, cabría clasificar las reformas en tres grupos: 1) aspectos financieros y bancarios; 2) cuestiones fiscales y estructurales y 3) temas institucionales. 

El primer grupo de medidas, las financieras y bancarias, se encuentran más avanzadas que todas las demás, puesto que la unión bancaria ha progresado de manera decisiva, condición imprescindible para evitar el círculo vicioso riesgo bancario-riesgo soberano. Sin embargo, el mecanismo de resolución bancaria acaba de comenzar a andar y no se ha completado el fondo de garantía de depósitos europeo. Por otro lado, al no existir en la UME un Tesoro ni eurobonos, debemos seguir considerando que toda la deuda pública de la Eurozona son activos sin riesgo, implícitamente con el aval del BCE. La función de prestamista de última instancia del BCE parece la mejor opción para evitar la fragmentación de los mercados financieros de la Eurozona y evitar riesgos futuros. 

Por lo que se refiere a los aspectos fiscales y a las reformas estructurales, resulta evidente que la disciplina fiscal fruto de la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, primero, y el Semestre Europeo, después, está resultado muy lenta y difícil de implementar, en un contexto donde la recuperación, que habría facilitado su aplicación, ha tardado demasiado en llegar. Algo semejante puede decirse de las reformas estructurales, muchas de ellas efectuadas como requisito acordado en los memorandos de entendimiento en los países intervenidos. En otros, como Francia o Italia, la presión social las ha hecho casi imposibles de llevar a cabo. Por ello, parece que la única solución viable a largo plazo será la incorporación de incentivos que cambien la percepción de los ciudadanos sobre su necesidad. Dichos incentivos pueden estar asociados a mecanismos fiscales que aporten fondos europeos, al menos parcialmente, para hacer frente a nuevas perturbaciones económicas (o shocks) con efectos asimétricos en los estados miembros. Y ello deberá llevarse a cabo, a buen seguro, por una autoridad fiscal europea. Fondos para el desempleo condicionales a mantener o profundizar las reformas del mercado de trabajo cumplirían esta función. 

La realización de los anteriores llevará, a buen seguro, aparejados cambios institucionales, incluyendo una nueva reforma del Tratado, así como completar la arquitectura institucional de la Eurozona, que actualmente coexiste con las instituciones de la UE, creándose disfunciones que no benefician a la propia UME. La figura del Presidente de la Eurozona es una de estas disfunciones, pero no la única, que sería necesario abordar. Es también fundamental integrar en el nuevo Tratado el MEDE y separar el presupuesto de la UME del de la UE. 

No se trata de propuestas nuevas, ni ha cambiado nada de manera sustancial en la situación de la Eurozona. Sin embargo, es necesario mantener la tensión reformadora y reforzar, antes de que llegue la próxima crisis, la arquitectura del euro, puesto que nuevas presiones populistas y nacionalistas puede alejarnos de los objetivos comunes. Antes de que sea demasiado tarde, el euro debe, por tanto, renovarse o morir.

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