Si tuviéramos que vincular un género literario con un idioma probablemente convendríamos que el alemán es la lengua de la filosofía, el italiano de la religión, el francés de la poesía…. y el español de la picaresca. Seguramente, no debe ser causalidad.
VALENCIA. Quien suscribe es de los que opinan que la clase política no proviene de Marte, sino de una realidad social en que determinadas prácticas no son reprobadas. Hace ya algún tiempo, hablando con un amigo sueco, se sorprendía de que los alumnos españoles copiaran en los exámenes, por no mencionar lo cotidiano que resulta defraudar a la Agencia Tributaria o a la Seguridad. Seguramente, no debe ser casualidad.
El número de casos detectados de fraude en el seguro que ofrecen las aseguradoras es alarmante: según ICEA, fueron calificados como fraudulentos en 2014 un total de 155.994 siniestros. El importe de lo reclamado tampoco es baladí: la suma total de estos siniestros ascendieron a 586 millones de euros según la misma fuente. Por no mencionar otras estimaciones que aún ofrecen cifras mucho mayores.
El corolario es casi evidente: si se defrauda a las aseguradoras, no solo afecta a sus beneficios, sino que genera también un incremento de las primas, lo que sin duda perjudica a todos los consumidores. Pagan así, como diría el refrán, justos por pecadores.
Por ello, resulta conveniente difundir esta información para crear un clima de opinión que repruebe estos comportamientos y evitar así un descenso de siniestros fraudulentos. Desde hace un tiempo varios programas de televisión en horarios de máxima audiencia han venido ofreciendo reportajes donde nos muestra como mafias organizadas planifican siniestros para defraudar a las compañías aseguradoras. En algunos casos se llega incluso a causar daños personales, mostrando una auténtica depravación moral de quien no respeta ni la integridad física de personas necesitadas en aras a la consecución de un torticero objetivo. Seguramente, no debe ser causalidad.
Ahora bien, la existencia de mafias o incluso la conocida tendencia hacia la picaresca del pueblo español no nos debe hacer perder de vista que, en cualquier caso, debe prevalecer la presunción de inocencia antes de calificar como fraudulento un siniestro. Lo dicho parece una obviedad, pero conviene recordarlo.
A nadie escapa que dentro del fraude en el seguro uno de los supuestos más habituales, y no por ello justificable, reside en la alteración de los hechos en la denuncia para que el siniestro esté cubierto por la póliza suscrita con la entidad aseguradora. Así sucede con el móvil sustraído encima de una mesa de una terraza mientras tomamos un café o una cerveza; o con la entrada de ladrones en casa que dada su “profesionalidad” no dejan rastros de violencia. Estos siniestros suelen ser excluidos por la aseguradora al ser considerados hurtos. Quién suscribe siempre ha estimado que estos siniestros están cubiertos, pero la reacción fácil es alterar lo acontecido para eludir como mínimo una larga negociación con la aseguradora cuando no un pleito con la entidad aseguradora. Así el asegurado miente y en lugar de decir que el móvil estaba encima de la mesa,se inventa un tirón del bolso o incluso la intervención de un violento y corpulento atracador. O en el caso de la entrada sin rastros de violencia en la vivienda se golpea la puerta hasta romperla. Este comportamiento, muchas veces inconsciente y siempre pretendidamente justificado -la compañía aseguradora debe asumir las consecuencias del siniestro- puede suponer la comisión de varios delitos –simulación de delito, estafa, falsificación documental, etc.- con la reprobación penal que el concreto comportamiento pudiera tener. Aceptar la interpretación de la póliza y, por el contrario, tomarse la justicia por su mano, suele tener malas consecuencias. Seguramente, no debe ser causalidad.
Por el contrario, y es aquí donde debe emerger con fuerza la presunción de inocencia, también son muy numerosos los casos en que variar la denuncia o la mera declaración a la policía al personarse en el lugar de los hecho es fruto exclusivamente de los nervios o de una mera precipitación. Con igual frecuencia que lo anterior, resulta habitual que en el momento de presentar la denuncia se esté muy nervioso y esa enajenación le prive de la precisión en la descripción de los hechos que debiera tener una denuncia. Por no decir que es tremendamente frecuente que si ha sido sustraído de nuestra vivienda algún objeto solo tiempo después nos percatemos de ello.
En consecuencia, una ampliación de la denuncia para incluir nuevos bienes o para modificar lo acontecido no puede implicar automáticamente la calificación de este cambio como fraude. Seguramente, tampoco debe ser casualidad que en el incremento de cifras que presenta últimamente el fraude del seguro se estén incluyendo siniestros de gente que ningún comportamiento malicioso perseguía. Mantengamos pues la presunción de inocencia sobre la mera sospecha…. aunque pierda lustre la estadística.