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LA OPINIÓN PUBLICADA

El gobierno del clickbait 

El gobierno de Sánchez es el ‘más social de la Historia’... hasta que rascas un poquito y resulta que no es para tanto. Pero ellos insisten. Lo importante es que la gente se lo crea y que haga click en el mensaje, aunque luego no haya nada

| 16/01/2021 | 6 min, 29 seg

VALÈNCIA. Es muy posible que usted ya conozca el significado de la expresión clickbait, con la que titulo este artículo. O que, al menos, le suene haberlo oído alguna vez. Significa «cebo de clicks», y hace referencia a una estrategia para conseguir visitas e ingresos publicitarios llamando la atención del público mediante titulares sensacionalistas, engañosos o a veces directamente falsos. 

El clickbait es cada vez más habitual, y no solo entre los medios sensacionalistas; también los diarios de referencia caen en la tentación de adornar sus noticias con titulares llamativos, porque lo importante es captar la atención del público y que pinche en el enlace, aunque luego se lleve una decepción (no sé si puede considerarse que el titular de este artículo es clickbait, o en todo caso metaclickbait).

También es habitual, por desgracia, que los políticos se guíen según los mismos principios a la hora de tomar decisiones: qué es lo que puede impactar en la ciudadanía (véase ‘electorado’), qué les llamará la atención, cómo ocupar las noticias. Aunque sean medidas absurdas, contraproducentes, irrelevantes o, sencillamente, que nunca se llevarán a cabo, como el político en cuestión sabe perfectamente. O bien que el objetivo de la medida en sí es captar la atención del público y conseguir que les hagan caso momentáneamente: puro clickbait de la política.

Aquí es donde entramos a evaluar dos recientes actuaciones de nuestro actual gobierno central, el ‘Gobierno más social de la Historia’, como ellos mismos se denominan a menudo. Y hay que decir que, si fuera por las medidas que anuncian, sin duda es el Gobierno más social de la Historia; pero si hablamos de las medidas que luego se aplican realmente, sumadas a las medidas que no se anuncian por ningún lado, pero sí se aplican, el galardón de ‘Gobierno más social de la Historia’ palidece rápidamente.

El primer asunto es la concesión de la nacionalidad española al pianista británico James Rhodes, afincado en España desde hace años. Rhodes es una figura relevante y popular en Twitter, conocido por su simpatía, su humanidad y su amor por España y lo español; además, combina estas circunstancias con un pasado trágico como víctima de abuso sexual. Es, en resumidas cuentas, una persona popular, querida, y difícilmente criticable: caldo de cultivo ideal para el Gobierno y su afán por convertir cualquier cosa que hace (o que dice que hace o hará) en un acto propagandístico. 

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Dicho y hecho: el vicepresidente Pablo Iglesias anunció ufano, también por Twitter, que el Gobierno le había concedido la nacionalidad española a Rhodes. Una decisión puramente discrecional que obedece a la popularidad del pianista y al indisimulado principio motor del Gobierno: salir en la tele y conseguir retuits. Aunque muchos de los retuits llevaban incorporados comentarios poco favorecedores sobre cómo el mismo gobierno que le da la nacionalidad a Rhodes se la niega durante meses y meses a miles de inmigrantes que no tienen tantos followers. Una crítica injusta, porque supone ignorar que el Gobierno se mueve siempre en dos planos que operan con independencia: el propagandístico, donde se ubica la concesión de la nacionalidad a Rhodes, y el de la gestión, donde se hacinan los demás. Vendría a ser como si comparásemos el épico rescate humanitario de los inmigrantes del Aquarius en junio de 2018 con el tratamiento dispensado a todos los demás inmigrantes que llegan a España en pateras con menos glamur.

 Mayores consecuencias puede tener el anuncio de que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha pasado a ser el candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, sustituyendo al hasta ahora candidato, Miquel Iceta. El motivo está claro: en el microcosmos de Moncloa están convencidos de que Illa es un ministro muy popular, pues él ha encarnado la gestión de la crisis sanitaria del coronavirus y todo el mundo lo conoce perfectamente. Y ese plus de conocimiento y popularidad ante la ciudadanía puede traducirse en tantos votos extra como retuits les consigue Rhodes agradecido por su flamante nacionalidad española. Salvador Illa es, así, el candidato clickbait: logras impacto mediático cuando lo nombras y logras también —se supone— impacto electoral.

Aunque esto último me parece, personalmente, muy discutible, y más producto del autoengaño de los asesores de Moncloa que otra cosa. No quisiera dejar de comentar una cuestión clave, porque define perfectamente cómo es este gobierno: Salvador Illa era hasta ahora, efectivamente, el encargado de gestionar la respuesta sanitaria a la crisis del coronavirus. Y, con independencia del balance que nos merezca su gestión (personalmente creo que desastroso en los hechos y bastante positivo en sus comparecencias públicas, siempre educadas y sosegadas; es decir, acorde con la acción del Gobierno en tantos otros espacios), retirarlo de primera línea cuando está comenzando la vacunación de los españoles, y en un contexto de gran incertidumbre por el repunte de los contagios y la capacidad de propagación de la nueva variante británica, constituye una lamentable declaración de intenciones que esclarece cuál es el orden de prioridades del Gobierno: primero, el impacto electoral-mediático; luego (y a veces nunca), todo lo demás.

«Illa no se va por cansancio, hastío o porque esté quemado después de un año infernal, razones todas plenamente justificables. Se va para aprovechar su supuesta popularidad»

Porque Illa no se va por cansancio, hastío o porque esté quemado después de un año auténticamente infernal, razones todas ellas plenamente justificables. Se va para aprovechar su supuesta popularidad en unas elecciones autonómicas, que son las únicas que tenemos en lontananza este año. Solo falta que vaya con vacunas a los mítines para repartirlas entre el electorado. 

Así, el Ejecutivo malbarata su supuesto rigor y compromiso en la lucha contra la pandemia (obviamente, el asunto más importante que puede tener entre manos este o cualquier gobierno), porque esto es, también, en gran medida, otro elemento mucho más propagandístico que real. Recuerden que, desde hace meses, las decisiones sanitarias han vuelto a tomarlas las comunidades, tras la pésima experiencia del mando único del Gobierno central (es decir, de Illa) durante la primera ola del coronavirus. No sé muy bien de dónde saca el Gobierno la impresión de que la gente está satisfecha con su gestión, tanto entonces (cuando lo gestionó casi todo, con resultados muy negativos) como ahora (cuando huye despavorido de cualquier responsabilidad de gestión). Pero, aunque fuera verdad e Illa lograse un significativo plus de votos en las elecciones autonómicas catalanas (que en todo caso sería improbable que le bastase para ganar las elecciones, y no digamos para gobernar), la decisión continúa siendo impresentable: clickbait político, con las vacunas envueltas en el cartel electoral de Illa de fondo.  

* Lea el artículo completo en el número de enero de la revista Plaza

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