Al agotamiento psíquico y físico de los sanitarios se une la tristeza y el enfado al ver que la sociedad no es consciente de lo que implica entrar en una UCI por la covid-19. Por ello, reclaman responsabilidad para no volver a vivir situaciones tan dramáticas como las de la tercera ola
VALÈNCIA.- Lejos quedan los aplausos a las ocho de la tarde, las raciones de comida que las empresas enviaban a los hospitales y aquellos días en los que los médicos eran considerados como héroes. Palabras y gestos hacia el colectivo sanitario que quedaron en un segundo plano cuando las restricciones se relajaron y la ciudadanía regresó a una relativa normalidad. En ese momento el personal sanitario dejó de sentir el cariño de las personas y vio cómo la covid-19 capitalizaba todos los recursos y esfuerzos de los centros sanitarios pero también sus vidas.
La intensivista Julia Moreno cuenta cómo lloraba emocionada por esos gestos. Lo hacía desde el cuarto en el que se encerró en los primeros compases de la pandemia para evitar contagiar a su pareja: «Tenía miedo porque no sabíamos a lo que nos enfrentábamos, así que vivía en un cuarto y más de una vez lloré al ver esos aplausos. Pero todos esos gestos disminuyeron con las terrazas abiertas y, al final, los he visto como falsos».
El sentimiento es compartido. Su compañera Alejandra Guglieri recuerda que los primeros días era «muy emocionante pero luego dejó de serlo porque vi que era una forma de evasión y no por nosotros». Incluso con el tiempo han llegado a sentir que son los villanos de la historia: «Hemos pasado de ser héroes a solo hacer nuestro trabajo y que nos insulten por ello. Sí, somos médicos y nuestra misión es curar, pero no estábamos preparados para vivir una pandemia y mucho menos para ver a las personas morir solas por la covid», comenta Blanca Furquet, médico del Hospital Francesc de Borja. Lo expresa con desolación, relatando los turnos de 24 horas, el aumento del número de guardias y el trabajo incansable para lidiar contra una enfermedad de la que se conocía bien poco. Sin embargo, como apunta la psiquiatra Rosana Corral-Márquez, «no podemos quejarnos porque somos unos privilegiados por tener trabajo».
De lo que sí se quejan es de las agresiones que sufren y que han aumentado en el último año —un 32%, según el sindicato CSIF— al culparles de los retrasos en la atención. «Ojalá estuviera en nuestras manos poder atender a todo el mundo pero si todos los recursos se los lleva la covid no podemos hacer nada. Hay que aceptar que es una situación excepcional y que hay que tener paciencia», comenta Concha, médico de familia.
Aquellos primeros días de la pandemia los hospitales apenas contaban con material para protegerse. El equipo de la UCI del hospital San Francesc de Borja recuerda que se tapaban con bolsas de basura, utilizaban mascarillas o caperuzas que la ciudadanía hacía en sus casas —previamente se comprobaba su efectividad—. «Tenía miedo de infectar a las personas que quiero (su hija tenía ocho meses) pero en cuanto nos dieron los EPI (equipo de protección individual) y las mascarillas FFP2 me quedé más tranquila», recuerda Alejandra.
* Lea el artículo íntegramente en el número 79 (mayo 2021) de la revista Plaza