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tribuna libre / OPINIÓN

El hambre de Springsteen

3/05/2023 - 

En su primer concierto de Bruce, uno de nosotros tenía apenas dieciocho años, y el otro no era más que el borrador de un proyecto muy lejano. Aquel conoció a Bruce en su adolescencia, éste lo hizo en la cuna.

El pasado fin de semana los dos, junto con el resto de nuestra familia, participamos -uno no va, o asiste, o ve un concierto de Bruce Springsteen y la E Street Band: uno participa- en la primera noche europea de la que será la penúltima, si no la última, gira de Bruce y sus inseparables compañeros.

Los impacientes vencejos rasgaban el cielo tenue del Montjuic cuando salieron del túnel, puntualísimos, cumplidores, por orden de galones, los miembros de la banda de la calle E. Y al final de todos ellos, el hermano mayor, The Boss, ataviado con tejanos oscuros y camisa negra de apretada manga corta, muñequeras y la Telecaster colgada del hombro. Yergue el brazo, apuntando con el índice a lo alto, y da la orden: No Surrender. Toda una declaración de intenciones. Lucha es la vida del hombre en la tierra, sentenciaba Job, y así lo canta también Bruce. No hay tregua. Uno vive y muere con las botas puestas. Sin matices, sin alternativas. Los redobles frenéticos de Weinberg y el punteo eléctrico de las guitarras de Steve Van Zandt y Nils Logfren son una inyección de adrenalina en vena. Hace falta mucho coraje para mirar a la realidad de frente sin sucumbir ni rebelarse. Bruce embravece el corazón: no retreat, baby, no surrender.

Nada hay más importante en la vida que la muerte. Bruce paga a Caronte la moneda que es su último álbum, Letter to You, en el que nos cuenta que la muerte regala claridad, sentido y horizonte a los afortunados que pueden verla cercana. Entrelaza este réquiem personalísimo con batallitas de toda una vida: amantes encendidas (Candy’s Room, Kitty’s Back), amigos del alma (Glory Days, Bobby Jean), juergas fraternas (los swing de The E Street Shuffle y Tenth Avenue Freeze Out, la fiesta de Out in the Street, la alegría sindicalista -muy apropiadamente, sindicato se dice union en inglés- de Pay Me My Money Down), y médulas que gloriosamente siguen ardiendo (Wrecking Ball, The Rising).

Springsteen sabe que el precio de la comunión con el público es su entrega. Por eso, a sus setenta y tres años, todavía se le hincha la yugular, suda como un poseso y se rompe las cuerdas vocales con la misma rabia con la que araña su guitarra. Y toda esta locura, ¿para qué?

Miren, Bruce no es un icono, como Lennon, ni un visionario, como Elvis; no es un divo, como Mercury, ni un endiablado chamán, como Jagger; tampoco es un superdotado, como Knopfler, ni un poeta juglar, como Dylan. Bruce Springsteen, simplemente, quiere saber si el amor es salvaje y verdadero: es un corazón hambriento que busca empedernidamente la redención, transita el camino de la fe y alza el vuelo con las alas de la esperanza. Ni más ni menos. Esta magna trilogía (fe, esperanza y amor) empapa sus grandes himnos: The Promised Land, Born To Run, Badlands, Thunder Road. "Those fuckers never let me go", "esos cabrones nunca me han soltado", afirma con un punto de agradecimiento socarrón en sus monólogos de Broadway al referirse a sus raíces cristianas.

Y vaya si ha sido así.

José Marí Olano es abogado. José Marí-Olano de Gregorio es graduado en Derecho y estudiante de Humanidades

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