VALÈNCIA. No se puede tener un sistema que entrega el voto al pueblo y sorprenderse después porque los políticos acaben siendo populistas. Una masa caprichosa acaba dictando las decisiones políticas, una masa que es cada vez más infantil y al mismo tiempo más envejecida. Inmadurez, holgazanería y reivindicaciones artificiales han sido siempre los signos de un mundo que da paso al siguiente. ¿Es el caso?
Las tensiones entre China y Estados Unidos ya vienen de lejos y cuesta poco leer entre líneas las verdaderas razones. Si hemos de resumir en una frase, estamos asistiendo a las fricciones que inevitablemente se dan cuando una potencia se impone a otra. En este caso, pocas dudas hay de que esto se está produciendo ya.
China crece al 6,4%, justo el doble que EE UU. Y tiene un 47% de deuda sobre PIB, justo la mitad que EEUU. Además, ambas economías ya no están tan lejos en tamaño: China tiene ya un PIB similar al de la zona Euro. Un viaje por las principales ciudades de la costa le ponen cara a estas cifras: capitales de nivel mundial conectadas con los trenes de alta velocidad cada pocos minutos. Y no es casualidad que estas sean las fuentes de crecimiento mundial para 2019 (IMF, elaboración propia):
China no tiene los problemas de nuestras sociedades del bienestar, porque son una economía de mercado pero regimentada, una combinación imbatible. Su cultura es la del 996: trabajar nueve horas desde las nueve de la mañana, seis días a la semana. Control de los medios de comunicación. Proteccionismo máximo. Apoyo del gobierno a los sectores estratégicos. Y hasta ahora, todas las puertas abiertas gracias al mantra de la globalización (Connectography):
Mientras tanto, en los últimos veinte años a nadie parecía preocuparle que entrase en el juego un nuevo rival, no sujeto a nuestras reglas. Con unas condiciones laborales inaceptables para nosotros y financiados con dinero estatal, aplastaron sectores enteros y obligaron a la mayor parte de fabricantes a elegir entre ser distribuidores o deslocalizarse a China, siempre con socios locales.
Poco a poco, como ya pasó en los años 80 con Japón, el producto chino supera ya en calidad y tecnología al occidental, pero no sólo eso: su tecnología es líder mundial, el mercado doméstico sigue vetado para muchos de nuestros sectores y sus problemas logísticos de acceso a las rutas comerciales por tierra y mar están dejando de serlo gracias a su increíble plan One Belt One Road, algo que sólo puede planificar y ejecutar un gobierno que no está sometido al corto plazo (Council of Foreign Relations):
Casi todo el mundo quiere el cambio, casi nadie está dispuesto a cambiar. La gratificación instantánea guía las promesas políticas, y todos aquellos programas que huelen a esfuerzo para avanzar no llegan ni a la imprenta. La corrección política edulcora todos los mensajes, y cuando alguien se atreve a recordarnos que la ley del más fuerte sigue imperando nos parece anacrónico, fuera de lugar. Demasiados años de paz y pocas ganas de recordar la historia.
Personalmente no tengo dudas de que EE UU está perdiendo su hegemonía en muchos ámbitos, pero la lucha puede durar decenios y no acabar con un ganador claro.
No soy de los que teme un giro del poder hacia Asia, creo que es un fenómeno global que acabará beneficiándonos a todos. Sin embargo, y como europeo, me entristece que hayamos perdido el interés por competir económicamente, y aún más que hayamos olvidado que la prosperidad no es un derecho.
Alejandro Martínez es socio director de inversiones y cofundador de EFE & ENE Multifamily Office
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