VALÈNCIA Cuando se desarrolló la tecnología de la fotografía y se entendió su capacidad única de representar la realidad, los pintores de retratos y paisajes temieron por su trabajo. La pintura podía perder su sentido. ¿Quién nos va a contratar si se puede representar la realidad de manera más fiel y barata? Se pensó entonces que sería el fin de una época y que la pintura como disciplina perdería su sentido. Pero no pasó nada de ese. La fotografía liberó a la pintura y de ese punto de inflexión nacieron las vanguardias. La fotografía provocó un avance sin precedentes en las técnicas y en las narrativas de la época. Y sobre todo, la fotografía pudo rápidamente demostrar que no solo podía ser notario de la realidad, sino que además podía generar relato.
La fotografía no solo es una disciplina propia, sino que trasciende su categoría porque el poder visual de la imagen tiene la capacidad de afectar al contexto en el que se desarrolla. Conforme ha evolucionado la fotografía, también ha evolucionado el arte, y también el mundo. Es una obviedad decir hoy que vivimos en una sociedad saturada de imágenes y que una fotografía puede tener una resonancia abrumadora e instantánea. De hecho, la fotografía ha evolucionado a tal ritmo, que por fin se duda incluso de ella.
Todo este contexto buscar únicamente poner las coordenadas de la nueva exposición del IVAM, La fotografía en medio, una revisión de la colección fotográfica del museo que busca precisamente reflexionar no tanto de su papel como formato sino su influencia en las artes y la sociedad desde la década de los 50. La fotografía en medio es un tratado de su creciente influencia, del continuo proceso de redescubrimiento de sus posibilidades que le han hecho ganarse un sitio en el mundo.
Enric Mira, comisario de la exposición, plantea tres analogías para entender la posición de la fotografía. En primer lugar, la fotografía como huella, en tanto que es “una inscripción material de la realidad capaz de generar un vínculo tangible con el mundo y con los otros”. En segundo lugar, la fotografía como narrativa, por su “cualidad de representar el mundo por analogía para revelarlo o documentarlo pero también para relatarlo y, en ocasiones, inventarlo. Por último, la fotografía como concepto, por que “sortea el ensueño subjetivo de las imágenes, estimulando el pensamiento de quién las percibe”, según va desarrollando en el catálogo de la exposición.
La exposición, por tanto, no busca tanto hacer una revisión histórica ni cronológica ni temática de la colección fotográfica del IVAM, sino una reivindicación desde la misma. Lo hace con los ya icónicos retratos de Gillian Wearing (que se pudieron ver en su retrospectiva en 2015 y en Tiempos convulsos, en 2019), pero también con los paisajes de la memoria de Bleda y Rosa, una serie de Mira Bernabeu sobre el antiguo zoo de Viveros, la apropiación de los procesos del archivo para hermanar los restos arqueológicos de Cartagena y de Roma de Rosell Meseguer, o la crítica a la atención mediática parcial de los medios de comunicación de la crisis de refugiados de Pilar Beltrán.
Por supuesto, están las joyas de la corona, la mirada de Robert Frank, el fotógrafo que demostró que la fotografía podía retar al aparato propagandístico del sueño americano. Pero también hay montajes, posados y construcciones, como los de Darío Villalba sobre la masculinidad, o la mirada crítica y feminista de la cotidianidad de Laure Simmons.
En la exposición hay arquitecturas, porque este tipo de fotografía ha revolucionado no solo la iconografía de la ciudad, sino que ha servido también para entender "nuestra relación o se plantea nuestra relación con la sociedad actual y contemporánea" (según explica Enric Mira); también hay fotografía social porque el acceso popular a los medios de producción de la fotografía emanciparon la creación artística de las clases acomodadas; y hay fotografía experimental porque su proceso tiene un potencial material que nunca ha dejado de buscar sus límites y aún no se han acabado de encontrar.
Al ser esta una revisión de la colección museográfica, cabe preguntarse siempre cuál es la particularidad de esta. En opinión de Mira, "el IVAM fue pionero atendiendo un medio que había estado relegado y desconsiderado en la mayoría de las colecciones y fondos de los grandes museos. El IVAM, con una política estratégica de adquisición de las vanguardias históricas inicialmente
y después de fotografía contemporánea, ha armado ciertamente unos fondos muy ricos, muy completos, que permiten lecturas diferentes".
¿De qué manera enfrenta la narrativa de esta exposición los cambios vertiginosos que está viviendo la imagen? Es decir, ¿de qué manera la imagen de hoy puede (o no) decirle a la colección del IVAM que ya no sirve para contar el presente? "Vivimos un momento de una inflación icónica desbordante, una presencia obícua. Yo creo que no se puede entender la cultura contemporánea si no la entendemos como una cultura visual, y eso necesariamente exige entenderla en esos términos, y esa experiencia que tenemos en nuestro cada día con la imagen fotográfica a través de las redes sociales, internet y demás, creo que no debería verse desligada de lo que ofrece esta exposición. La versatilidad de lo fotográfico en sus infinitos usos también está reflejado en cómo los artistas han trabajado con ella". La mejor muestra de ello tal vez sea la obra jpeg gr01 de Thomas Ruff, que relata como el filtro del pixel ha construido una nueva relación con la imagen y la iconografía desde el desarrollo de la era digital.