VALENCIA. El lío no está en si se presenta un concurso o no para cubrir la plaza de director del Museu de Belles Arts de València, que quizás también aunque sin tantos excesos administrativos, sino saber realmente qué se quiere para el museo. Y así llevamos más de veinte años. Andaba ayer la profesión muy alborotada y perdida en formalismos y medias verdades políticas que sólo se pueden entender como ligeras batallas o soluciones internas para salir del paso y satisfacer voluntades o cumplir compromisos.
Más aún, cuando el centro no es que necesite un director principal o un nombre para cubrir el expediente -respeto a su actual gestor y sé de sus buenas intenciones, pero aquello es un polvorín de denuncias e intrigas- sino que sus lagunas técnicas sean cubiertas y el centro, al menos, funcione como museo: con su política de compras, su estructura orgánica, sus objetivos, su personal contento y dispuesto, con buenos programas de exposiciones, formación y promoción y poniendo en valor un museo único e irrepetible en el que sus colecciones parecen ser lo de menos. Pero continuamos en las batallas de siempre cuando se trata de una simple parte del pastel que nunca debería de ser ruidosa salvo si esconde en sus entrañas tantos intereses. Algunos lo llaman desconocimiento de la realidad. Otros, ignorancia. Y la oposición, mientras, de charanga.
Ahora se escandalizan porque la plaza de director ha de continuar siendo provisional. Se publica en el Diari de la Generalitat y todos miran al capricho o se asustan. Que esa podría ser otra. Pero tampoco es como para sorprenderse. Se trata de ganar tiempo por el desliz.
Sin embargo, y al margen de tanta pérdida de tiempo, alguien se ha preguntado de verdad de quién es el museo -del Ministerio de Cultura ya no sólo en funciones sino incluso en disfunciones-; qué opina y por qué lo de los concursos no siempre resulta posible cuando hay tantas manos e intereses sectoriales metidos en el pastel. Pues empecemos por ahí. No sólo sirven las buenas intenciones, antes habría que conocer mecanismos, implicados e intereses.
La plaza del director del San Pío V, que lo de Bellas Artes es el tópico de toda la vida y el debate de siempre para despistar, lleva desde hace muchos años siendo obligada a ser publicitada en concurso. No sé cuál es la sorpresa porque es de ley. Existe una sentencia hace años. Y ha de ser cubierta por alguien vinculado a la gestión pública. Otra cosa es que el abanico profesional se amplíe para evitar mayores líos y no cante tanto. Pero ya existía concurso, el mismo que ganó tras la denuncia ante los tribunales el propio exdirector fallecido hace unos años, Fernando Benito, a la que tuvo que optar después de lustros en el cargo y al que se presentaron, entre otros, Adela Espinós, conservadora de dibujos del centro en su momento, o el propio Casar Pinazo, hoy director en funciones. Sí, le fue dada a Benito. Pero cumplía los requisitos. Pues estamos en la misma tesitura. Los nervios parecen obedecer a imprudencias y otras presiones momentáneas. Más bien miedos y torpezas, como sugieren algunos.
No es el procedimiento sino la realidad lo que nos impide ver el cielo. No podemos hablar de concursos públicos cuando existen tantas trabas legales a superar que casi lo hacen inviable, al menos a estas alturas del partido. Ya va para más de un año. Era suficiente para estudiar en profundidad. Seamos claros y objetivos. Menos charlotada aunque se tengan que cumplir expedientes administrativos para que nada se quede al margen de la legitimidad y las plazas no sean alegales. Es de lógica, simplemente.
Pero antes del discurso estéril y o la batalla sobre nombres y responsabilidades piramidales o sujetas a la argucia política y el compromiso documental o testamental comencemos por la base y no por la cúspide. ¿Qué museo queremos? ¿Lo queremos de verdad y por encima de nombres y cargos deben existir otros muchos intereses sociales? Yo creo que sí. El resto son procedimientos administrativos y burocráticos que sirven para despistar. Batallas innecesarias e imprudentes. Insensibilidad real ante el patrimonio, ante un museo irrepetible que se pierde como su colección en almacenes oscuros donde aún huele a humedad. Más de lo mismo. Estamos donde siempre. Ya va siendo hora que muchos tomen parte y de paso abandonen sus agujeros.
Lo demás, manejos políticos o partidistas en un mar de náufragos y apátridas perdidos que ni siquiera preguntan razones.
¿Será verdad lo de Pinazo y el bloqueo al Prado?