La sociedad civil española ha establecido en el amplio marco del calendario, por norma o por castigo, los días D. No suelo participar en/ni de ellos, y tampoco me prodigo mucho en el establiment benéfico, salvo en menudas ocasiones motivado más por la ayuda económica, a modo de donativo, para combatir enfermedades de difícil curación. En forma de salve religiosa, rotulado el casillero del rojo color de labios, destacan las posibles ayudas solidarias con el fin de atacar y herir las sensibilidades de los expectantes ciudadanos. Algunas de ellas son realmente sorprendentes, otras no tanto. Aunque suelo tener más fe en la labor de los hombres y en los avances de la ciencia, cuando me levanto del llit, la memoria me regala la febril idea -cortesía materna- de felicitar la onomástica de fulanita o menganito de mi estrecha lista de contactos. Ahora el trabajo es doble debido al manantial de causas que arrecian casi a diario colapsando nuestras agendas con justas reclamaciones. La acción, humanitaria, es una manera más de globalizar el almanaque, cortejándolo solidariamente.
Mañana, domingo 8 de marzo, es el día de la mujer. Me solidarizo con todas las propuestas del tapiz morado. Una fecha que a modo de chincheta debería fijarse a perpetuidad en todas las páginas de los almanaques habidos y por haber, eso que en el argot coloquial han bautizado como calendario perpetuo. No estoy muy a favor de las reivindicaciones protocolarias, establecidas o calzadas. Prefiero abrazarlas desde la espontaneidad, ejercicio de vital necesidad para abordar las reivindicaciones con mayor entusiasmo. Desde hace tiempo suelo estar expectante ante las numerosísimas novedades de las emergentes voces que han florecido desde pulpito feminista, que abarcan un amplio espectro enarbolando como bandera un discurso natural en una sociedad a veces antinatural. No hace falta explayarse para no herir ni atacar el culto personal de cada uno, pero las religiones no se han preocupado ni lo más mínimo de valorarlas a lo largo de los tiempos. Me duele escribirlo. Me cuesta pensarlo. A los hechos me remito.
Hablar en el siglo XXI de igualdad entre hombres y mujeres es infame, llegando tarde y mal. Sobretodo cuando se politiza o radicaliza una cuestión que es incuestionable, y que debe estar fuera de todo debate político, al igual que la exhumación de las fosas comunes de los cuerpos que fueron víctimas de la Guerra Civil española. Me produce una enorme satisfacción escuchar y leer estas nobles demandas de un colectivo maltratado por el sexo masculino desde tiempos inmemorables. Suelo priorizar más en las enérgicas lecturas que proceden del ideario de colectivos independientes o de los movimientos sociales. Son más certeras, más sinceras, e incluso más necesarias de las que vienen impuestas por la bancada del Congreso. Para atajar y acatar a la rabiosa actualidad, en el último tiempo, sacudido por una feroz hambruna literaria por entender las demandas del sexo femenino, he atendido con minuciosidad las letras de ciertos textos de esta naturaleza, leyendo dos libros radicalmente opuestos, pero que pilotan en la órbita de las relaciones entre hombres y mujeres.
El primero lleva el título Cómo hablan las mujeres, de Pilar García Mouton, y analiza las cuestiones lingüísticas, abordando desde el punto de vista el estudio de la comunicación entre ambos sexos, asunto tan de moda como es el abordaje del leguaje inclusivo. El segundo, El Llibre de les dones, de Jaume Roig, más completo, leído en la legua materna de mis antepasados, el valenciano, que por desgracia no he sido educado en ella. Soy castellano parlante y he de reconocer que la culpa de ello la tengo yo principalmente, aunque repartida a medias con mi padre. Él la hablaba en la intimidad con sus paisanos de l’ Horta, como Aznar lo hacía con Jordi Pujol. El Llibre de les dones es un texto medieval, de lectura misógina, con cierto acento machista y de difícil compresión en el contexto actual de la sociedad española. Pertenece a las letras del Siglo de Oro valenciano, literatura que estudié en un período de turbulencias a los pies de una València enfrascada en una batalla absurda de índole lingüística. Tiempo dónde algunos de los libros fueron condenados al ostracismo o censurados, como los nazis hicieron mandando a la hoguera las obras escritas por autores judíos o marxistas. A ningún libro se le debe pegar fuego, pero algunos textos, aunque sean editados en papel deben reciclarse en el tiempo, como el Jaume Roig. Nos lo agradecerán las generaciones venideras. Feliz día de la Dona. De igualdad a igualdad.