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crítica de concierto

El Mahler más ambicioso inaugura la temporada de la Orquesta de València

24/10/2019 - 
Martes 22 de octubre, Palau de les Arts
Gustav Mahler, tercera sinfonía en re menor
Escolanía de Nuestra Señora de los Desamparados
Cor de noies de l´Orfeó Català
María José Montiel, mezzosoprano
Orquesta de Valencia
José Ramón Tebar

“No vale la pena mirar nada ¡todo está puesto en mi sinfonía!” le diría Gustav Mahler tras el encuentro en 1896 al director Bruno Walter, mientras observaba admirado el paisaje de la idílica población de Steinbach. Frases de este tono no hacen más que corroborar que quizás el músico bohemio se trate del compositor más ambicioso de la historia, puesto que a los medios instrumentales empleados en sus obras, al gigantismo de estas, además añade argumentos filosóficos y místicos más o menos concretos a cada una de las mismas. Mahler además era tremendamente locuaz y el material documental que acompaña a sus obras es ingente. Nuestro compositor quiere crear un mundo, literalmente, y de ello es paradigmática esta tercera sinfonía. La sinfonía en re menor se trata de una composición pretendidamente cosmológica. “Y Dios vio que era bueno” ; así, de esta guisa, se dirigió a Alma durante el ensayo del primer movimiento; una satisfacción plena que vino corroborada por el hecho que no la revisó nunca. Estrenada en Kefreld el 9 de junio de 1902, la Tercera Sinfonía fue dirigida por el mismo autor seis años después de su terminación.

Desde los primeros compases del primer movimiento (La llegada del verano) de la que Federico Sopeña llamó Netzschesinphonie, pudimos comprobar cuales eran las pretensiones interpretativas de Tebar. El titular de la orquesta se decidió por un tempo lento en términos generales y una deconstrucción armónica de la obra, lo que en unos casos funcionó (primer movimiento) y en otros no tanto (segundo a cuarto), puesto que se vio resentida algo la fluidez en diversas partes de la obra. El movimiento de cierre (adagio) no tuvo la intensidad requerida ni la continuidad que se requiere para alcanzar el clímax final.
 

No obstante director valenciano logra un sonido global de la orquesta a la altura que la partitura demanda y pudimos apreciar el intenso trabajo de estos días en los resultados que fueron francamente buenos, si bien todavía se nota que la orquesta todavía no se ha adaptado a la difícil acústica del auditorio del Palau de les Arts: hay secciones que se escuchan demasiado y otras que quedan algo tapadas y deberían tener presencia en un momento determinado brillan por su ausencia, como es el caso de la cuerda.  La tercera no se trata únicamente de una obra de conjunto, sino que como es característica del corpus sinfónico mahleriano, para los primeros atriles supone un verdadero tour de force. Nada que reprochar, sino todo lo contrario, a los excelentes los solistas de nuestra formación, entre los que hay que destacar en esta ocasión a Santiago Pla, formidable solista en esta velada de trompa de postillón en su comprometido y extenso solo. Tebar lo colocó arriba, centrado, detrás del coro y en la escena lo que en una sala tan brillante llegó su sonido con demasiada inmediatez cuando en realidad ha de llegar de la lejanía, efecto que se logra situándolo fuera de escena. No le fueron a la zaga Rubén Toribio al trombón con un espectacular primer movimiento, Anabel García del Castillo al violín, Javier Barberá, primer trompeta , al oboe Roberto Turlo o Javier Eguillor sensacional a los timbales (qué coda), y así seguiríamos con los primeros atriles de todas las familias del conjunto.

Muy bien tanto la Escolanía como el Cor de Noies de L´Orfeó Català y fabulosa la mezzosoprano madrileña María José Montiel, que, a pesar de estar escrita la partitura para contralto pudo abordarla sin problemas gracias a unos poderosos graves emitidos con una proyección estratosférica con la regulación precisa en cada momento. Emocionante el comienzo de su intervención con las palabras “Oh Hombre, atento”. Curiosamente fueron estos y los siguientes compases de este movimiento la parte más feliz de la velada con un excelente acompañamiento por parte de Tebar a una voz perfectamente integrada en la masa orquestal. Y digo curiosamente, porque es también aquí donde, a la par, se produjeron los deslices más evidentes en algunas entradas de los metales. Como curiosidad, Tebar “respetó” la idea del propio Mahler de dividir la sinfonía en dos partes claramente diferenciadas. Para ello realizó una pausa de un par o tres de minutos una vez finalizó el primer movimiento, lo que provocó cierto desconcierto en la sala.

Buena entrada a pesar de un tiempo inclemente y del obligado cambio de ubicación de los conciertos de abono de la orquesta, y un resultado global que satisfizo al público asistente.

 

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