El espejo es el mejor escudo contra quienes entienden que su libertad es mayor que la de los demás. En el caso que nos ocupa, la libertad de expresión. Si el ilustrador Elías Taño, o cualquier otro, hubiese pintado en una pared de propiedad del Ayuntamiento de Alsasua un mural en solidaridad con los "jóvenes" –palabra atenuante– procesados por agredir a unos manifestantes en València el pasado 9 de octubre y los servicios de limpieza lo hubiesen borrado sin preguntar, cuesta imaginar al concejal de Limpieza de esta localidad navarra ofreciendo al artista reproducir su obra en otra pared municipal. Reproducir una obra que, como ya sabría a esas alturas el concejal, estaría solidarizándose con unos ultraderechistas que actuaron movidos por el odio hacia otras personas, por más que ellos lo quisieran hacer pasar como una riña callejera.
Eso es así porque en Alsasua la libertad de expresión no goza de la buena salud que hemos alcanzado en la Comunitat Valenciana, gracias entre otras cosas a que aquí no hemos sufrido la lacra de los proetarras. En València tenemos un alcalde muy tolerante, y eso es bueno porque en materia de libertades más vale pasarse que quedarse corto, y tenemos una concejala de Limpieza, Pilar Soriano, a la que las contratas municipales tienen obligación de preguntar, antes de borrar un mural, si eso es arte o no y, en caso de serlo, si el mensaje que transmite es admisible. La concejala de Compromís es la que decide y, como el jugador que tira el penalti, es la que corre el riesgo de equivocarse, como ha ocurrido en este caso. Lo bueno es que se trataba de arte efímero y todo queda en una tormenta de verano.
En Valencia ocurre también que cuando a alguien le ofende un mural en una pared que es de todos, pinta encima o lo borra porque eso también es libertad de expresión, como ha dicho muy acertadamente Joan Ribó. A Elías Taño y a sus amigos les puede parecer una muestra de fascismo, pero eso es porque no saben que en València ya nos vacunamos de libertad de expresión hace más de 30 años –con la ultraderecha mucho más presente que los cuatro gatos que ahora han ido al lío en el muro– cuando Els Joglars montaban el cirio riéndose de las monjas y Sant Vicent Ferrer. Pero aquello era a puerta cerrada– "qui no vullga pols, que no vaja a l’era", se defendía Boadella, citando a Bernat i Baldoví– y esto es en la vía pública.
"Seguiremos dibujando en los muros porque es una manera de comunicarnos con nuestra comunidad, es una manera de entablar un diálogo. En esto también consiste la política", ha dicho Taño. Faltaría más, un artista que no provoca reacciones en los sentidos no es un buen artista. Desde ese punto de vista, ha cumplido el objetivo. Algunos hasta lo utilizan como forma de promocionarse. La religión, el sexo y la política son material fácil para provocar indignados. Imaginemos qué pasaría si un artista plantara cruces rojigualdas, junto a las amarillas, en las plazas de los pueblos de Girona.
Dice Adela Cortina en su muy recomendable obra Aporofobia, el rechazo al pobre que "el grado en que las personas pueden expresarse libremente no es el único termómetro para medir la calidad de una sociedad democrática. Para determinarlo es indispensable tomar la temperatura al nivel de respeto mutuo alcanzado". En València tenemos la suerte de que cada uno hace y dice lo que le da la gana en un ambiente de un respeto mutuo que no debe confundirse con la falta de provocación.
La amenaza para la libertad de expresión no son mensajes fuera de lugar como el de Taño ni la respuesta a ellos, sino la sensibilidad a flor de piel que está llevando a la sociedad a un estado de indignación permanente que lleva a la Justicia a actuar contra los tuiteros, un ámbito donde uno se indigna porque quiere, ya que en las redes sociales cada uno es libre de entrar, salir y leer a quien quiera. Qui no vullga pols... Dicho de otro modo, la obra de Elías Taño en solidaridad con los "jóvenes" condenados por la paliza de Alsasua a los dos guardias civiles y sus novias habría funcionado perfectamente en Twitter.
Felicitémonos porque en València, en definitiva, Taño es más libre que lo sería en Alsasua, aunque aquí le hayan emborronado su mural. ¿Acaso podría pintar allí una pared municipal homenajeando a los guardias civiles y a sus novias –valga la injusta comparación, ellos no son delincuentes– con la misma libertad que por dos veces ha tenido aquí para solidarizarse con los agresores? ¿Se lo habrían permitido los matones abertzales que emplean métodos fascistas para amedrentar, por ejemplo, a una de las agredidas? Vale, aquí tenemos a José Luis Roberto y compañía, pero estos no tienen quien les haga un mural de homenaje; a lo sumo unas pintadas, y se las hacen ellos.