VALÈNCIA. Miguel Guillot nos recibe como si fuera un predicador. Con la camisa planchada, una Biblia en la mano y el porte de alguien que lleva una buena vida. Se sienta, abre el libro sagrado y, cuando parece que vaya a leer un salmo, empieza a sacar fotografías y recortes de periódico. Son los recuerdos tangibles que atesora de su abuelo, el Tío Bola, un hombre del Cabanyal que era tan buena persona que los vecinos pidieron que le dedicaran una calle.
El árbol genealógico lo podría encabezar el bisabuelo, Miguel Guillot, que se hizo célebre en el marítimo después de un accidentado encuentro de globos aerostáticos en la playa de la Malvarrosa. "Si un globo aún parece algo exótico, imagínate en 1850. Ese día hubo mucho aire y se escapó un globo, que fue a parar a uno de los campos de mi bisabuelo en Benimaclet. Él fue corriendo a engancharlo, pero tuvo un percance y lo arrastró, aunque al final logró hacerse con él".
Aquella gesta le hizo muy popular y cuando dos personas hablaban de aquel Miguel y no sabía quién era, preguntaba: "Quin Micalet?". Y el otro le contestaba: "Micalet el de la bola".
Así que a su hijo, ya directamente, pasaron a llamarle el Tío Bola. El hijo, Guillot II, vivía en Benimaclet y se casó con una mujer de Tavernes Blanques. Trabajaba como maestro de obras y cuando el Marqués de Campo recibió el encargo de construir unas viviendas sociales en la zona de las calles de la Barraca, Progreso y Escalante, le cedió el trabajo a Vicente Guillot, el Tío Bola.
De aquella, en 1927, se mudaron al Cabanyal, donde su mujer, Pepeta, heredó el trabajo de su padre, que era carbonero, en una época en la que este fósil lo mismo se utilizaba para cocinar que para calentar. "El matrimonio se estableció en el número 244 de la calle Padre Luis Navarro. En la planta baja tenían la carbonería y arriba vivían ellos".
"MI ABUELO HACÍA DE ROBIN HOOD EN EL BARRIO: LE COBRABA EL CARBÓN MÁS CARO A LOS RICOS Y MÁS BARATO A LOS POBRES"
Eran tiempos duros, los años 30, donde escaseaba el dinero y había que estirar el jornal hasta donde no llegaba. El final de cada mes era un ejercicio de confianza para sembrar el barrio de pequeñas deudas que se saldaban en cuanto llegaba el siguiente sueldo. Así que cualquier ayuda sabía a gloria. Y el Tío Bola era especialista en esto. "Mi abuelo hacía de Robin Hood en el barrio: Le cobraba el carbón más caro a los ricos y más barato a los pobres", sorprende Miguel, Guillot IV, a quien se nota feliz de poder presumir de la historia del abuelo rumboso. "En la carbonería tenía una pizarra con tiza y cuando venía el hijo de Pepica 'la matasangs' y se llevaba tres kilos de carbón, lo anotaba en la pizarra. Y así iba poniendo los apodos de todos los vecinos y al lado lo que debían. Pero luego llegaba el domingo por la tarde, cogía y borraba la pizarra. El lunes cuando llegaba Pepica o quien fuera preguntando cuánto debían, mi tío decía: 'Mira a ver la pizarra y si no estás es que no me debes nada'. Y así fue durante muchos años, hasta que la gente dejó de usar carbón y mi abuelo volvió a ser maestro de obras".
El Tío Bola era el hombre de la casa, un varón rodeado de cuatro hermanas, y por eso las mujeres, conforme a la mentalidad de la época, se desvivieron para que el chico pudiera viajar a Barcelona a estudiar para aparejador. "Todas trabajaron desde bien pequeñitas para que mi abuelo pudiera tener estudios y cuidaron de él. Eran unas peluqueras muy conocidas que peinaban a las falleras mayores", puntualiza Miguel.
El Ayuntamiento de Valencia le había dedicado una calle al Marqués de Campo, pero su padre ya tenía una, la travesera de Campos, así que en 1985 decidieron hacer una consulta y en el barrio fueron legión los que dijeron que quien la merecía de verdad era el Tío Bola. "Por buena persona, argumentaron los vecinos, y eso es lo mejor. No creo que haya nadie más que tenga una calle en València por buena persona". En diciembre se aprobó y en 1986 ya se marcó la calle con el nombre de Vicent Guillot (Tío Bola). "Esto ha propiciado, además, que haya dos fallas con el nombre de mi abuelo. La de mi familia, que es Reina-Vicente Guillot, y José Benlliure-Vicente Guillot, que la llaman la falla del Tío Bola".
La abuela Pepeta, una mujer de carácter, vivió casi cien años y tuvo dos hijos: Sofía y Miguel. El Tío Bola nació el 7 de julio de 1887 y, cumplidos los 70, se empezó a impacientar. Su hija, entonces, no podía hacer perdurar el apellido Guillot y su hijo ya tenía 40 años y no le había dado un varón. Era su obsesión. Así que el día que nació Miguel, Guillot IV, hoy el dueño de dos restaurantes, La Vid y Tapavid, en València, el Tío Bola respiró. Su nuera salió de la Cigüeña el 4 de diciembre de 1965 y lo primero que hizo fue ir a presentarle al bebé a su suegro. Este lo abrazó, les dio la enhorabuena y a la madrugada siguiente se murió. "Conmigo se había cumplido su sueño", explica Miguel con ternura.
Miguel Guillot, a modo de homenaje, conserva en la entrada de su casa la Biblia del abuelo y un retrato de la pareja, el Tío Bola y Pepeta la carbonera, con sus cinco hijos. El hostelero toquetea las Sagradas Escrituras con devoción no cristiana. "Mi abuelo era un manitas", advierte Miguel mientras muestra orgulloso cómo forró la Biblia y fijó ese papel externo con las tiras que sobraban de los sellos en lugar de celo.
"Es una Biblia de 1936 que mis primos han intentado comprarme varias veces. Y le hizo esa funda para no mancharla de carbón. Las hojas están en perfecto estado y todavía conservo las tiras de papel que utilizaba como marcadores. Uno es de las barras de chocolate Valor. Otro se ve que es de 1958 y es del que utilizaba para envolver el carbón. Pero mi abuelo, a pesar de ser carbonero, iba siempre con una camisa blanca impoluta".
Miguel, uno de esos hombres fuertes que habla casi a gritos, saca después la foto de familia del marco, le da la vuelta y señala unas letras garabateadas en un borde del retrato: 'efectuada el 29-11-1953'.
Se nota que, de tanto contarla, se sabe la historia del Tío Bola de carrerilla. La dispara en cuanto aparece un cliente curioso. Y, por supuesto, se la transmitió, como un valioso legado, a sus dos hijos: el mayor, que es mago de profesión, y la pequeña, que ayuda en el negocio. Aunque siempre le gusta añadir un matiz: "La calle la tiene mi abuelo, pero la merecen el Tío Bola y Pepeta, los dos, porque ella era igual que él".