El Taj Mahal, obra maestra del arte musulmán, es el principal reclamo del conjunto de fuertes y palacios repartidos por Delhi, Agra y Jaipur como evocación de un esplendoroso pasado
VALÈNCIA.- Caminar por las calles del viejo Delhi es un puñetazo en el estómago. Abrirse paso entre motos destartaladas, estrafalarios tuk tuk o rickshaws y carros tirados por vacas supone una extenuante prueba de obstáculos. Un caos complicado por una sinfonía infernal de pitos y griterío incesante, suciedad y una presencia permanente de cuerpos tirados por el suelo aceptada con una naturalidad pasmosa. Acompasarse a ese ritmo requiere tiempo, condescendencia y una mirada libre de prejuicios. Cualquier viaje a la India, donde la miseria más absoluta y el impulso vital conviven hasta en los detalles más nimios, es de los que dejan huella.
Nueva Delhi integra, junto a Jaipur y Agra, el conocido como Triángulo de Oro, un popular circuito a través de la región donde se concentra el esplendor del legado cultural y arquitectónico del imperio mogol y que a menudo supone el aperitivo de un viaje más profundo por el resto de este vasto y diverso país-continente. El tramo final de la temporada alta, que finaliza con la llegada de las lluvias y el calor a partir de abril, y el vuelo directo recién inaugurado por Air India entre Madrid y Nueva Delhi son un pretexto perfecto para poner rumbo a este destino fascinante, turbador y misterioso.
La capital de la India condensa en buena medida los contrastes que se suceden en el resto del país. En apenas unos minutos es posible transitar entre el ambiente urbano y cosmopolita que se respira en los bulevares del nuevo Delhi, con el legado colonial británico de Connaught Place como epicentro, y el desordenado desfile de almas propio de la quinta ciudad más populosa del mundo que se sucede en Chandni Chowk, corazón del viejo Delhi. Entre el complejo entramado de callejuelas atestadas de humildes comercios de este cuadrante se levanta la inmensa Jama Masjid, la mezquita más grande de la India con un patio capaz de acoger el rezo de 25.000 fieles. Desde lo alto de su minarete de 40 metros se obtiene una perspectiva perfecta del bazar. El templo fue construido en la segunda mitad del siglo XVII por orden del emperador mogol Shah Jahan, el mismo que mandó levantar el Taj Mahal en Agra y el Fuerte de Delhi, también conocido como Fuerte Rojo por el característico color de la piedra con la que fue edificado.
Los dos enclaves que concentran el interés de los visitantes, ambos Patrimonio de la Humanidad, están fuera de la ciudad antigua: Qutab Minar, el minarete de ladrillo más alto del mundo, y la Tumba de Humayun (1565), un mausoleo que inspiró el Taj Mahal. Con sus 73 metros de altura, el minarete de Qutab se alza imponente sobre los restos de la mezquita Quwwat-ul-Islam, la primera que se construyó en la India para marcar la transición entre el último reino hindú y el periodo musulmán a finales del siglo XII. A sus pies, los restos de la mezquita son una rareza maravillosa, ya que se construyó con restos de los 27 templos hindúes que ocuparon este mismo espacio en el pasado. Cada una de las decenas de columnas del patio, formadas por bloques de piedra tallados con apsaras y otros elementos decorativos habituales del hinduismo, es única.
A poco más de doscientos kilómetros al sur de Nueva Delhi, a orillas del río Yamuna a su paso por Agra, se levanta el que sin duda es uno de los edificios más bellos construidos sobre la tierra: el Taj Mahal. Este imponente mausoleo de mármol blanco e incrustaciones de piedra con motivos florales y geométricos es una joya arquitectónica cuyo magnetismo atrae cada año a cerca de ocho millones de visitantes internacionales. El emperador mogol Shah Jahan promovió su construcción para cumplir la última voluntad de su esposa favorita, Mumtaz Mahal. La construcción se prolongó durante 21 años (hasta 1653) y en ella trabajaron 20.000 artesanos. La perfecta simetría del complejo del Taj Mahal, rodeado de jardines que evocan el paraíso en la tierra y estanques que muestran caprichosos reflejos del edificio principal, convierte este enclave en una de las mayores joyas del arte musulmán en el mundo. La bruma perpetua que lo envuelve en los meses de invierno le añade un componente místico.
Jaipur, capital del Rajastán, es una de las ciudades con más historia de la India. También es conocida como la ciudad rosa por el color dominante dentro de sus murallas, donde la vida transcurre a un ritmo frenético entre cántaros metálicos de leche de búfala y comercios de especias o sedas. El caos callejero contrasta con la paz que reina en edificios históricos como el Palacio de la Ciudad y el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos (1799), cuya fachada piramidal con cerca de mil ventanas constituye uno de los principales iconos de la arquitectura de todo Rajastán.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 28 de la revista Plaza