Odiar es de paletos o de inmaduros, de personas que creen que su verdad o su raza o su Dios o su equipo de fútbol es mejor que el resto. Y, aunque no nos demos cuenta, porque a la corta nos produce placer odiar y da sentido a nuestra triste y rutinaria existencia el convertimos en Cruzados con algo que defender (la blanquidad, la machirulez, la sharia, la españolidad, el barcelonismo, la cristiandad...), a la larga no solo no da frutos, sino que suele pudrir los que ya había.
Leyendo un libro sobre la historia de España me llamó la atención cómo los odios nos han ido fastidiando el país siglo tras siglo. Valgan cuatro ejemplos bastante elocuentes de lo que se podría llamar “antiilustración”: la expulsión de los judíos, la Contrarreforma, el odio a los franceses tras la Guerra de la Independencia y, ¡sorpresa!, hoy mismo. Seguro que hay más, pero creo que estos cuatro explican bien por qué somos el país que somos (muy dado al irracionalismo y al antiintelectualismo) y no nos hemos convertido en grandes potencias económicas como los vecinos Inglaterra, Alemania, Holanda y tantos otros.
Empecemos por el antisemitismo (la celebrity de los odios a causa del nazismo) de los Reyes Católicos. Tras unir las coronas de Castilla y Aragón, en 1492 conquistan América y acaban la reconquista tomando Granada. España unida, en paz y dueña de vastos territorios de ultramar llenos de mano de obra barata (es un eufemismo, claro) y materia prima (oro y plata entre otras cosas) es una nación nueva con todas las papeletas para convertirse en la gran potencia mundial. Sin embargo, tras un breve brillo imperial nos fuimos a la ruina. ¿Por qué? Pues simplificando mucho, por unos reyes más bien preocupados por la fiesta, el sexo y el derroche (uy, me suena) que por el país. Pero sobre todo porque 1492 es también el año en el que los Reyes Católicos expulsan a los judíos. Y ese gesto de odio es el primer paso hacia la decadencia. Porque los judíos se dedicaban principalmente al comercio, al prestamismo y, en general, a actividades burguesas relacionadas con el espíritu empresarial. La expulsión de los judíos hizo que el dinero que llegaba de las Indias no se invirtiera, no se moviera, no repercutiera en una mejora del país. Algunos países vecinos como Francia o Inglaterra llegaron a decir que su América era España, pues el dinero que traíamos de ultramar acababa siendo invertido por ellos y sus estructuras protobancarias para generar más riqueza mientras nosotros seguíamos con una mentalidad medieval. Y es que el problema no era haber expulsado a los judíos. El problema era que se consideraba sospechoso de judío a todo aquel que se dedicara a actividades burguesas: industriales y monetarias.
Para ser un buen español y que no cayera sobre ti la sospecha de ser un converso tenías que comer jamón en público (la costumbre patria de colgar jamones en la barra del bar se utilizó durante estos años para expulsar de los establecimientos a judíos y musulmanes y de paso demostrar tu “sangre vieja”) y no dedicarte a actividades comerciales o industriales.
Resumiendo: fuimos muy ricos pero nuestro dinero no generó más dinero pues no se invirtió ni se movió por miedo a parecer un judío.
Cuando la Reforma Protestante se extendió por el norte de Europa, los españoles reaccionamos con la Contrarreforma, que en la práctica significó volver a atrás y enrocarnos en los viejos valores medievales. Una abascalización en toda regla. La reacción, como expliqué en un artículo, es una forma de proceder bastante irracional que no suele traer nada bueno. Sientes que atacan lo tuyo y lo defiendes solo por el hecho de ser tuyo. Aunque no se merezca ser defendido por ser costumbres perniciosas, rancias o de otros tiempos (que no se enfaden los cristianos o los taurinos). En fin, que España reaccionó ante las ideas extranjeras del norte protestante que, junto a sus enmiendas a la institución católica corrupta, llevaba en sí la base del pensamiento moderno liberal. Así se cerró el país a todo lo que venía de fuera, utilizando la Inquisición para meter en la cárcel a todo aquel hereje que tontease con ideas europeas. De nuevo, en el norte fue desarrollándose una idea económica, empresarial e industrial que acabó convirtiéndolos en grandes potencias mientras nosotros seguíamos varados en lo de siempre: en la esencia medieval de la España de Don Pelayo y el Cid y el rey y los obispos.
A principios del s. XIX, tras la conquista española de las tropas napoleónicas y su posterior (y rápida) expulsión, ser un “afrancesado” se convirtió en ser un apestado. Los franceses eran los enemigos y por ello todo lo que llegaba de Francia era malo. Por desgracia lo que llegaba de Francia eran las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa: tolerancia, igualdad, fraternidad, libertad y, sobre todo, la utilización de la Razón para prosperar, además de acabar con falsedades y supercherías.
No es casualidad que el grito al recibir de nuevo al rey fuera: ¡Vivan las cadenas!
Así que ser un intelectual y utilizar la razón volvió de nuevo a ser mal visto. Porque en el fondo todo lo que he dicho se resume en sospechar del pensamiento racional e intelectual que es la base del pensamiento empresarial burgués y del liberalismo: saber más para ganar más dinero (con empresas, I+D, nuevas técnicas o ideas, patentes...).
¿Y qué está pasando ahora mismo? Pues más de lo mismo. Como dice la pensadora Marina Garcés, vivimos tiempos confusos, sin certezas, que nos han llevado al pensamiento antiilustrado. La política se ha llenado de populismos y un deseo autoritario. La cultura es una guerra de identidades a la defensiva (y a la ofensiva). La sociedad se tribaliza e idealiza el pasado (incluso la dictadura de Franco está siendo idealizada). La educación y la ciencia están desprestigiadas porque en estos tiempos de posverdad preferimos creer aquello que nos hace felices... Es lo que Garcés llama “credulidad voluntaria”: me creo lo que me da la gana, que la tierra es plana, que los gobernantes son reptilianos o que las vacunas llevan microchips. ¿Qué sabrán los científicos? ¡Pero si un youtuber afirma lo contrario!
La conclusión es obvia: España con sus odios ha mantenido un espíritu antiintelectual e irracional en nombre del antisemitismo, de la Contrarreforma, del sentimiento antifrancés y hoy en día por el desprestigio de científicos e intelectuales que ha hecho que nos quedemos bastante por detrás de lo que deberíamos estar.
En nombre del patriotismo más bobo y cerril le ponemos la zancadilla a la patria.
Y ahí seguimos.
Pero sigan votando Odio, no se corten. Que se nos va a quedar un futuro muy vintage.
(Nota final: para que no parezca que me quejo de todo, debo decir que los españoles somos otras muchas cosas geniales: somos un país supercreativo, por ejemplo, con grandes artistas internacionales. Pero en lo que tiene que ver con nuestro ecosistema científico y empresarial seguimos arrastrando viejas inercias...)