VALÈNCIA. Si lo que está viviendo España fuera una novela donde el protagonista paseara por las desoladas calles de la ciudad de València y tuviera un diario de la pandemia del coronavirus, más o menos comenzaría así: Fecha: Lunes 31 de marzo de 2020. Hora: 11.00 de la mañana. Lugar: Mercado Central y sus alrededores.
Observaciones: Calles vacías, comercios cerrados o los poco que quedan abiertos vacíos. Resumen: riesgo muy bajo de contagio en las calles, comercios al borde del colapso económico. Así, la frase que mejor define en estos momentos los comercios que quedan abiertos es la de “esenciales sí, pero sin ventas”.
El corazón de la ciudad está vacío de los miles de valencianos que a diario acuden a trabajar, y también de los turistas que pueblan calles y distritos tan emblemáticos como el de Ciutat Vella. Por los alrededores del icónico Mercado Central, apenas un par de gorrillas que esquivan a la Policía Local y Nacional como buenamente pueden, algún taxista, unos pocos repartidores y algún que otro vecino que baja a hacer la compra.
Las ventas han caído en picado desde que se decretó el estado de alarma y se restringió la libertad de movimientos de las personas, así como se obligó al cierre de bares, restaurantes, hoteles y pisos turísticos.
Charo Valeriano es dueña de una pequeña droguería situada junto al mercado que lleva abierta más de 150 años, desde 1839. Charo nos explica que nunca había vivido una situación como esta. Detrás de su mostrador cuenta que “las ventas han bajado entre un 30 y un 40%, aunque por lo menos tendré para pagar a final de mes, porque no tengo derecho a ayudas abra o no abra, y hay que pagar el alquiler”.
Mientras Valencia Plaza habla con ella entran tres personas, dos de ellas trabajadoras de comercios cercanos, la tercera, una vecina. Entre las peticiones, guantes de látex y alcohol. Ambos son los productos estrella de la droguería junto a lejía, el gel higienizante y el papel higiénico. “Es casi lo único que estamos vendiendo”, explica Charo mientras por fin hace una venta un poco diferente a una trabajadora del mercado a la que sirve un tinte y jabón para el lavavajillas.
Unos metros más allá del comercio de Charo hay una panadería. Detrás del mostrador está Paula, que habla amistosamente con un compañero de trabajo mientras nos sirve un café para llevar. Esta panadería es una franquicia que tiene bar y servicio de pan. Las sillas están sobre las mesas y una barrera improvisada impide el paso más allá de un par de metros.
Paula cuenta que han pasado de ser de los que más vendían de toda la cadena a perder un 90% de sus ventas. La joven tiene una explicación: “Mis compañeros trabajan en barrios donde vive mucha gente. Aquí, desde que cerraron los hoteles y los pisos turísticos, solo algún vecino y algún trabajador del mercado que vienen a por una barra de pan y un café para llevar”; a lo que añade: “Y menos mal que ahora podemos servir café, que al principio ni eso podíamos”.
Continuamos nuestro camino por el barrio y paramos en un estanco. Allí está Amanda esperando la llegada de clientes. La empleada del estanco dice que las ventas han caído más de un 50% en lo que ha tabaco se refiere y un 100% en los souvenirs que tiene a la venta. La misma historia se repite, el barrio está prácticamente muerto con la falta de turistas.
Le preguntamos a Amanda si la gente sigue las recomendaciones del Gobierno y carga tabaco para no salir de casa. La joven sonríe pícara. “Hay de todo. Muchos vienen y se llevan uno o dos cartones, pero también hay muchos que, para poder salir aunque sea cinco minutos, solo se llevan un paquete al día”, nos asegura mientras mira hacia la puerta. Hay un cliente esperando.
En los alrededores de Ciutat Vella hay varias farmacias. Entramos en la de Juan Luis Pascual. El farmacéutico nos explica que hay más farmacias que en el resto de València porque, muchas de ellas, son de antes de la ley que limita su apertura a una distancia mínima. A Juan Luis, como al resto de comerciantes de la zona, le han bajado las ventas, el problema es que él aún no puede cuantificar cuánto.
Cuenta que, como la Conselleria de Sanidad ha dado la posibilidad de adquirir las medicaciones de crónicos de marzo y abril juntas, se ha vendido mucho más entre los clientes habituales, pero que esas ventas no son reales, ya que son dos meses en uno. “Indiscutiblemente tenemos que notar la caída de ventas. Aquí compran muchos turistas y valencianos que pasean. Antes pasabas por la puerta y te llevabas unas aspirinas, ahora no. Las farmacias del centro lo vamos a notar mucho más que las de los barrios”, apostilla mientras sus trabajadores atiende a un par de clientes.
Los dueños de los puestos del emblemático Mercado Central están viviendo un viacrucis muy parecido al de sus vecinos tenderos. Entre los principales problemas que todos los entrevistados señalan se encuentra el hecho de que la Policía está mandando a casa a las personas que paran en coche que vienen de otros barrios. “Este no es un mercado de proximidad”, explica Natalia Estellés, de la carnicería Palanca, “así que muchos de nuestros clientes habituales vienen de otros barrios. Si los echan lo vamos a notar, y mucho”.
En el Central, la caída de las ventas no es igual para todos, aunque todos han visto disminuidos sus ingresos. Natalia dice que ha perdido la hostelería, pero que la carne es un producto que se sigue vendiendo bien. Explica que “la semana de antes del estado de alarma la gente se volvió loca comprando. Ahora, la curva se ha estabilizado pese a la caída”. Eso sí, al igual que otros puestos, ha visto incrementados los pedidos a domicilio, que han pasado de ser un cuatro por ciento a un once.
Uno metros más allá de Natalia está el Gourmet de Jamón, donde Carmen Moreno y su marido, Jose Luis, esperan la llegada de clientes. Jose Luis tiene un puesto de carne de cabello, pero ha tenido que cerrar debido a las pocas ventas de estos días. Carmen sigue abierta, pero las ventas caen en picado.
En la verdulería nos encontramos con Encarna Folgado y con Carlos. Encarna cuenta que desde que se aprobó el Real Decreto, “las ventas nos han bajado un 80%”. Como Natalia, Carmen y Jose Luis, ambos se quejan de que la Policía no deje llegar a la gente al mercado. “El otro día nos quedamos con la compra preparada de un cliente habitual que viene de El Saler. La policía lo paró en la plaza de toros y le hizo dar la vuelta”; no es justo, dicen entre ellos.
Al igual que sus compañeros, también hacen ahora más pedidos a domicilio. Cuentan que “de cuatro o cinco diarios hemos pasado a unos 15 ó 20, el doble los fines de semana”. Pero además, en esta verdulería ha ido un paso más allá. A sus clientes de toda la vida mayores o que no pueden llegar por las restricciones, se lo llevan ellos.
El lunes no es día de pescado, la lonja está cerrada y por eso nos encontramos con todos los puestos, salvo dos, cerrados. Pepa Polit es la dueña de la pescadería Polit. Con mucho menos género del habitual por ser lunes, nos cuenta que sus ventas “han bajado un 50% mínimo”. Y como sus compañeros carga contra quienes no dejan llegar a la clientela, “hace tres semanas que están tirando a la gente para atrás y no la dejan llegar. Ahora, con las nuevas restricciones de trabajos será aún peor”.
Tras dos horas y media hablando con los comerciantes de Ciutat Vella nos quedan dos cosas claras. La primera, que están al borde del colapso económico. La segunda, que siguen y seguirán aferrándose, hasta sus últimas consecuencias, a ese trato especial que el pequeño comerciante dispensa a sus clientes. La pandemia es una dolorosa realidad, pero el trato cariñoso de estos pequeños grandes comerciantes dispensan a todos sus clientes también lo es.