FICHA TÉCNICA
Martes 21 de noviembre de 2023
Palau de la Música de Valencia
Sergei Rachmaninov, 24 preludios Op. 3, 23 y 32
Boris Giltburg, piano
VALÈNCIA. Por el Palau de la Música han pasado los más importantes pianistas del último medio siglo tanto con orquesta como en recitales. Algunas de las visitas han sido verdaderamente históricas como Richter, Zimerman, Pires, Barenboim o un puñado de los anuales conciertos de Sokolov. Dicho esto, se van cumpliendo pequeños hitos en la reapertura del Palau de la Música y faltaba este. Ahora tocan los recitales de piano. Con el del pianista israelí, único concierto en España, el piano “a solo” vuelve a hacerse escuchar en la excelente acústica de la Iturbi. Llega Giltburg, por sexta ocasión en los últimos años, tras ser pianista residente del Palau entre el 2019 y 2021, como reputado especialista en la obra del compositor ruso, que tiene grabada para el sello Naxos, y bien que lo ha demostrado con unos preludios incontestables llenos de poética, sin atisbo de amaneramiento e importante carga de profundidad más que de monumentalidad y pirotecnia. Los 24 preludios de Rachmaninov compuestos a lo largo de poco menos de 20 años, son un reto no tanto técnico, que por supuesto también, cuanto intelectual pues no se trata de un ejercicio tan descriptivo de impresiones sensitivas como los de Debussy y más abstractos en todos los sentidos que los chopinianos, los otros dos grandes catálogos de esta forma musical.
Frente a estrellas rutilantes tan en boga, dentro y fuera de los escenarios, Giltburg es un anti-divo, como también lo es, por ejemplo, Jan Lisiecki, pianista que nos visitó hace pocas semanas. Pero ambos no pueden ocultar un virtuosismo que, no obstante, siempre está al servicio de la música. Un músico, y también un entusiasta pedagogo a través de su blog, a lo largo de siete años, y de videos de youtube, dirigido a todos los públicos. Giltburg es ese músico obsesionado, más que por la perfección, por explorar y hallar todo aquello que reside detrás de las notas. Su aproximación a este catálogo de preludios es más que íntimo profundo y trascendente. Quizás por ello los preludios más espectaculares no sean, por elección, lo de una brillantez apabullante. En ocasiones se centra en voces secundarias para desgranar una música compleja, que no difícil, tiene muchas lecturas no siempre evidentes. Asimismo, emplea una técnica que alterna en un mismo preludio pasajes de gran transparencia, deconstrucción y luminosidad con otras frases más “emborronadas” o mejor dicho “ligadas” para, en lugar de dibujar, expresar una sensación o un estado. La pintura puede ser igual de grande cuando es formalmente dibujística y diferenciada por planos, como cuando desaparece la línea y los campos de color se mezclan unos con otros.
No significa lo dicho que, por ejemplo, en los preludios 2, 5 del opus 10 o en los 1, 6, 8 o especialmente el 13 del opus 32 cerrando majestuosamente el concierto, no extrajera Giltburg amplias sonoridades, sinfonismo al límite de las posibilidades del Stenway. Lo que no desapareció nunca es el control del sonido desde la rotundidad. Además, demostró el israelí una gran musicalidad para el planeamiento y la exposición paulatina de los crescendos, creando en este caso más que tensión, intensidad. Grandes momentos musicales, con una sala completamente en silencio, se vivieron en los preludios más líricos y ensimismados como como en los numerados con el 4 o el 10 que cierra el opus 23 y en el 5, 7 y 10 del opus 32.
Lo aplausos y no pocos bravos de las aproximadamente 900 personas, entre las que había bastantes jóvenes, posiblemente estudiantes de piano, condujeron a dos propinas antes de que el discreto, pero ya gran maestro del piano, se despidiera con una transcripción de una pieza de violín de Fritz Kreisler y el Preludio nº28 de Chopin conocido como “Gota de agua”. Hasta una próxima ocasión, que espero no se demore demasiado.