En una democracia representativa, el poder reside en los representantes elegidos democráticamente por los ciudadanos. Son ellos, y no los gritos o las voces oscuras de las redes sociales, los que representan la voluntad popular y la legitimación del poder. Que en esta etapa de apertura real comunicativa alguien quiera sustituir a los representantes públicos por seguidores de internet es un peligro que alimenta el populismo y el nacionalismo.
Salimos a la calle el pasado domingo a protestar. Como ha hecho parte de la izquierda, legítimamente, en multitud de ocasiones. Lo que pasa es que si el que sale es de izquierdas la protesta se antoja justa, y si no piensa como ellos, el facherío ha tomado la plaza.
Esa injusta descripción de la realidad democrática es una anomalía alimentada por parte de la izquierda. Da la sensación de que solo la izquierda es garante de la protesta callejera. Como si esa usurpación del espacio público acabara allá donde solo el progresismo es legitimador.
Todos los comentarios ofensivos que se han vertido contra los que nos manifestamos en la Plaza de Colón el pasado domingo demuestran que el ejercicio democrático está condicionado por el pensamiento personal. No es admisible que el mero ejercicio de un derecho democrático esté avalado por unas ideas. Los derechos son derechos, no opciones políticas.
Da igual el número de personas que allí estuviéramos. No se entiende esa crítica de parte de la izquierda tachándonos de poco demócratas. Cuando la izquierda se ha manifestado en multitud de ocasiones con banderas de países no democráticos, o banderas españolas no constitucionales. Parece que solo vale para los que no piensan como ellos.
La sociedad civil, y los partidos políticos, pueden ejercer su derecho a tomar la calle. Pacíficamente. Lo que no tiene sentido es que esa misma izquierda que nos cuestiona sea la misma que no critica cuando se producen manifestaciones de la ultra izquierda con quema de mobiliario urbano, cajeros o sitios públicos. Es como si la violencia callejera tuviera cierta comprensión cuando la hacen aquellos que piensan parecido a ti.
No se puede tolerar la violencia en una sociedad democrática. Y esa manifestación del domingo, guste o no, fue un ejemplo de civismo. Se respetaron los espacios públicos, no se enfrentó a nadie con la policía, y cada uno se fue a su casa pacíficamente, cuando la protesta acabó.
El poder en la calle puede ser el poder de ejercer el derecho a la protesta y la crítica. Pero cualquier manifestación pública, en democracia, ha de valerse de unos valores que son innegociables: el respeto a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, la ausencia de violencia contra cualquier propiedad pública y privada, y la ausencia de símbolos racistas o que conculquen los valores aprobados en nuestra Constitución.
Hace ya tiempo que necesitamos entender que el espacio público no puede ser un espacio de anarquía. Cualquier protesta, por muy legítima que sea, no puede invadir la libertad de aquellos que no piensan como el manifestante. La violencia es un rasgo destructor contra la libertad democrática. Y por eso, lo que debemos exigir a la gente que se manifiesta en la calle es respeto por los que no se manifiestan también. Y en esta ocasión, no se ejerció violencia, independientemente de que a mucha gente no le haya gustado la manifestación.
La calle es de todos. Para manifestarse se ha de venir de casa con la lección aprendida. Y esa lección no es cómo piensas, sino cómo actúas. Ninguna idea puede ser defendida desde la violencia o la intimidación. Si para tomar la calle hay que violentar a la sociedad, a eso no se le puede llamar democracia. Aunque algunos justifiquen los desmanes de los suyos y se pongan finos con los otros.
El ejercicio democrático pasa por una premisa fundamental: tu libertad acaba donde comienza la mía. La calle puede ser tuya, como lo es de los demás. Pero si hay violencia, tú no tienes los mismos derechos que los demás, porque ya has quebrado el más fundamental: la libertad consiste en no utilizar la violencia para imponer tus ideas. Los que lo han hecho a lo largo de la historia se han conocido como dictadores. Violencia y calle no son primos democráticos.