Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Otro soberbio encuentro entorno al canto se vivió ayer en el Reina Sofía. En este caso, con el recital de canciones y arias operísticas a cargo de la soprano albanesa Ermonela Jaho, acompañada por el pianista Rubén Fernández Aguirre, quienes arrancaron del público grandes aplausos desde el inicio, y atronadores vítores al final del espectáculo. Y con razón.
Es Jaho una de las solistas del panorama lírico internacional más solicitadas, y por tanto un acierto, sin duda, por parte de Les Arts, acercarla para disfrute de los aficionados valencianos. Estaba el listón muy alto, tras los enormes colegas que le han precedido esta misma temporada con su arte en la misma sala. Me refiero a Orlinski, Jaroussky, Camarena, y hasta la propia noruega de acero y melocotón, Lise Davidsen. Pero lo ha rebasado limpiamente con su canto real de emoción pura, y lleno de expresividad.
Ya decía Puccini, que el compositor debía conmover con sus partituras. Y la gran Matile Salvador, extendía tal obligación a todos los artistas. Y de la misma opinión es Ermonela Jaho, quien además, es capaz de hacerlo. Porque gracias a su poder emocional, esa es su verdadera especialidad: la trasmisión de los sentimientos hasta llagar a conmover, con su canto de especial intención dramática y comunicativa.
Y ayer, en su primer encuentro con el coliseo del Turia, Jaho demostró ser una especialista en la cosa, trayendo partituras belcantistas, románticas, y veristas, como forma de recordar que cada estilo es diferente, pero todos tienen en común la posibilidad de ser tratados desde la perspectiva de la transmisión de los sentimientos llevada al extremo. Y así lo hizo, no solo con las canciones, sino, -por supuesto-, con las arias de ópera, donde pisó fuerte, porque es lo suyo.
Por eso el público disfrutó tanto. Y por eso, salió del Reina Sofía con sus mentes enriquecidas, y sus cuerpos relajados después de ciertas deliciosas convulsiones. Jaho es soprano de dicción relajada, y carece tanto de timbre seductor, como de afinación perfecta. Pero sin duda, sus cualidades están por encima de sus carencias. Su fuerza expresiva va de la mano de una técnica canora basada en el absoluto control de la respiración, la fácil emisión, una magnífica proyección, y una interesante homogeneidad de color en toda la extensión.
Ese control del fiato, -o sea del aire-, le permite jugar con las dinámicas y los matices de manera excepcionalmente fácil, conseguir finales de frase alargados, y construir filados de ensueño que parecen nunca acabar, dejando sin respiración, -valga la paradoja-, al estupefacto público, que una y otra vez contenía el aliento hasta tocar la línea del éxtasis, durante tantos eternos momentos sutiles. Y acabó tan agotado como la soprano.
Por su música filada y expresiva triunfó especialmente ayer Ermonela Jaho. Por eso, y porque tuvo cerca a Rubén Fernández Aguirre, un pianista en la misma onda, que se comportó con una elasticidad plástica y musical perfectas a tal fin, dignas de un profesional curtido y sensible, especialista en el acompañamiento. Muy servicial y atento, el vasco, miraba continuamente a la cantante enlabiando el texto, y fue un gran soporte para ella, por sus muchas cualidades como la seguridad, la musicalidad, y el control dinámico y de matices. Cantar con Fernández, ayuda.
El recital se abrió con la parte dedicada a canciones y arias italianas belcantistas y veristas, que fueron presentadas expresivas y elegantes. Como en el traje negro de la soprano de brillantes lentejuelas, las notas de ‘La ricordanza’ de Bellini y las del ‘Lamento per la morte di Bellini’ de su amigo Gaetano Donizetti, lucieron intensas, para un canto legato y serio de verdadera maestría, con utilización permanente del control del aire, en exhibición de matices y dinámicas, para una comunicación tremendamente efectiva.
Ambos intérpretes mostraron todas sus habilidades desde el primer momento, y así, con el ‘Tristezza’ de Tosti, y el ‘Stornello’ de Verdi, derrochó texturas y carácter Fernández Aguirre, y la tiple, -demasiado atenta al atril, como en todo el recital-, emitió con facilidad deslumbrante, a pesar de su centro desprotegido, algún desajuste dinámico, y alguna falta de afinación; y eso sí: dejando clara su apuesta por lo actoral. Interpretó de Cilea ‘Non ti voglio amar’, y también su deliciosa ‘Serenata’, con final desgraciado en agudo calado.
Tres piezas operísticas animaron la parte. En La Bohème de Leoncavallo, la soprano hizo una ‘Musetta svaria sulla bocca viva’ pizpireta. Magistrales frases alargadas en pianísimo, -con el sentimiento a flor de piel-, regaló Jaho en su interpretación de ‘No! Se un pensier’ de la olvidada Siberia de Umberto Giordano. Y estuvo magnífica en su expresiva y sobrecogedora ‘Un dì ero piccina’ de la ópera Iris de Mascagni, tragedia descarnada que inspirara, por cierto, a Puccini para su prodigiosa mariposa.
Dos momentos afrontó solo el pianista: el preludio de ‘La Arlesiana’ de Francesco Cilea, y la posteriormente cinematografiada ‘Marche funèbre d’une marionnette’ de Gounod, abordados ambos con plena autoridad y sentimiento, ejecutando a la perfección todos los de contrastes de las partituras. Lo mismo pasó con las 4 presentadas de las Seis baladas italianas que compuso Albéniz, -con texto de su amiga la marquesa de Bolaños-, cantadas siempre suspiradas y con una sonrisa en la boca, -como soñó Fernández Aguirre-, a juego con el rojo intenso de volantes del vestido que la soprano lució para el resto del recital.
Con la misma elegancia abordó la ‘Sérénade’ de Gounod, y con unas soberbias notas tenidas interminables en pianísimo de ensueño, pasó al ‘Haï luli’ de Viardot. De Massenet expuso su ‘Élégie’ con una expresividad fuera de lo normal, rematando con un filado final descomunal, que dejó sin aliento y atónitos a los afortunados aficionados presentes; y luego el aria ‘Ces gens que je connais’ de su Sapho, -también ópera olvidada-, realizando una lectura tan intimista y dulce como dramática. Poulenc puso punto final, con la pieza en vals, ‘Les chemins de l’amour’, traída de la Léocadia de Anouilh.
El trabajo de la soprano fue bárbaro, y acabó con síntomas de cansancio. Mientras el público la premiaba con ovaciones y vítores, decía “gracias de corazón”. Ya fuera de programa, interpretó más ópera verista: ‘Io son l’umile ancella’, de la Adriana Lecouvreur de Cilea, que se adapta como un guante a sus características, dicha con garra dramática, y luciendo, -como un soplo-, impecables pianísimos, …-un sofio è la mia voce-, …hasta el crescendo final.
Como puso de nuevo al público en pie, tuvo que recurrir a Puccini y a su ‘Vissi d’arte’ de la Tosca. Más verismo, y más verdad, con derroche de fuerzas y trabajo de los reguladores, alargando las notas como los mejores, hasta el final. Grandes del fiato como Fleta y Caballé tienen aquí una colega en la línea, que consigue, como ayer mismo, que el oyente sensible saliera de Les Arts completamente arrebatado.
Con su musicalidad y elegancia, Ermonela Jaho, la soprano de voz limpia, reina de la expresión y de los filados, extiende su arte hasta el corazón del público. Busca la catarsis con su voz, que es un soplo delicioso, …y que muere con el nuevo día.
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 4 de febrero de 2024
Recital de arias y canciones
Obras de Tosti, Bellini, Donizetti, Verdi, Leoncavallo,
Cilea, Giordano, Mascagni, Albéniz,
Gounod, Viardot, Massenet, y Poulenc
Ermonela Jaho, soprano
Rubén Fernández Aguirre, pianista