Tu padre juega a la Play y se viste en el Primark. Tu madre te sigue en el Insta. Tu tía cuarentona aún no sabe qué quiere ser de mayor. Su hermano, con 32, aún vive en casa de los abuelos y tu profe hace Tik-Toks… ¿Qué te hace distinto a ellos?
Así de contundente comienza el podcast Puber_Generación de Tácticas de Choque donde se analiza uno de los problemas de los adolescentes de hoy en día: la falta de un mundo propio desde el que reivindicarse. Y es que los valores y modos de la juventud se han convertido, debido a diferentes causas como la precariedad y la cultura del hedonismo, en los valores y modos hegemónicos en nuestra sociedad.
Hace un año, una amiga coreana me preguntaba si en España teníamos fórmulas lingüísticas para marcar el respeto. El coreano, al igual que el japonés, es una lengua que incluye en su propia gramática las diferencias sociales. Hay tres maneras de formular las frases dependiendo del grado de respeto y confianza. Tanto es así que los coreanos y los japoneses, cuando se conocen, muestran su tarjeta de visita entre las manos. Es la forma de saber, con un solo golpe de vista, quién debe acabar primero la reverencia y quién debe agachar más la cabeza. Pero sobre todo es la forma de saber cómo hablar al otro pues la lengua requiere obligatoriamente conocer cuál es exactamente tu estatus en la conversación.
Antes distinguíamos entre tú y usted, le conté. Pero cada vez se usa menos. La chica me miró preocupada: ¡La juventud ya no respeta nada!, me dijo. Yo sonreí y la saqué de su error: No es culpa de los jóvenes, son los mayores los que no quieren que se les hable de usted porque les hace sentir viejos.
Todos quieren ser jóvenes. Un anuncio de un banco muestra a un abuelo con actitud chulesca adolescente diciendo que somos mucho más que boomers, millenials o Z. En la serie Modern Family, Cam y Mitch afirman que el hecho de ser un matrimonio gay les dará ventajas como padres pues escuchan la misma música que los jóvenes: Rihana, Lady Gaga... En First Dates, una madre y una hija afirman ser mejores amigas y salir siempre juntas de fiesta y de ligoteo.
La juventud se ha extendido mucho más allá de donde solía hacerlo. Como dice el podcast, las fiestas remember de los 80 duran ya el triple que los 80.
¿Qué está ocurriendo?
Por un lado, la precariedad laboral no nos lo pone demasiado fácil. Podríamos decir que la diferencia entre ser adulto y joven tiene que ver con las responsabilidades que te obligan a afrontar la vida de una forma más estable, rutinaria y seria. Pagar la hipoteca, medrar en la empresa, cuidar a los hijos… Son el tipo de cosas que necesitan una vida más o menos centrada. Pero, ¿qué ocurre cuando por culpa de empleos cambiantes y mal pagados nada de esto es posible? Cuando debes compartir un piso de alquiler, cambias de trabajo a menudo y los hijos no riman con tu cuenta corriente…
¿Es posible vivir como un adulto sin tener responsabilidades de adulto?
Por otro lado, y no menos importante, nos negamos a envejecer y a parar el ritmo. Somos una sociedad educada por la publicidad, el couching buenrrollero y las películas hollywoodienses para disfrutar, consumir y vivir eternamente como Peterpanes.
Queremos disfrutar hasta el último segundo que nos quede.
¿Pero qué pasa con los jóvenes? Ellos crean su personalidad en cierto modo como oposición al mundo de sus padres, al mundo adulto. Como decía el filósofo Pascal, nos nacen en un mundo en marcha del que no sabemos nada. Nos arrojan a una vida por cuyas reglas y protocolos jamás nos preguntaron. De alguna forma es el deber de cada generación reescribir el mundo y cambiar sus formas. Pero, ¿qué ocurre cuando los espacios propios de los adolescentes son ocupados por las generaciones anteriores? ¿Cuando cada vez que encuentran un lugar alternativo este es invadido rápidamente por sus mayores?
Este hecho no había ocurrido nunca con anterioridad. Ningún mod compartió la Vespa con su padre, ningún punk fue a comprarse ropa con su madre, ningún bakala se encontró a su tío en el baño de una discoteca en actitud sospechosa... y sin embargo, hoy en día esto es perfectamente posible: padres e hijos que salen por las mismas zonas de ocio, compran juntos en las mismas tiendas, escuchan la misma música, juegan a los mismos juegos online y se ponen likes en las redes sociales.
A esta generación le está costando perfilar su identidad por oposición, como alternativa a los adultos. Tal vez porque en el mundo capitalista apenas existe la alternativa. Todo es fagocitado por el mercado. El rebelde Yung Beef. símbolo del undergroud, posa para Calvin Klein. Instagram se convierte en la red imprescindible para cualquier negocio o perfil que quiera tener un poco de visibilidad. Los anuncios usan el reggeaton para vender refrescos y los youtubers son subvencionados por diferentes marcas comerciales.
La juventud se ha quedado sin espacio y sin otredad. Para quien le interese: la hija de Cam y Mitch, en la serie antes citada, acaba escuchando death metal. Que sirva como metáfora y conclusión de lo que aquí se dice.
Tal vez por ello (y aquí estoy aventurándome demasiado pero no está de más citarlo porque yo mismo lo he observado en las aulas) nos encontramos muchos niños dibujando svasticas en la pizarra o gritando Arriba España con el brazo en alto. Muchos de ellos sin saber muy bien qué significa realmente esto. Solo saben que la cara de horror que ponen sus profesores y padres les gusta. Si no tienen nada a lo que oponerse, se opondrán al sentido común y a la decencia.
Y no podemos culparnos del todo.