A todos nos seduce viajar. Unos pueden. Otros no. Llevo un largo tiempo recreándome de la vida e historia de otras culturas y personajes a través de la literatura. Ahora estoy callejeando la ciudad de Londres de hace dos siglos. Recuerdo mi primera visita en 1989 haciendo acopio de discos y camisetas. Mis fotos, por dos libras con los punks.
Mis desplazamientos son baratos. Modestos. Sin alegrías. Sin buffet. No son low cost. Disfruto de los barrios chinos. Mi agencia de viajes es una librería o una biblioteca. He tenido la suerte, y gozado, de que con casi ocho años de edad había visitado Odesa, Yalta, Palermo, Estambul, Atenas, entre otras ciudades-estado europeas.
Fui destetado por el turismo familiar, y perdí la virginidad con el turismo deportivo, facilitándome el patear casi toda España y Europa. Siempre o casi siempre subido a vagones de tren o autobuses. Al avión le tengo respeto. Por eso no he tenido voluntad ni ganas de cruzar el charco. Tampoco hoy en día viajaría a estados dirigidos por tiranos, ni que se respeten los derechos humanos.
Me faltan pocas galias por conquistar del viejo continente. Incluso hasta he llegado a jugar a fútbol en la tierra de los vikingos. El césped del estadio Ullevi se resistió por fallar un penalti siendo el capitán del equipo.
Si tengo que elegir mi retiro o exilio, tres son mis preferencias, la Lisboa de Pessoa, la Roma de Marco Aurelio o la vida es bella en el Arezzo. Allí probé la trufa gracias a Lala, una perra avispada. He dormido en albergues, pensiones, obras, hostales y gimnasios. Y el mes de agosto en el calendario, cuando la ciudad de València se vaciaba, ese tiempo lo dejaba para redescubrir la capital del Turia hasta que dejó de echar el cierre por vacaciones.
Todo este idilio personal finalizó en el momento que nos internacionalizamos. Nos hicimos mayores. Creo que València morirá de éxito. La semana fallera es el test de lo que se nos viene encima. La ciudad de València habita de recursos limitados y no podremos soportar tantas llegadas y tantas salidas. Manises es el termómetro.
Debemos entre todos los valencianos repensar la ciudad que vivimos, sufrimos y disfrutamos. Y de vivir y de vivienda es de lo que se trata. No podemos pasar de ser constructores a ser teleoperadores. Del bogavante a la tempura. De ocupar a ser ocupados.
Me duele en el alma escuchar a amigos y familiares el cambio de dotación que destinan a la vivienda. El room sevice se ha convertido en el nuevo uso y destino de un cliente semanal, no inquilino temporal, de la vivienda en València. Y de ahora en adelante que la "ocupación" no será ningún problema, las viviendas vacías deben regresar al futuro.
Es indecente que un trabajador por vivir pague cuatrocientos euros por una habitación, o que una familia trabajadora no residente, con el fin de costearle a sus hijos unos estudios en la Universitat llegue a soltar de sus ahorros la friolera cantidad de seis cientos euros al mes. No nos lo podemos permitir.