VALÈNCIA. La pasada temporada pudo verse en la sala pequeña del Palau de les Arts una deliciosa ópera de Haydn destinada a un teatro de marionetas: Philemonund Baucis. Esta vez, en la misma sala -que vendrá a tener el mismo aforo que el teatro particular de la familia Esterházy para la que trabajaba el compositor- hemos disfrutado de otra maravilla, y no para marionetas: Il mondo della luna.
El Haydn operístico es un compositor muy poco conocido. La grandeza de su legado en el campo del oratorio, así como en el sinfónico y el camerístico, han velado, de alguna manera, el conocimiento y la difusión de sus óperas. En los últimos años, sin embargo, algo empieza a cambiar. En Valencia el mérito corresponde al intendente dimitido de Les Arts, Davide Livermore, que supo utilizar los diferentes espacios del recinto para dar cabida a dos grandes nombres cuyas óperas habían tenido, hasta hace poco, una limitadísima repercusión en la ciudad: Britten y Haydn.
Il mondo della luna ha venido a Valencia en la coproducción de la Ópera de Montecarlo con el Teatro Arriaga de Bilbao. Emilio Sagi, como director de escena, muestra su habitual sensibilidad para que las “actualizaciones” de decorados, vestuario y atrezzo no se conviertan en disparates. Marca una línea donde se mezclan congracia el homenaje al musical americano –esas escaleras donde bailarines y cantantes dan un punto más de espectacularidad a las historias- con el diseño colorista de las cocinas y los peinados punkys, o quizá sesenteros, de las chicas. Tiene buen encaje en ella la comedia dieciochesca de Goldoni,con las intrigas amorosas que rodean a las hijas de un señor mayor interesado por la luna... y por su joven sirvienta.
Tal comedia, en la que se basa el libreto, pone el acento en la sinrazón de un padre que ignora la opinión de las hijas respecto a su propio matrimonio. Y aunque el hilo argumental se desarrolle en un sentido“astronómico”, el núcleo y la moraleja del espectáculo retratan el hundimiento de una moral patriarcal que, ya en el siglo XVIII, resultaba vieja. Los enamorados de las chicas embaucan (con ayuda del opio) al padre, para hacerle creer que se habían trasladado a la luna, donde gobierna un “emperador”ejemplar (uno de ellos disfrazado). Éste se ocupará de dar cancha a las afinidades de los jóvenes. Haydn calificó su obra como “dramma giocoso”, y, de hecho, la comicidad es uno de sus pilares.
Se estrenó el año 1777 en el castillo de Eszterháza, donde servía el músico de Rohrau como maestro de capilla. Se anuncia ya en este Mundo de la luna su capacidad para conseguir que la orquesta pueda ponerse al servicio de un contenido extra musical, como sucederá después en los dos grandes oratorios de La Creación o Las Estaciones. En ellos, el canto se apoya en una música que sobrepasa el mero acompañamiento, pues crea atmósferas, describe sentimientos y acompaña o prefigura acciones. Con gran eficacia, por cierto, ya que las fantasías“lunares” de la ópera que vimos el día 10 marcan ya el camino de las eclosiones cósmicas que llegarán, más tarde, en La Creación.
El tratamiento de la voz también se acopla, con gran plasticidad, al carácter delos diversos personajes y situaciones. Es más: en el que sufre una mayo revolución, Buonafede –no sólo como padre, sino como arriesgado partícipe en viajes extraterrestres- el canto se pliega menos a los moldes convencionales, ciñéndose expresivamente a las vivencias que atraviesa. También ocurre así, en cierta medida, con Lisetta, su criada, que pasa de esta condición a la de reina de la luna, para retornar luego a la casilla de salida. Las hijas y los enamorados no exhiben tanta evolución psicológica, aunque la música cincela,para cada uno de ellos, un carácter específico. Esta capacidad de “pintar”individualmente a cada personaje y sus interacciones es lo que diferencia a un músico dotado para la ópera de otro que no lo es. Y Haydn,aunque sólo escribiera 15, está en el primer grupo.
La representación de Valencia estuvo a cargo de los jóvenes cantantes del Centro de perfeccionamiento Plácido Domingo, con inclusión de Nazomi Kato, becaria del mismo con anterioridad. No puede negarse el valor de la experiencia, pues Kato (en el papel de Lisetta), que ya ha iniciado una carrera profesional, fue una de las voces que más gustó, por el control de los registros, sus tablas como actriz, y el fraseo lleno de naturalidad. Cosechó también grandes aplausos Jorge Eleazar Álvarez, como Buonafede, por la proyección de la voz, el timbre grato, la claridad de los recitativos y la solvencia en dúos y números de conjunto. Es, sin duda un activo muy prometedor del Centro, y sólo flojeó algo en el registro agudo. Atractiva resultó también la voz de Olga Syniakova (Ernesto), especialmente tras el descanso. Más dificultades se observaron en los personajes de Ecclitico, Clarice y Flaminia, con partes que incluían algunos pasajes de coloratura complicados y -sobre todo en el primer caso- pasos al agudo que no se resolvieron bien. Andrés Sulbarán (Cecco / Emperador) asumió un papel menos compremetido, que cantó con acierto. Todos ellos funcionaron, por otra parte, como desenvueltos actores que comprendían bien el espíritu de la obra. Hay que alabar, muy especialmente, el ajuste conseguido en los números de conjunto, especialmente en la escalera, donde, con pocos medios se montó una coreografía eficaz, destacando el notable desparpajo de las bailarinas y el de los miembros del Cor de la Generalitat, que supieron actuar como auténticos boys mientras cantaban.
La orquesta, dirigida por Jonathan Brandani, estuvo más atenta al ajuste y a la energía latente en la partitura que a la plasmación de los colores y atmósferas poéticas. En cualquier caso, funcionó con eficacia, y fue un firme apoyo para las voces en escena.