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EL CUDOLET / OPINIÓN

El silbato de Rita

21/09/2019 - 

A velocidad de patín con el motor en marcha la ciudad pedalea a 30 km/h. Por una parte encontramos a la Autoridad Municipal colaborando estrechamente con el medio ambiente, en la otra, un rival fuerte, el mercado libre que carece de sistema nervioso. Solo crece el turismo a velocidad 6G, y eso que los valencianos somos unos privilegiados por disponer de un 'xicotet' aeropuerto. Embarcar a cualquier destino del planeta es rápido, accesible y económico, pese a las molestias ocasionadas al barrio de La Fuensanta por el ruido de los aviones que sobrevuelan las alturas de dichos bloques de edificios y sus alrededores. No puedo decir lo mismo de la Estación Central de Autobuses renegada al ostracismo. 

El gigantismo valenciano no ha desembarcado en Manises. Raro fue en la ociosa época del arroz de bogavante que los amos del ladrillo, en alguno de esos copiosos almuerzos no propusieran a las autoridades pertinentes el traslado del aeropuerto.  Si nos vino grande la construcción del nuevo Mestalla tras el ladrillazo de la crisis, no quiero ni pensar lo que hubiera dado de sí el desplazamiento del aeropuerto a tierra de nadie en consorcio con Fomento. La última reforma de altura, aparcamiento y terminal, creo recordar fue a propósito de la celebración de las regatas del 2007, gobernando la España plurinacional el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. 

Septiembre ha llegado, el otoño también, y pronto recalarán en nuestras aguas las sabrosas angulas. Leía hace unos días un texto interesante, nada académico, legible, escrito por la pluma de Amando García, Catedrático de Física Aplicada en la Facultad de València sobre la contaminación sonora en la Comunitat. Parafraseando a Azorín “en València hasta lo más material se transforma en estéreo”. El libro de García publicado en 1995 por la Generalitat Valenciana en conjunto con el Consell Valencià de Cultura analiza los conceptos fundamentales del ruidoso mapa sonoro de la Comunidad centrado en la cubierta del  Cap i Casal.   

 

Siempre recomiendo en mis artículos la lectura de la filosofía casera, labor sana, productiva y rehabilitadora. A mediados de los años noventa el silbato de Rita Barberá puso fin al desmadre a la valenciana, la alcaldesa sacó tarjeta roja con la respectiva expulsión nocturna de la fiesta. Despojados de ella, el jolgorio de los ochenta quedaba relegado para el recuerdo aunque siempre nos quedará su música. Barberá finiquitaba los conciertos celebrados en Las Fallas, a Rita le gustaba mucho desplazar la ciudad, si tuviera que enumerar los movimientos llegaría primero a la prórroga, terminando en tanda de penaltis siendo los más largos del mundo. Además aprobó la oprobiosa dictadura de la ley seca prohibiendo la venta de bebidas alcohólicas en establecimientos después de las diez de la noche, medidas entre otras, adoptadas para aplacar el bacalao nocturno. El Partido Popular se ponía manos a la obra regulando horarios en terrazas, discotecas y pubs e incluso intervenía en la fiesta fallera blindando a los vecinos del ruido durante la semana josefina. 

Pese al esfuerzo de Rita en frenar al molesto ruido, València, a principios de siglo encabezaba los primeros puestos del ranking nacional de ciudades españolas con mayor ruido ambiental. Tras la aplicación de zonas ZAS,  Xúquer, Woody, Juan Llorens y El Carmen, la ciudad reducía tímidamente su nivel sonoro mejorando la situación de los ochenta. Por el contrario el volumen de decibelios aumentaba en el sector hostelero por las severas medidas aplicadas a un colectivo gravemente perjudicado. 

Desde entonces me ha interesado mucho esta causa, librar a València de la batalla del estruendo del ruido, difícil tarea por vivir pirotécnicamente atado a una ciudad eternamente festiva. Tras la incursión de las nuevas energías renovables en los despachos del Consistorio valenciano recibimos a la alternancia política en una noche histórica tras la debacle electoral del Partido Popular al mando de la ciudad durante más de dos décadas. Desintoxicado de la fiebre del sábado noche, de los grandes eventos, de castillos en el aire, el pedal del ecologismo penetraba en el Ayuntamiento. En cinco años de gestión del equipo de Joan Ribó,  València se ha transformado en otra ciudad primando la movilidad como motor del cambio. Lejos de conseguir un certificado de calidad en materia de contaminación acústica, cualquier acción llevada a cabo por el bipartito, cayó València en Comú, genera demasiado ruido ambiental. 

 

Pongamos fin a la contaminación acústica, a todos nos afecta. Tarde o temprano vendrá la impuesta a la València tomada por los visitantes y tendremos que oponer resistencia o renunciar a ser ciudad. No quiero que València tome el relevo turístico de Barcelona. Manises debe quedarse quieto y desviemos el tráfico aéreo a Castellón, así aliñaremos mejor la ensalada.

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