Isabel Bonig proclama la "centralidad" del PP pregonando a los cuatro vientos su admiración por Margaret Thatcher
Margaret Thatcher es el paradigma de líder político de derechas de la segunda mitad del siglo XX. De la derecha pura y dura democrática. Procedente del ala derecha del Partido Conservador, que lideró entre 1975 y 1990, la Dama de Hierro fue valorada por la firmeza que mostró en la defensa de sus ideas, que impuso como si condujera una apisonadora durante tres mandatos consecutivos como Primera Ministra (1979-1990). Los sindicatos británicos, el IRA, el Kremlin, la dictadura argentina, las clases humildes del Reino Unido y toda disidencia interna en su partido fueron los damnificados más conocidos de una mujer de principios que dimitió cuando el último de sus fieles -Geoffrey How, recientemente fallecido- la abandonó dando un portazo y ella no se vio suficientemente respaldada por el Partido Conservador a pesar de obtener, en un proceso interno, el 55% de votos de los diputados tories.
¿Se puede ser admirador de la ultraconservadora Margaret Thatcher y proclamarse de centro? Sí, según Isabel Bonig, la líder por accidente del PP de la Comunitat Valenciana, quien se encuentra muy cómoda cuando la califican como “la Thatcher valenciana”.
En su puesta de largo como lideresa en el Fórum Europa, Bonig eligió como presentadora a María Dolores de Cospedal y proclamó la “centralidad política del proyecto del PP” entre cita y cita de “mi querida Margaret Thatcher”, incluida una contra los consensos. A Bonig, como a su admirada líder mundial, los consensos le parecen una pérdida de tiempo. Efectivamente, Thatcher dijo que no habría conseguido nada si hubiese necesitado consensos, pero ella nunca contó con la oposición porque arrasaba con sus mayorías absolutas. En el colmo de la coherencia, se marchó cuando vio que estaba obligada a pactar no ya con los laboristas, sino dentro de su propio partido. Hay que ser valiente para emular a la líder británica cuando las encuestas dan a tu partido el 25% de los votos y tienes las listas electorales por hacer.
En cuanto a las formas, Bonig ha cogido la bandera de la “centralidad política del PP” haciendo gala de una vehemencia que recuerda a las intervenciones de Thatcher en el Parlamento británico, pero que requeriría cierta modulación, porque el tono cuenta. Está bien querer “despertar” al electorado popular, pero no da imagen de centralidad abroncar en cada discurso al primero que pase por delante, el otro día a los dirigentes empresariales y sindicales que se reunieron con Ximo Puig, a los que descalificó con foto incluida, tildándolos de “vieja política y viejos actores”. Lo comentan en el PPCV, cada intervención de su lideresa es igual de dura que la anterior, Bonig contra el mundo, y eso puede llegar a cansar.
En cuanto al fondo, la dirigente de la Vall d’Uixó defiende la iniciativa privada, la colaboración público-privada en los servicios públicos, la igualdad de oportunidades “de salida, nunca de llegada” -becas sí, pero no rentas básicas- y, en fin, lo que defiende un partido liberal-conservador al uso. Eso sí, sin concesiones a las medias tintas. Rechaza la equidistancia y critica a Ciudadanos por practicar un “centrismo sin contenido”. El contenido lo pone Bonig, solo que no es equidistante ni de centro, es de derechas y tiene como modelo a Margaret Thatcher. No parece el mejor cartel frente a un Consell bipartito que ha devuelto algunos derechos a los menos favorecidos -retirados por el Gobierno del que Bonig formaba parte- y ha subido los impuestos a los más ricos.
Thatcher le vino mejor al Reino Unido de cara al exterior que de cara al interior. Una dama de hierro nos habría venido bien a los valencianos en nuestra ‘política exterior’, para negociar las transferencias con el Gobierno de Felipe González en la época de Lerma, para pelear por un buen sistema de financiación autonómica con Zaplana de president y para demostrar firmeza cuando tocó renegociar el reparto del dinero, con Camps y Fabra en el Palau. En este sentido, tampoco parece la mejor actitud de cara al electorado llamar "llorones" a los gobernantes valencianos que claman ahora por una financiación justa. Puede que Puig no sea tan firme como la Dama de Hierro a la hora de negociar, o puede que sí, ya veremos, pero llamarle llorón no ayuda ni a Puig, ni al PP ni a los intereses valencianos.
Y puede que tampoco ayuden al partido las listas del PP en las tres provincias valencianas si se confirman los nombres que figuran en las quinielas, que son más que los que caben en los puestos de salida, como no podría ser de otra manera. Ahí puede que no haya consenso, pero no porque no lo quiera Bonig, sino porque vengan directamente impuestos desde Génova. Con bastantes menos escaños que rascar, es muy probable que haya renovación cero, y eso es muy mal cartel.