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El teatrillo de la "España viva"

26/04/2019 - 

Mitin de Vox en Valencia, en el museo Príncipe Felipe. Mucha expectación. A eso juega Vox, y lo hace muy bien: a generar expectación. Su discurso se basa en un relato de éxito, en la rebelión de la "España viva" contra la adversidad: contra los medios de comunicación, contra los partidos tradicionales, contra la "dictadura progre", signifique lo que signifique eso en un país en el que hasta hace diez meses mandaba el PP, y además llevaba mandando siete años.

Igual es que diez meses de "dictadura progre" se les han hecho insoportables, pero el germen de Vox es anterior: proviene de la "España de los balcones", que se vio agredida con el referéndum independentista catalán del 1 de octubre de 2017, y reconfortada con el discurso del rey Felipe VI dos días después. Españoles que vieron, y quizás ven, su país en peligro, y que se sintieron insuficientemente protegidos o representados por el Gobierno de Rajoy. En su momento, Ciudadanos intentó apropiarse de esos votantes, y llegó a posicionarse como primer partido en las encuestas; ahora esos votantes se han ido a Vox, y Ciudadanos y PP se desgañitan, literalmente, para liderar una derecha partida en tres; Vox quizás no logre liderar la derecha tras el 28A, pero sin duda la condiciona poderosamente.

El relato de éxito se basa también en vencer a las encuestas, que ya les dan resultados muy buenos para un partido que apenas sacó un 0,5% de los votos en 2016. Pero ellos aspiran a ganar, o eso dicen. Y, sí, lo dicen todos los partidos. Pero el público asistente al mitin de Vox tiene, indudablemente, ilusión. Hay bastante diversidad generacional: primeros votantes, parejas de mediana edad, señores mayores con la bandera de España. Sin embargo, se percibe claramente que la mayoría de los asistentes provienen del PP, y no sólo por su aspecto. Sobre todo porque, si les preguntan, eso es lo que dicen. Pero funcionan con el entusiasmo del que vuelve a creer en la política; también a creerse cualquier cosa.

El público de Vox no es el de la extrema derecha "dura", tipo España 2000, con macarras de gimnasio y esvásticas. Quiere ser una extrema derecha "civilizada", para seducir a los votantes de orden y llegar a amplias capas de la sociedad. A mí este mitin y el ambientillo, de los votantes del ala derecha del PP, me han dado la sensación de un regreso a los orígenes del partido, a Alianza Popular, cuando en 1977 Fraga intentó hacerse con los votantes de lo que denominó el "franquismo sociológico", la gente que estaba satisfecha con el franquismo y los valores que encarnaba. Esa gente quería seguridad y que no les tocasen España tal y como ellos la veían, y Vox vendría a representar lo mismo. Por eso, sus mítines, su iconografía, todo lo que rodea al partido, exuda España por todas partes; en la batalla por la supremacía en la derecha, el PP y Ciudadanos lo tienen crudo para igualar tal nivel de rojigualda en vena.

En Vox presumen constantemente de que son los únicos que llenan hasta reventar sus mítines, en escenarios en los que "los demás partidos no se atreven". Vamos al mitin una hora antes de que empiece, porque se supone que habrá muchísimas colas para entrar, pero cuando llegamos, aunque hay, en efecto, mucha gente agolpada en la puerta, subimos sin dificultad al primer piso, donde está el hall del museo. Ya hay bastante gente, pero el aforo no llega en ese momento a la media entrada. Por otra parte, la megafonía pone canciones (españolas, claro) sin cesar y hace un ruido insoportable, así que nos salimos fuera; ya entraremos cuando empiece el show.

El escenario, al fondo, tiene una pantalla gigante detrás, y hay varias en los laterales, para seguir el mitin. Todo está muy bien organizado y tecnificado, con un nutrido personal de seguridad (como no podía ser menos). Para ser un partido primerizo, hay que decir que en Vox se percibe mucha solvencia, en lo logístico y en lo económico. Irán paga muy bien, indudablemente.

Ayer, en el museo Príncipe Felipe, había mucha gente, tal vez 4.000 personas; pero no era, ni de lejos, un lleno. Sin embargo, la liturgia del llenazo ya está completamente establecida en Vox. La necesitan, porque de cada mitin lo más importante no es lo que se dice (siempre se dice lo mismo y, como verán, no merece mucho la pena), sino la sensación de éxito que destilan los comentarios de Vox en las redes sociales. El llenazo. La gente que se queda fuera. Abascal que les habla con un megáfono. La "España viva" de marras, en pleno éxtasis.

Ayer no había llenazo, decía, pero en Vox lo crearon. Cerraron las puertas cuando aún faltaba muchísimo para que se llenase el recinto (no llegaba a dos terceras partes), y no digamos los aledaños, con el exclusivo objetivo de que se quedase gente fuera, unas 300 personas que se agolpaban en el piso de abajo, sin poder pasar. Poco antes de comenzar el mitin, aparece Abascal, rodeado de no menos de diez personas, personal de seguridad, todos hombres. Coge su megáfono y se dirige a las 300 personas que se han quedado fuera del "llenazo" del mitin. Les dice que esto no es el País Valencià, sino el Reino de Valencia (guiño blavero), y que aquí están para ofrendar nuevas glorias a España (gran ovación). Y se marcha, dejándoles allí tirados.

Me pongo a mirar por la barandilla cuando Abascal ya ha entrado. Al lado de mí, unas señoras que quieren creer explican que "claro, la verdad es que hay mucho sitio dentro, pero no les podrán dejar pasar por seguridad". Abajo, una mujer grita "¡Fascistas!" al público que se ha quedado a las puertas, y se da un beso con su novia. El público se ríe de ella y aplaude. El ascenso de Vox genera preocupación en mucha gente.

Por fin comienza el mitin. Primero habla José María Llanos, candidato a la presidencia de la Generalitat. Vox quiere suprimir las autonomías. Es decir, el candidato quiere que desaparezca la institución que aspira a liderar. ¡Eso es desapego por el poder, y lo demás son tonterías! Continúa anunciando que quitarán el impuesto de sucesiones, y la gente vibra. A menos que los asistentes sean los 4.000 valencianos con mayor nivel de renta de la Comunitat (que todo podría ser), no tiene mucha lógica. También acabarán con la ley de violencia de género, gran bestia negra del partido, y con la eutanasia (que aún no está regulada).

Llanos da paso a Ignacio Gil Lázaro, cabeza de lista por Valencia. El presentador, Chimo Díaz, lo presenta como alguien que "era de Vox antes de que Vox existiera", y no se equivoca al decirlo, porque Gil Lázaro lleva en política desde 1979, cuando entró en Alianza Popular. Fue diputado (o senador) ininterrumpidamente desde 1982 hasta 2016, cuando se cayó de las listas del PP, y le costó poco encontrar su vocación tardía por Vox, hace unas semanas, cuando le ofrecieron la candidatura.

Exactamente cuarenta años después de comenzar Gil Lázaro en AP, aquí está, en Vox, con un discurso delirante y aburridísimo con el que casi consigue dormir al auditorio. Sí, Gil Lázaro duerme a la España viva, y es que transmite claramente la sensación de que su discurso, plagado de incoherencias y con nulo entusiasmo, es un trámite para conseguir su preciado escaño. Pero no lo lean como un reproche: si se fijan, la palabra "España" se parece mucho a "escaño". ¿Qué mejor manera de demostrar su compromiso con España que volver a ocupar un escaño? ¡Escaño por España!

Cuando está terminando Gil Lázaro, los de seguridad dejan entrar, por fin, a los que se habían quedado haciendo cola para que Abascal escenificase su teatrillo del "llenazo". Llegan con cara de felicidad, porque finalmente han logrado entrar. ¡No os preocupéis, si hay sitio de sobra!

Comienza Abascal. Es un discurso intenso, dirigido a las vísceras del auditorio. Una sucesión de golpes y críticas a la "dictadura de los progres" y la "derechita cobarde", sin coherencia global, pero muy eficaces; se nota que esta es la enésima vez que lo recita, porque, tras dos frases dedicadas a la parroquia local ("esto es el Reino de Valencia, nunca el País Valencià" y "estáis aquí para ofrendar nuevas glorias a España", es decir: lo mismo que les dijo a los del megáfono antes, y que ahora les repite), se lanza a lo suyo, entre aplausos y gritos de "¡Presidente! ¡Presidente!".

Los enemigos de la "España viva", dice Abascal, son el separatismo y la "dictadura progre". Más o menos como en 1936. Como siempre. El Estado de las Autonomías hay que reformarlo, porque, según dice, nos quieren obligar a hablar en catalán, una frase que suena a [ponga aquí su referencia a la comunidad local].

Sique Abascal: hay que cerrar las fronteras. Los progres quieren abrirlas porque ellos viven cómodamente en sus mansiones de altos muros y no ven a los inmigrantes. Los obreros votan a las derechas porque se sienten traicionados por los progres. Muchos viven en barrios complicados, no como los pijiprogres, y están hartos de aguantar a los okupas, a los que hay que echar sin contemplaciones. Gran ovación. Denuncia, enardecido, "la locura de los progres que se piensan que el obrero está preocupado por el heteropatriarcado, o el estudiante por la custodia compartida de mascotas".


"¿Habéis visto el video del currante del pladur?", pregunta Abascal. ¡Siiiiiiii!, grita el público. Se refiere a este vídeo. "Ismael -el trabajador que llevaba el pladur- Ha prestado un servicio excelente frente a un progre que le quería buscar las cosquillas". Indudablemente, la entrevista en cuestión ha sido un gran éxito para Vox, porque constituye una caricatura de lo que dice Abascal que es la "dictadura progre". Al líder de Vox no le hace falta mucho más para proclamar la llegada de "La España del pladur". En otro contexto, podría sonar como un eficaz reclamo comercial.

Todo el discurso va dirigido a vender que Vox recoge las preocupaciones del buen pueblo español, y muy especialmente la clase trabajadora, desamparada ante la "Casta" de los progres potentados. ¿Les suena? Al menos, Podemos provenía del espacio ideológico que tradicionalmente representaba los intereses de dicha clase trabajadora. Vox muerde por ahora en el electorado de la derecha, pero aspira claramente a buscar la transversalidad, como el Frente Nacional francés, y a nutrirse también de voto abstencionista y exvotantes de izquierdas.

Me voy pensando que el domingo, si las encuestas se equivocan en algún sentido que beneficie al trío de las derechas (es decir: si las tres derechas suman), será Vox quien dé la campanada. También pienso que, sin embargo, el tiempo no juega a su favor. Se les ven demasiado las costuras. Tarde o temprano, el teatrillo quedará claramente evidenciado ante la opinión pública, y también ante sus votantes que no provengan claramente del espacio al que Vox pertenece: la derecha del PP. Pero mientras, tienen una ventana de oportunidad, y por lo pronto han logrado desquiciar a los otros dos partidos de la derecha, inmersos en una infernal espiral por parecerse más a Vox que el otro. 

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