VALÈNCIA. Gracias al Palau de la Música, el afortunado aficionado que consiguió entrada pudo ayer disfrutar de otro grande de la lírica del panorama internacional como es el peruano Juan Diego Flórez. El recital, enmarcado en el abono de la temporada, tuvo que celebrarse en el viejo Teatro Principal, -ese decano desvalido y descuidado-, ya que la sede que vuelca al Jardín del Turia sigue cerrada para conciertos, a la espera de unas obras polémicas que ni siquiera han comenzado.
Algún día empezarán. Y otro acabarán. Esperemos. Porque entonces sí podrán celebrarse recitales como el de ayer en lugar adecuado. Y es que, ya que viene un grande de la ópera, y además a cantar ópera, -tome nota Les Arts-, resulta penoso alojar el evento en un espacio vetusto y no apto, de escenario con iluminación deficiente, y de dimensiones y configuración inadecuada, sobretodo en tiempos de pandemia.
Efectivamente, la dispersa distribución de los profesores de la orquesta, y la colocación de las consabidas mamparas de separación, propiciaron un resultado pobre, especialmente desde el punto de vista acústico al respecto de la orquesta. El conjunto instrumental de Tebar se mostró segura y profesional, pero sonó siempre descompensada, con presencia dominante de las cuerdas, y con fondo de viento y percusión, que se diluyó entre bambalinas y torre escénica.
A pesar de ello, -y conocedor de ello-, Ramón Tebar llevó al conjunto con acierto y eficacia, imprimiendo aire y resaltando el colorido de las piezas, que lamentablemente llegaron tamizadas, sosas y sin brillo. En esas circunstancias no lo tenía fácil el director, que compensó realizando una excelente labor de coordinación entre la orquesta y el tenor, con quien se observó adecuada complicidad.
También hoy en día Juan Diego Flórez es el decano de los tenores belcantistas, y ayer demostró por qué es tan aclamado. Flórez, abanderado del casi perdido estilo del clásico tenor belcantista, es dueño de un privilegiado instrumento de tenor lírico ligero muy completo, y lo maneja con seguridad, elegancia y maestría excepcionales para un canto legato, de frases decididas, excelente dicción, y de extraordinaria musicalidad.
Su ortodoxia en el arte del bel canto es tan estricta, que cada aria que interpreta sirve para una clase magistral, aún a costa de dejar frío a quien busque otras emociones. La frialdad de Kraus, la lleva ahora Juan Diego Flórez, y sólo en esa esfera de profunda simplicidad es donde hay que buscar la emoción. En esa severidad reside el calor del maestro Flórez. No arriesga porque no lo necesita, y porque busca un canto íntegro y honesto. Por eso no emociona a todos, pero sí entusiasma al que sabe apreciar la pureza del estilo, y la limpieza y homogeneidad de su voz, escasa de graves, volumen, y de brillo, pero sana, aérea, equilibrada, y de perfecta proyección en la máscara.
Es de agradecer que un artista elija un repertorio como el que trajo Flórez ayer, algo ecléctico, pero repleto de arias conocidas, para el lucimiento del tenor y el disfrute del público. Quizá por eso se oyó en el teatro un ¡bravo! antes incluso de que el peruano abriera la boca.
Comenzó Flórez con arias de Rossini: “Deh tu m’assisti amore” de Il signor Bruschino, y “Quell’alme pupile” de La pietra del paragone, ocasión que el maestro no desaprovechó para dejar bien claro que es el rey del legato, del canto fraseado, y de la coloratura. Demostró cómo la técnica permite emitir con igual color todas las notas con independencia del registro, incluso sus fáciles y seguros agudos.
Con estilo y gusto inigualables Flórez interpretó de L’elisir d’amore “Una furtiva lagrima”. Deliciosa, por gusto inigualable, hizo gala de un fraseo, tiempos y respiración impecables. Este fue uno de los momentos clave del recital, donde dejó claro que estaba en su especialidad, y la manejaba con seriedad y grandeza histórica. Terminó el momento Donizetti con el recitativo y aria final de Lucia di Lammermoor, “Tombe degli avi miei”, para dar muestras de nuevo de su privilegiada categoría vocal.
Con igual seriedad que afronta su clara especialidad del bel canto para lírico ligero, acomete Juan Diego Flórez un repertorio de tenor lírico escrito para voz más ancha y corpórea, donde se encuentra cómodo porque su depurada técnica se lo permite. Y trajo muestra de ello con arias verdianas de Rigoletto, y La traviata, e incluso de La Bohème de Puccini. Lo canta todo tan bien y lo acaricia tanto, que alguien podría olvidarse que esas empresas requieren de otros recursos como volumen, armónicos, brillo y squillo.
Su música refinada y su grandeza volvieron cuando retomó su especialidad. Fue otro de los momentos clave del recital. Interpretó a Gounod dando vida al “Ah lève-toi, soleil!” de Romeo y Julieta, y a “Salut!, demeure chaste et pure” de Fausto. Y lo hizo con la exquisitez de Gigli, y la finura del propio Kraus. Deleitó de nuevo con su canto ortodoxo y puro, magníficos rubatos casi de pecado, voz central entera, y agudos de asombrosa homogeneidad, emitidos con idéntico color, textura, y timbre que el resto de notas. Verdadero alarde de técnica.
Bellísimos momentos operísticos fueron los elegidos para que el conjunto dirigido por Ramón Tebar llegara al aficionado, -aunque llegara como llegó-, como por ejemplo los intermedios de Fedora de Giordano, y de Adiana Lecouvreur de Cilea. ¡Cómo apetecen esas óperas veristas!
De especial disfrute fueron las piezas fuera de programa con las que Flórez correspondió las incesantes muestras de cariño del público. Sacó su guitarra para más regocijo, su guitarra española, ya tradicional de los finales de concierto del peruano, con la que fundió su técnica con melodías cercanas en el momento más relajado, e íntimo.
Entonó deliciosamente tanto “Parlami d’amore, Mariù” de Bixio, como la muy rítmica y complicada “Marechiare” de Tosti, que él hizo fácil. El festival de matices, de rubatos, y de filados infinitos, llegó con su tradicional y sublime huapanga “Cucurrucucú paloma” de Tomás Méndez, con la que dio otra vez una magistral lección de canto.
El público, entregado, no cesaba en sus aclamaciones, y Flórez, que es simpático y caballero, regaló también Júrame de María Grever. Pero no fue suficiente. Otra aria de pura ortodoxia tenía que cerrar el recital: Flórez volvió a Verdi para ofrecer una jactada y magistral versión de “La donna è mobile”.
El mismo cielo no sé. Pero sí sé que el Teatro Principal de la capital del Turia, este viejo escenario que escuchó en su día a ilustres tenores desde Viñas, Anselmi, y Lauri-Volpi, hasta Bergonzi, Kraus y Domingo, ayer con Flórez se estremeció al oír su canto, por lo depurado de su estilo, su dominio de la técnica, su fraseo, su pulcritud, y por la belleza de su arte belcantista aristócrata de máxima elegancia y excelencia.
FICHA TÉCNICA
Teatro Principal. 28/05/2021
Recital. Arias de ópera
Obras de Rossini, Donizetti, Verdi, Gounod, y Puccini
Tenor, Juan Diego Flórez
Orquesta de València. Director, Ramón Tebar