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El techo de plomo de Vox

30/03/2019 - 

Desde hace seis meses (porque la cosa comenzó incluso antes de las elecciones andaluzas), los medios, los partidos y los ciudadanos interesados en la política no hacen más que hablar de Vox. En la mayoría de los casos, con enorme aprensión. Algunas veces, con esperanza y entusiasmo, bien sea porque se busca que Vox obtenga el mejor resultado posible, bien porque se cree que la aparición de Vox resulta beneficiosa para nuestros intereses políticos (el síndrome de Estocolmo que aqueja a Ciudadanos y, sobre todo, al PP). Pero unos y otros parecían coincidir en la fascinación por el fenómeno.

Sin embargo, en las últimas semanas han aparecido, tal vez, los primeros síntomas de agotamiento de Vox, desde diversos puntos de vista. Por una parte, las encuestas de opinión, que no tardaron mucho en ubicar a Vox en torno al 10%-12% de los votos (es decir, lo obtenido en Andalucía), y que después continuaron otorgando a este partido resultados cada vez mejores, que les llevaban a empatar, o incluso superar, a Ciudadanos y Podemos. Estas encuestas perciben últimamente un claro estancamiento de Vox en los números que les asignaron en un principio: 10%-12%.

Por otra parte, se detecta un claro cambio en la actitud de los otros dos integrantes del bloque de derechas con Vox. En el pasado, y hasta hace bien poco, todo eran algodones y mimos para con ellos, en la esperanza de recuperar a sus votantes para la causa (no en vano, los votantes de Vox, como es lógico, provienen en un 90% del PP y de Ciudadanos). Ni siquiera importaba que los líderes de Vox, por su parte, se dedicasen a ridiculizar e insultar a sus supuestos socios, "la derechita cobarde" y "la veleta naranja". PP y Ciudadanos disfrutaban con su papel de "pagafantas" de la extrema derecha, porque veían en lontananza un esplendoroso futuro del 51% de los votos, o quién sabe si más aún, entre los tres partidos. Con esas cifras, el tripartito de derechas aspiraba a gobernar en casi cualquier parte. Y en las que no... ¡ya se encargaría el artículo 155 de la Constitución de hacerles gobernar también!

Pero, como ya hemos visto, las encuestas han comenzado a sembrar grandes dudas sobre dicho futuro. Y no sólo por el estancamiento de Vox, sino porque PP y Ciudadanos también se han estancado. El tripartito, en suma, comienza a languidecer, pierde la cota del 50% de los votos y se hunde aún más en escaños, por una circunstancia muy clara: en el otro bloque, el de las izquierdas, sólo hay dos partidos en la mayor parte del territorio, no tres: el PSOE y Unidas Podemos. Y además uno de ellos, el PSOE, parece congregar cada vez más apoyos, de suerte que su victoria electoral el 28 de abril se antoja cada vez más probable. Y si el PSOE gana, aunque sea con unos números modestos (por debajo del 30%), se verá beneficiado en el reparto de escaños, sobre todo en las provincias pequeñas.

No deja de resultar paradójico que un sistema electoral que en su día estableció circunscripciones provinciales y asignó dos escaños a cada provincia con independencia de la población (que es el principal factor disruptor de la proporcionalidad del sistema), con el objetivo de beneficiar a los conservadores (primando más al votante de provincias rurales y despobladas del interior, sociológicamente más conservadoras), acabe favoreciendo al PSOE. Pero así están los números actualmente. De hecho, es justo lo que pasó en 2016 con el PP: obtuvo un resultado significativamente mejor que los demás y recibió su premio en escaños. Pero ahora las perspectivas para los partidos conservadores son aún peores que entonces para los que quedaron detrás del PP, porque al dividir el voto en tres es más probable que se "despilfarren" más votos, mientras la izquierda los concentraría estratégicamente en un solo partido.

El actual escenario demoscópico tampoco dice que el PSOE obtenga una mayoría suficiente, ni en solitario ni con Unidas Podemos, pero sí si a ambos les sumamos a ERC. O, alternativamente, si se produce un pacto con Ciudadanos. Lo que, en todo caso, comienza a esclarecerse, es que el tripartito de derechas no lo tiene tan fácil para sumar como parecía en un principio.

Dos factores explicarían que, a pesar del magnífico resultado que obtuvieron (globalmente consideradas) las tres derechas en Andalucía, tan sólo unos meses después puedan encontrarse con un resultado que dé al traste con sus expectativas. El primero atañe al nuevo partido ultraderechista: Vox moviliza a la izquierda. Esto resulta tan evidente que no hace falta ni explicarlo. La victoria en Andalucía se dio, sobre todo, merced al fracaso del PSOE y Podemos para movilizar a su electorado, con una tasa bajísima de participación, el 58%, desprevenidos ante el vendaval de Vox y la suma de las derechas. El relativo estancamiento de Vox, en este contexto, tal vez no se deba tanto a que estén perdiendo votos, sino a que sólo logran conservar los que ya tenían en un principio, mientras la izquierda (y sobre todo el PSOE) movilizan más y más a su electorado potencial, alarmado por un futuro distópico en el que mande Vox para meter armas automáticas en los colegios, como en Estados Unidos, o el PP para prohibir el aborto, como en el franquismo.

El segundo factor deriva de un claro error de Ciudadanos, al negarse a pactar con el PSOE, dejando claro que, para ellos, mucho mejor pactar con Vox que con los socialistas. Puesto que parte del electorado de Ciudadanos (aunque sea una parte minoritaria) proviene del PSOE o del centro político, es natural que no se encuentren muy satisfechos con ese escenario. Por mucho que a todos o casi todos sus votantes les preocupe la unidad de España y que piensen que Sánchez se ha vendido a los independentistas, no está claro que todos ellos estén dispuestos a tragar con Vox y lo que Vox implica.

En este escenario, la aparente oportunidad de Vox se podría convertir en una trampa perfecta para la derecha española, como en los años 80. Entonces, Alianza Popular, depositaria del "franquismo sociológico" de Fraga, estaba recluida en un techo de 107 escaños, elección tras elección, y en torno a un 25% de los votos. Mientras esto sucedía, el PSOE y sus adláteres mediáticos no se ahorraban en prodigar todo tipo de alabanzas al sentido de Estado, la inteligencia y la capacidad de Manuel Fraga, a quien le cabía el Estado en la cabeza: mientras el Estado estuviera en la cabeza de Fraga, pero en manos de los socialistas, todo iría bien. Así que había que apuntalar a Fraga a toda costa.

Ahora la apuesta del PSOE es muchísimo más arriesgada, naturalmente. Las derechas pueden sumar. Pero, como partido político, Vox casi les garantiza una cosa, y es la victoria electoral. Es una prima importantísima para intentar preservar el poder. E, incluso aunque no lo lograsen, mejorarían resultados, en un escenario en el que no sería probable que la estrategia de las derechas para expulsar lo más lejos posible al centro político les permita asentar una hegemonía electoral por mucho tiempo.

El PSOE tendría cuatro años para esperar pacientemente a que los previsibles desmanes de un tripartito de derechas que integre a Vox terminen de movilizar a su electorado. No está mal, para como estaba el PSOE hace apenas un año. Quizás Vox sea su franquismo sociológico del siglo XXI para azuzar el miedo a la (ultra)derecha.

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