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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

El tren que puede salvar Europa

Foto: KIKE TABERNER
10/05/2018 - 

Los trenes son espacios públicos. Espacios públicos en movimiento que fluyen como punto de encuentro entre diferentes, como oficina improvisada, como barras de bar, como espontáneos parlamentos.  

A ritmos distintos recorren la geografía absorbiendo el devenir del paisaje. Mientras que el avión nos ha hecho perder el sentido de las distancias, el tren, por rápido que vaya, las refuerza. 

Hay trenes y trenes. AVEs que hacen honor a las mayúsculas de su nombre y se convierten en lugares donde voz en alto, o entre cuchicheos, se acuerdan grandes inversiones o pactos de estado. Hay letanías exasperantes como el carraspeo de la línea Zaragoza-Valencia, que dibuja un trayecto cubierto con más tiempo al del mucho más largo transbordo vía Madrid. Madrid, el centro total, altivo y superdominante sobre cualquier proyecto de infraestructura que se haya impulsado de verdad en este país ante la desesperación de los mediterráneos. 

La urbanista Danya Sherman, después de trabajar en otro gran espacio público, el High Line de Nueva York, se dedicó, en el marco de su master en el MIT, a estudiar los trenes de largo recorrido en EEUU (en este artículo podéis leer algunas conclusiones de su investigación). Esos trenes, como los grandes espacios públicos, atraen a usuarios diversos y pueden facilitar la interacción entre ellos. Realmente, durante los viajes en tren, las posibilidades de que surja una conversación son incluso mayores que en las plazas más transitadas.

Foto: RAFA MOLINA

Las posibilidades de interacción vienen fomentadas por la sensación de conexión que provee un diseño a escala humana, como es la dimensión de un coche de tren. Además, el increíble decorado de un paisaje cambiante ofrece una inabarcable fuente de temas para que los desconocidos se dirijan la palabra. Más aún, otro importante elemento que facilita dicha interacción es lo que Danya Sherman ha bautizado como el factor “juntos a solas”. Los pasajeros comparten el mismo espacio por un (largo) tiempo aunque los motivos del viaje sean individuales.

Los espacios públicos, epicentro de la cultura europea y de su cohesión, son todavía más importantes en momentos de tendencias racistas y miradas desconfiadas. Puedo afirmar com seguridad que la existencia de grandes espacios públicos está inversamente correlacionada con esas actitudes. No es de extrañar tampoco que las grandes ciudades americanas, las más diversas e inclusivas, conformen la oposición real a Trump. O que los británicos urbanos no apoyasen el brexit.

Necesitamos en Europa grandes plazas físicas y virtuales y tenemos además, gracias a ser el continente más denso del planeta y el que se desarrolló antes, una estupenda red de espacios públicos móviles que la recorren a través de los caminos de hierro. La Unión Europea ha anunciado recientemente su fantástica iniciativa contra el euroescepticismo, 15.000 billetes de Interrail gratis para que jóvenes de 18 años puedan recorrer Europa, interactuando además en el camino, mezclándose con los diferentes, practicando nuevos acentos.

El proyecto, con un coste de 12 millones de euros, puede ser la mejor idea que haya tenido la vieja burocracia de Bruselas desde el programa Erasmus; al que por cierto, todavía no hemos rendido el tributo necesario.

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