Palau de Les Arts Reina Sofía, 15 septiembre 2022 Ópera multimedia, WOMAN AT POINT ZERO Autor, Bushra El-Turk Texto, Stacy Hardy Conjunto instrumental, Ensamble Zar Dirección musical, Kanako Abe Dirección escénica, Laila Soliman Fatma, Dima Orsho Sama, Carla Nahadi Babelegoto
VALÈNCIA. Con la puesta en escena de Woman at point zero, performance singular estrenada en 2022, de la estudiosa, profesora y compositora londinense de raíces libanesas Bushra El-Turk, comienza una temporada operística en Les Arts tan sorprendente y desequilibrada como incompleta. La obra no puede ser más moderna. Es el último grito, y precisamente es un grito de denuncia ante el maltrato hacia la mujer en las sociedades más complicadas, como la egipcia que describe El Saadawi en la homónima novela que dio pie a esta obra.
Y al igual que sucedió hace justo un año con el experimento inconcreto y fallido de Zelle, es también perfecta para espectadores que quieren experimentar otras músicas y otros formatos, que cercanos al musical, el singspiel, o la ópera, se aderezan con adjetivos como de cámara, o multimedia, hasta el encaje definitivo que le otorgue la historia.
El caso es que la sala pequeña del coliseo del Jardín del Turia estuvo ayer, para su única función, prácticamente llena por espectadores dispuestos a disfrutar de un espectáculo nuevo, ante el que el propio titular de la sala, Martín i Soler, fliparía si levantara la cabeza.
En cualquier caso, la obra, que es presentada como ópera multimedia, mucho tiene de multimedia, y no tanto de ópera, tal y como la entendemos hasta nuestros días. El formato musical elegido por El-Turk carece de unidad armónica, y se limita a acompañar con sonidos de distinta naturaleza la narración literaria que a modo de diálogo entre las dos protagonistas sustenta de principio a fin la obra a modo de guion vertebral.
Los sonidos elegidos para el acompañamiento del texto son diversos y se entremezclan entre sí. Son electrónicos, algunos distorsionados; otros grabados de voces humanas, a veces de las propias protagonistas; otros los del diálogo hablado y cantado de las dos solitas vocales; y finalmente, los procedentes de los 7 instrumentistas, que comparten escenario con la directora Abe y ambas cantantes.
No hay partitura para instrumento de percusión, pero quizá por ello, la música de El-Turk es percutida con los instrumentos, col legno battuto, con las manos de los músicos sobre sus muslos, con aire de exhalación, y sobre todo con utilización de ritmos y dinámicas que golpean en evitación de línea y melodía propia. La música de Woman at point zero, es más bien emisión troceada en dispersión de células musicales que no llegan a formalizarse más allá.
Las partes de las dos solistas están escritas sin caracterización musical, y la utilización de micrófonos faciales de amplificación vocal, y los frecuentes sonidos y voces fusionados en glissados, y ostinatos que se escuchan mezclados, distorsionan la percepción tradicional del solista cantante operístico.
Sama, fue interpretada por la actriz y mezzosoprano todo terreno Carla Nahadi Babelegoto, quien desplegó su voz cálida, segura y compacta, con verdadera facilidad y adecuada emisión. La soprano Dima Orsho fue Fatma. Su voz sensible y de buen tronco estuvo reñida con el impulso dramático y energía emocional que la obra requiere a lo largo del espectáculo. Fue prisionera de sus cualidades vocales. Si a Sama le desespera la resignación de Fatma, a buen seguro que a Bushra El-Turk le desespera su falta de ferocidad y fuerza comunicativa.
El texto en inglés de Hardy es franco, explícito y crudo por pura conveniencia. La historia narrada, que es la propia vida de Fatma, es absolutamente tremenda y difícil. La narración se presenta en modo coercitivo, y está repleta de alusiones directas a la acción en defensa de los derechos de la mujer. Faltó el grito crudo de Orsho para la expresión sin tapujos, en la búsqueda de la desolación que debiera atrapar al espectador.
La escena exenta, oscura, monocromática, y estática de esta coproducción internacional fue dirigida por Laila Soliman, quien tuvo poco que dirigir, pues arropadas por los instrumentistas, ambas vocalistas se sientan para su tertulia, y se reubican de vez en cuando para continuar su charla. Es tan minimalista como inexistente. Lo mismo sucede con los inanes videos, la vana escenografía, la monótona iluminación, el fútil vestuario. Mucho ruido y pocas nueces.
La música en Woman at point zero es burlona y expresiva en la denuncia, y también tremenda y difícil. De tintes alegóricos, plena está de referencias formales a los modismos orientales que introduce El-Turk en fascinante combinación con los occidentales, para la creación de sorprendentes armonías de racimo, melodías rotas, y ritmos cruzados, conformando una partitura fragmentaria de apoyo al texto, y sin esencia constitutiva.
Muy interesante el conjunto instrumental dirigido por Kanako Abe, muy atenta sobre el escenario. Ensamble Zar conquistó al público por la profesionalidad de sus integrantes. Murmullos y aspavientos al margen, resolvieron a la perfección la dualidad del ataque percutido y las dinámicas escritas, con las sonoridades y texturas propias de instrumentos diversos y distintos.
El-Turk demuestra cómo la kamancha, el cromormo, el sho, o el taegum, instrumentos lejanos, pueden fusionarse con el urbano acordeón de botones y el violonchelo, y cómo de esa unión sorprendente pueden fluir los más insospechados efectos especiales, …y acaso sea un grito disonante también para alertar y llamar a resolver entre todos las injusticias que suponen que una mujer, como Fatma, -allá o aquí-, pueda estar rota, golpeada y mordida.
Woman at point zero, grito valiente musicado de explosiva claridad, pertenece a los espectáculos de nuevo formato que la historia juzgará mejor que nosotros, y que Les Arts trae, -y hace bien-, para que todos sepamos por dónde van los tiros.
Tiempo habrá para Chaikovski, Donizetti, y Verdi.