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grand place / OPINIÓN

El vacío que deja el poder…

5/03/2019 - 

Sid Ahmed Ghozali arrastraba su pena y su soledad por los pasillos del hotel Ramada, en Gammarth, una pequeña zona residencial junto a la playa de Túnez, hace ahora diez años, cuando el ex Jefe del Gobierno argelino aún tenía la esperanza de volver a gobernar su país. En Túnez todo es pequeño. Una ciudad pequeña en un país pequeño, aplastado entre los dos gigantes vecinos, Argelia y Libia, y con el gigante Sahara a sus pies.

Ghozali, que se había tuteado con Yaser Arafat, Sadam Hussein, Fidel Castro y hasta con el Che Guevara, fue tan amable de regalarme su libro biográfico Question d’Etat. Y, además, me escribió una dedicatoria que parecía dedicada a sí mismo, vistos los acontecimientos de los últimos años y de los últimos días: “Je pense que l’espoir repose sur la foi, la foi sur la connaissance, la connaissance sur l’information. Avec mon meilleur souvenir pour Regina et mon amour pour l’Espagne. Tunis, 17-04-09. Ghozali”.  Lo traduzco: “Pienso que la esperanza reposa sobre la fe, la fe sobre el conocimiento, el conocimiento sobre la información. Con mi mejor recuerdo para Regina y mi amor por España. Túnez, 17 de abril de 2009. Ghozali”.

Era Sid Ahmed Ghozali quien aún tenía la fe y la esperanza. Ghozali, que había cruzado todos los desiertos y había ganado todas las batallas menos la última contra el golpe militar islamista, me contaba en aquella conferencia sus esperanzas en poder presentarse a las elecciones de su país en cinco años, tras haber perdido la oportunidad de las celebradas la semana anterior y las anteriores y las anteriores… Lamentando su edad, pero aún con la esperanza y la fe que proclamaba, o que tal vez evocaba…

Y evocaba los años en que aquel joven ingeniero, que nunca construyó un puente, levantaba un país al frente del Frente Nacional de Liberación. Mi padre era zapatero, me contaba. Y me contaba cuando dirigía Sonatrach, la principal empresa energética argelina antes de pasar por cinco ministerios. Y me contaba que le había advertido a Sadam Hussein cuando invadió Kuwait que no siguiera con ello, que se retirara antes de que Estados Unidos le declarara la guerra. Y se la declaró.

Y, finalmente, me contaba cómo renunció a la Presidencia del Gobierno en el verano de 1992. ‘Le habían puesto una bomba al Jefe del Estado y me invitaron a marcharme. Acepté mi exilio como embajador ante la Unión Europea’, decía con la tristeza que reflejaban las arenas del desierto de Argelia en sus ojos. Y allí volvía, siempre que podía, desde su casa de París.

Foto: MOHAMED MESSARA/EFE

Eso me transmitió y así intenté reflejarlo hace diez años en la entrevista que publiqué, a la vuelta de la conferencia de Túnez: “Con los últimos 25 años de su vida en un disco duro guardado en su bolsillo como único bagaje. Así viaja el ex presidente de Argelia, Sid Ahmed Ghozali, obligado a dimitir en 1992 tras un golpe militar, depuesto como un rey sin reino. (…) La Intifada. El arresto de 4.000 islamistas en 1991 marcó su destino. Le preguntaron si iba a continuar con las detenciones y respondió: ´Y, si hace falta, encarcelaré a otros 10.000’. Con su pérdida, Argelia perdió la ocasión de entrar en el círculo de la democracia. Desde hace diez años -20, hoy- preside el partido Frente Democrático (FD), sin esperanza... La burocracia policial y las presiones sobre la justicia han logrado detener en su país la legalización de este partido que es aceptado por una ley del año 2000, pero que, de facto, ha sido prohibido”.

Los diez mil islamistas detenidos provenían del FIS (Frente Islámico de Salvación), el MIA (Movimiento Islámico Armado) y el GIA (Grupo Islámico Armado). Durante los años de la crisis, trabajé en un despacho de Valencia como abogada. A mis pies, bajo  la mesa, se apilaban más de diez cajas archivadoras con una iniciales en el lomo: GIA. Contenían el sumario completo de los tentáculos islamistas entre la población musulmana de esta ciudad. Nunca se sabe los secretos que se pueden guardar en un pequeño despacho de abogados en una pequeña ciudad.

De aquella pesadilla, parece haber despertado el pueblo argelino. Con el eterno contrincante de mi amigo, un octogenario Buteflika agonizando en un hospital de Suiza y anunciando su quinto mandato, Argelia se ha echado a la calle. Hace semanas que las protestas recorren el país y que las mujeres se han quitado el velo. Comenzaron a salir a la calle los estudiantes universitarios, siguieron los abogados, los periodistas… Recuerdo a un periodista argelino en un seminario en Bruselas sobre las nuevas políticas de inmigración. Era 2006. Las conferencias seguían en Helsinki, pero no le dejaron continuar el viaje con el resto de periodistas que seguimos el curso de formación en políticas europeas. Seguro que hoy estará en la calle.

Además de Buteflika, otros seis candidatos anunciaron su candidatura para las elecciones del próximo 18 de abril. Como mi amigo, ninguno tiene opciones reales de vencer. Esta vez, Ghozali no ha presentado su candidatura, una candidatura que era rechazada una y otra vez porque, me contaba hace diez años, los jueces que dirimen los aspectos administrativos del proceso están con el régimen.  Y aún así y todo, no perdía la esperanza ni la fe. Como la fe que profesaba en la ciencia, mientras hablaba con sus nietos a través del ordenador del hotel, lo que consideraba una maravilla de ‘estos tiempos’, lamentando el paso del tiempo y lamentando que tal vez sería demasiado mayor para afrontar otro enfrentamiento electoral contra el aparato argelino, un aparato que él conocía bien.

Ghozali guardaba su vida, sus conocimientos y su información en un disco duro, en el bolsillo de su pantalón. Era un disco externo que guardaba los últimos 25 años de la vida de un gobernante. Me lo enseñaba y decía, maravillado, mira, aquí llevo mi vida, conmigo. Y la paseaba junto a su soledad por los pasillos del hotel Ramada, como paseaba el vacío que deja el poder…

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