VALÈNCIA. En La Cartuja entró una afición mojada por la lluvia que embarró la Fan Zone y empapada por la historia. Ese estadio tiene algo especial con el valencianismo y lo tiene conmigo. El Piojo y Mendieta en un tifo que podría haber firmado mi yo de 7 años. Tengo en el año 99 la primera final de la que guardo recuerdo. La que inauguró un ciclo que regaló a los niños de mi generación el sueño de creernos los mejores. El sábado pisamos, como los mejores cronistas de este club glosaron, tierra santa. El planeta futbol esta lleno de elogios a como suena Anfield, pero la traca, estremeciendo la ciudad que visitamos, es también patrimonio inmaterial de este deporte.
Y ningún valencianista que entró en el campo rehuyó el momento. En un estadio de mayoría bética, con todo en contra, la afición se echó a sus hombros a un equipo que sigue siendo el nuestro, aunque parezca tan distinto. Obligados a la épica que nos impone el ser, pese a estar como estamos. Con una plantilla en la que conviven los ídolos de este tiempo con todas las carencias del mismo, pudimos ganar. Al grito de ‘sí se puede’ llegamos a los penaltis y allí, costó encontrar 5 lanzadores con la experiencia y la trayectoria que permiten afrontar un momento ante el que todos veríamos temblar nuestras piernas. No hay nada que reprochar a un Musah que se atrevió a asumirlo y quiso resolver la ausencia que, ni mucho menos, él ha provocado. Que en una final Betis-Valencia ese ‘sí se puede’ lo entonáramos nosotros explica bien donde estamos.
En las lágrimas de Gayà lloramos todos de impotencia. Porque sabemos que lo mejor y peor de esta final es que, dando todo lo que hoy tenemos, no es suficiente. Y con las palabras de Soler, en las que se adivinaba la conciencia de que esa noche nos lo jugábamos a todo o nada, abrimos la reflexión del día después.
Gayà y Soler se han convertido en el ancla que nos retiene, no en otra época, sino en otro marco. El que tiene más de cien años, el de ‘La Balada del Bar Torino’. Porque en un momento de desarraigo brutal y, al menos así lo parece, pretendido por la propiedad que importantes son estas dos figuras que trascienden el césped. Camino al estadio nos cruzamos con Miguel Miró. Él la camiseta de Fernando y su hijo el mismo 10 con la de Soler, poco más que añadir. Banderas e ídolos de nuestros padres.
Mi día después, como el de muchos valencianistas, sigue siendo en Sevilla y a la par que muchos valencianistas me tomo el café dolido y orgulloso. Porque las finales que se pierden también pueden reafirmarte. En el enfado de perder y el orgullo de como lo hemos hecho me reconforta saber que habrá niños de 7 años que han visto a su Valencia nadar hasta la orilla. Porque una final en la que no hubiéramos comparecido, tras tanto gris acumulado, hubiera sido un impacto catastrófico en el ánimo y el valencianismo del futuro.
Los niños de 7 años guardaran la Cartuja en su memoria. Diferente a la nuestra, con amargo final, pero esperemos que con catártico principio. Porque hay espacios y lugares que abren y cierran ciclos. Mucho hemos debatido sobre como deshicieron el equipo que ganó la copa del centenario, me preocupa que pasará con el que cayó con honores en la final. Porque sin Europa, seguir la senda de este empequeñecimiento deportivo constante, puede hacer tambalearse el ser. Y el ser es lo único imprescindible del valencianismo. Quien dirija el Valencia debe entenderlo, aunque sea por egoísmo e inteligencia. Lo más valioso que tiene este club, lo que nos ha hecho llegar hasta la orilla se Sevilla, es el ser.
Llegará en pocas semanas el momento de tomar decisiones. Tengo toda la confianza en quienes volvieron abrazar el reproche de bronco y copero como un atributo y una bandera. Sé que seguirán defendiendo el club. Lo defenderán no del futbol moderno, como pretenden bautizarlo, si no del futbol anónimo, el que podría ocurrir en Valencia o en Singapur como si fueran intercambiables. Tengo todas las dudas del mundo en el otro lado. En quienes se han empeñado en ser el otro bando y que sí tras lo de este fin de semana no nos han entendido, jamás creo que lo hagan. Este verano será para bien o para mal catártico. Y hace falta, nos merecemos, un nuevo viejo ciclo. Hoy, el Valencia aún es. Amunt.
Borja Sanjuán es concejal de Hacienda y portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de València