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NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #38

El virus de los tontos

Foto: POOL
6/05/2020 - 

VALÈNCIA. Mientras el viejo mundo se hunde una vez más, en un parque cercano a casa tres niños recogen arena con unas palas y la meten en un cubo. Las madres, que no llevan mascarillas, los observan mientras hablan entre ellas. Los chiquillos se pelean y gritan a moco tendido. La escena me recuerda a los veranos de mi infancia en La Manga del Mar Menor, cuando yo hacía lo mismo en la playa con mis amigos cartageneros. 

El supermercado chino ha reabierto esta semana. Paso por delante y no veo clientes. Me llevo una gran alegría. Confío en ver vacío el local por mucho tiempo. 

En mi camino al quiosco me cruzo con el butanero, espejo de virilidad en tiempos fenecidos. He admirado siempre a estos hombres robustos. No creo que haya demasiados trabajos tan duros como este de subir y bajar bombonas ocho horas al día. Llevan el gas de los pobres a casa. Yo tendría la espalda molida. En realidad la tengo, y no soy butanero, porque es el talón de Aquiles de mi salud.

Un camión con bombonas de butano, aparcado en un pueblo.

El altavoz de un turismo comunica a la población reclusa que cada vecino dispone de dos mascarillas facilitadas por el Ayuntamiento. Son reutilizables y lavables. La alcaldesa de este pueblo es hábil con la propaganda, como toda la izquierda. Hay gente que incluso se cree lo que les dice. 

El paro se acercó a los cuatro millones de personas en abril. El Gobierno del maniquí sale al paso diciéndonos que no es para tanto, que en marzo fue peor. Lo que hay que ver, oír y leer antes de cada puesta de sol. Dios mío, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?

Nostalgia de las salas de cine

Echo de menos el cine, ir a ver una película en versión original en los Babel, en compañía de espectadores metidos en el otoño de sus vidas. También me faltan los reestrenos de los d’Or, aunque rara vez me quedaba a las dos películas. Con una me valía. Extraño algunas cosas durante este largo encierro, y ver cine en una sala —no esa mariconada de las series— es una de ellas. 

Cierra Rockdelux, la revista musical que compraba cuando era adolescente. Iba a cumplir 36 años en noviembre. Esta noticia me ha entristecido tanto como cuando desaparecieron Interviú y la versión barata de Jot Down, que compraba por tres euros. Era un producto delicatessen. El virus quiere acabar con el papel porque un periódico, una revista y un libro son chinitas incómodas en la bota del mundo virtual. 

Polémica a raíz de las últimas declaraciones de la abuela Celaá, siempre hilarantes porque nunca defraudan. La ministra nos advierte de que sólo la mitad de los alumnos podrán volver a clase el próximo curso si no hay vacuna contra el coronavirus en septiembre. ¿Dónde se le habrá ocurrido semejante majadería? ¿Merendando con sus amigas de Getxo en un salón de té? Chochea. No dejaremos de reír y de llorar con las ocurrencias del socialismo cuché.

Si hay alguien que debería seguir confinado al cabo de casi tres meses de encierro, esa persona es Celaá. Propongo que la lleven a las islas Chafarinas para evitar que propague el virus de la estupidez, característico de todos los tontos, porque este virus es, a la larga, más peligroso que el de Wuhan

Cada día, un plato triste e insípido

La cervecería Richi sigue cerrada. No creo que abra esta semana. No les compensará repartir comida a domicilio. He tenido que cocinarme otro día más. Un plato triste e insípido, como siempre. 

Me temo lo peor, es decir, que el señor Casado ceda al chantaje del maniquí y se abstenga en el debate de la cuarta prórroga del estado de excepción. El líder conservador tiene un talento muy acusado para amagar y no dar. Su situación es comprometida, es cierto, pero tiene que ser valiente si no quiere acabar siendo una nota a pie de página en la historia de España. Si su partido no rechaza el plan del Gobierno, nos llevaremos otra decepción con él, y cundirá la opinión de que no es el hombre adecuado para el trágico momento que se vive.


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