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El virus que robó la Navidad

El problema no es ya un segundo confinamiento, sino si habremos aprendido algo, y no repitamos el error de pasar de medidas draconianas a una desescalada acelerada con el fin de salvar la temporada de ventas navideñas, celebrar las Fallas o cualquier otra ocurrencia

| 24/11/2020 | 2 min, 10 seg

VALÈNCIA.-Segundas partes nunca fueron buenas. Por otro lado, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Ambos aforismos están dolorosamente presentes en la actual segunda ola de la pandemia del coronavirus que estamos padeciendo en España. Allá por marzo, pasamos del pasotismo al estupor. La mayoría de la sociedad, y el Gobierno en primer plano, pasó de no hacer nada y mirar para otro lado a imponer un confinamiento muy estricto, que se alargó meses, y del que se presumía como «el más duro de Europa», como si eso fuera algo positivo. Pero antes de llegar ahí, y mientras estuvimos ahí, uno de los temas más recurrentes, al menos en València, era qué iba a ser de las Fallas. ¿Se cancelarían? Y, una vez se cancelaron... ¿cuándo se retomarían?, ¿en julio?, ¿en octubre?, ¿en 2021?

La desescalada que siguió al confinamiento estricto, y que ahora, retrospectivamente, es vista como uno de los principales errores en la gestión española de la pandemia, por precipitada y mal diseñada, también ofrecía un atractivo horizonte para el ciudadano: después del confinamiento y las horribles semanas que vivimos, plagadas de miedo, incertidumbre y cifras (de contagiados, hospitalizados y fallecidos) que no cesaban de subir y luego tardaron muchísimo en bajar, llegaría el verano. Y, con el verano, un merecido descanso. Un descanso que llegó, en el mejor de los casos, a medias, pues el virus en ningún momento dejó de estar presente.

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El año 2020 será recordado por todos aquellos que lo estamos viviendo, y no para bien. La resiliencia del virus, su capacidad para transmitirse y reactivarse al mínimo descuido, e incluso sin que medie descuido alguno —que sepamos, al menos—, su gravedad acumulativa (primero llega el incremento en las cifras de contagios, luego de hospitalizados, y finalmente de fallecidos), y sobre todo su enorme capacidad para condicionar casi todos los aspectos de nuestras vidas, obviamente, nos ha afectado en nuestra visión de las cosas. Y va a peor.

* Lea el artículo completo en el número de noviembre de la revista Plaza

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