VALÈNCIA. Elisa Piqueras Lozano formó parte de un grupo efervescente de artistas valencianos que tienen a la pareja Renau-Ballester como gran emblema. Se trata de la confluencia en el mismo tiempo y lugar – en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia- de algunos de los artistas más importantes de nuestra ciudad.
Ya recordamos en el capítulo dedicado a Manuela Ballester que su marido, Josep Renau, recordaba así aquel grupo que fue llamado la Generación Valenciana de los Treinta:
Però jo crec que impròpiament, puix que les nostres inquietuds inicials no eren exclusivament artístiques, sinó també d’altres ordres; ni tampoc pròpiament polítiques, ja que uns altres ens havien precedit en aqueix sentit, en els obscurs anys de la dictadura primoriverista. El que sí és cert és que es tractava d’alguna cosa, inconscient encara per a nosaltres però d’índole totalment nova per al context intel·lectual valencià (i no sols valencià, com després veurem) de llavors.
Y en ese grupo, las mujeres fueron mucho más que las acompañantes de los hombres. Elisa Piqueras fue la mujer de Juan Renau, hermano de Josep y, por tanto, cuñada de Manuela. Aunque Piqueras nació en Albacete en 1912, se formó en Valencia en el arte de la pintura y la escultura y con enormes influencias republicanas que se instalaban en el progreso.
Así describe el autor Francisco Agramunt Lacruz las relaciones que Piqueras estableció en aquel momento en su libro Arte en las alambradas:
Mantuvo una estrecha relación con el círculo de artistas renovadores, entre los que se encontraba Josep Renau, Manuela Ballester, Antonio Ballester, Francisco Badía, Francisco Carreño, Rafael Pérez Conte, José Sabina y Eduardo Muñoz Orts. Junto a sus compañeros participó con diversos trabajos escultóricos en exposiciones colectivas celebradas en la sala Blava d'Acció d'Art, en el Ateneo Mercantil y en Círculo de Bellas Artes. Se integró en la Unión de Escritores y Artistas Proletarios y colaboró en tareas administrativas de la revista Nueva Cultura, en la que colaboraba su compañero Juan Renau.
Piqueras y Renau se conocieron en el contexto de la lucha política y activista de los estudiantes universitarios de Valencia. Ambos participaron en el III Congreso de la UFEH representando a sus compañeros por la delegación de Bellas Artes. Las afinidades políticas, intelectuales y artísticas pronto hicieron que la pareja se enamorara y se casara.
Piqueras formaría parte de la familia de los Renau, una de las familias más poderosas e influyentes en la década de los años 30. Con ellos vivió las peripecias más duras de su vida: “guerra civil, el desarraigo del exilio, las dificultades para vivir fuera de su propia tierra, el desencanto intelectual y el sentimiento de exclusión política del régimen franquista”, tal y como explica Agramunt.
Tras producirse el golpe militar del 18 de julio de 1936 se adhirió a la Sección de Artes Plásticas de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y participó en el II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura que se celebró en el Ayuntamiento de Valencia de 1937. Entre sus colaboraciones estaba la revista comunista Pasionaria junto a su cuñada, la pintora Manuela Ballester y en el diario Verdad que dirigía el escritor y dramaturgo Max Aub.
La familia se instaló en Barcelona y allí se convirtió en profesora de Dibujo en el IO de Barcelona. Muchos de sus alumnos y compañeros la recordaban por su agilidad y destreza con lápices y pinturas. En 1938 presentó bocetos de condecoraciones al Ministerio de Defensa Nacional, obteniendo el primer accésit al boceto de la Medalla de la Segunda Guerra de la Independencia.
Cuando acabó la guerra toda la familia se exilió a Francia. Así contaba su cuñada Manuela Ballester el momento en el que intentaron cruzar la fronteras las mujeres y niños de la familia:
En aquel tiempo teníamos una amiga del colegio que vivía en La Bisbal. De manera que decidimos acudir a ella para tratar de pasar la frontera hacia Francia. Salí con mis hijos, Julieta al brazo y Ruy andando. Conmigo venían mi madre, mi cuñada Elisa Piqueras y mis hermanas Rosa y Josefina. El día de la partida era lluvioso y de niebla abundante. El caso es que nos perdimos por el camino. En fin, que pasamos la noche en los Pirineos. Puesto que la previsión del trayecto era sólo de unas horas, pronto nos quedamos sin alimentos. Mi pobre madre, que andaba medio cojeando lo pasó muy mal. Perdidas como íbamos, con aquel tiempo infernal, vimos venir a un grupo de hombres. Al vernos, nos preguntaron qué hacíamos. Les dijimos que estábamos perdidas, y que esperábamos la salida del sol para orientarnos. Entonces nos dijeron que nos acercáramos a la hoguera y que ya veríamos lo que hacíamos.
Fue internada en un campo de concentración del que al cabo de unos días salió en libertad, trabajando luego de profesora de Dibujo. Se exilió luego en Colombia y México. Así recordaba su marido y viudo cómo logró viajar hasta Latinoamérica en su libro de memorias Pasos y sombras (1953):
Antes de salir por el puerto de Marseille fui a Toulouse y allí me encontré con Manuel Usano y Juan Miguel Romá. De allí con mi mujer conseguí llegar a París donde de nuevo Arlette de Jouvenel se ofreció a pagarnos el pasaje por barco para abandonar Francia. Como yo había contactado con Ots i Capdequí -antiguo profesor mío- que estaba en Colombia conseguimos tomar el barco a vapor Commissaire Rommel y desde Marseille llegar al Puerto de Buenaventura en Colombia, tras pasar por Panamá. Antes he de contarle que estando en Castel-Nouvel se presentó un gendarme con una orden del alcalde del municipio de Varetz que o volvíamos a España o nos movilizaban con Colombia y pude salir con mi mujer Elisa Piqueras camino de América Latina.
En Bogotá y México trabajaron en publicidad comercial y haciendo carteles para la industria del cine. Precisamente, la llegada masiva de refugiados republicanos españoles a México coincidió con una etapa de desarrollo del cine nacional mexicano gracias a nombres como Luis Buñuel, Luis Alcoriza y Julio Alejandro. Sin embargo, Piqueras se recluiría buena parte del tiempo en su hogar, atendiendo a tareas domésticas.
Volvió a Valencia en los años 50, cuando al ciudad acababa de padecer su famosa riada. Así contaba Renau la vuelta a su tierra en sus memorias:
Llegué a Valencia en 1957. Acababa de producirse la riada. El panorama era desolador. Además tenía que presentarme cada quince días en la Comisaría de la Policía pero conseguí trabajo en Gráficas Valencia, gracias a Bañó que era el dueño de la empresa.
Pronto Elisa contraería una grave enfermedad que le hizo permanecer es su casa hasta su fallecimiento con solo 62 años. Esta muerte supuso un trauma para su marido que dejó toda su actividad artística y experimentó una profunda depresión.