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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Ella es Madonna

Cada encuentro profesional con alguno de los grandes nombres de la música pop me deja una sensación que depende del vínculo personal que mantengo con la obra

22/11/2015 - 

VALENCIA. Estar con Madonna es una sensación extraña. Estar a solas en una habitación con un personaje mundialmente conocido, cuya imagen forma parte de la cultura popular desde ni se sabe, siempre resulta extraño. También puede resultar excitante o maravilloso, pero lo único que puedo decir es que es extraño y si tuviera que razonarlo necesitaría un espacio que no viene a cuento usar aquí, y si se lo dijese a mi psicóloga me diría que tiendo a dramatizar. Cada encuentro profesional con alguno de los grandes nombres de la música pop me deja una sensación que depende del vínculo personal que mantengo con la obra del artista. Lo que pasa cuando entro en contacto con artistas de los que soy devoto ya lo voy relatando en estos artículos. Y respecto al contacto con otros, conocer a Sting no me resultó ni extraño ni nada; Chrissie Hynde me pareció una borde de tomo y lomo; Robert Plant estaba como una cabra. Pero lo de Madonna es otra cosa.

Cuando un hotel parece una réplica pop de la ONU

Una pequeña sala abarrotada de periodistas en un hotel londinense, una mañana de octubre de 2005. En una minicadena suena Confessions on a dance floor en modo bucle. Periodistas llegados desde diversos rincones del globo toman notas mientras escuchan las nuevas canciones de Madonna. Hay bandejas de canapés y bebida. La salita del lujoso hotel se ha convertido en el punto en el que la tropa se prepara a conciencia para lo que viene a continuación. Madonna está en Londres para promocionar el que será su nuevo álbum y en breve comenzará a atender a la prensa internacional. Una serie de entrevistas cara a cara primero y después, una rueda de prensa en formato reducido para aquellos informadores que no tengan el privilegio de estar a solas con ella. Si asomas la cabeza al pasillo, lo que se ve un poco más al fondo es una hilera de tres sillas, situadas frente a la puerta de una suite. A medida que los entrevistadores la abandonan, los encargados de prensa de los diferentes países van situando a los siguientes reporteros que, siguiendo el turno establecido, irán hablando con ella.

Vayan pasando según el orden pactado

Desde España ha venido también Diego Manrique, que se toma el encargo con el aplomo propio de quien ya ha estado en muchas batallas como esta. A mí la situación me estresa bastante más. Madonna no es una artista a la que admire o que me apasione, pero respeto mucho su labor y sospecho que su presencia debe imponer. Ferran Coto y Lucas Holten, de Warner Music Spain ni afirman ni desmienten, y eso que con ambos me une una buena amistad; al final, y como quien no quiere la cosa, algún consejo dejan escapar. Mientras tanto, en el cuartito de los canapés, los periodistas siguen tomando notas, la primera canción del álbum suena por enésima vez y la hiperpoblada habitación tiene cada vez menos que ver con el hotel de cinco estrellas al que pertenece. Llega el momento. Te sientan en la silla correspondiente. Pasa el siguiente periodista, que en este caso concreto es japonés. Cuando termina su cometido lo vemos salir de espaldas, haciendo reverencias japonesas, suponemos que a Madonna, aunque también podrían ser al guardaespaldas que vigila discretamente desde un rincón de la suite, o a la jefa de prensa de la estrella, que impone tanto respeto como doberman al que le acaban de clavar un dardo en el culo.



Ese pedazo de jefa de prensa que infunde pavor

Cuando me acomodo en el salón, decorado con muebles clásicos, Madonna se está tomando un respiro. La primera en aparecer es la empleada de la que hablaba antes. Liz Rosenberg se sitúa estratégicamente detrás de ti durante la entrevista para que puedas sentir su respiración en tu nuca y se te quiten las ganas de ponerte impertinente. Durante los minutos que transcurren mi llegada y la aparición de Madonna me da tiempo a repasar mi vida en imágenes –por si acaso-, pero sobre todo, pienso en qué narices hago ahí. No, en serio. En ese tramo temporal que transcurre entre que te sientas a esperar a la estrella y la estrella aparece al fin, a veces acabo preguntándome eso: qué demonios hago yo ahí. No es miedo (he aprendido a poner distancia incluso si voy a entrevistar a alguien importante para mí; una vez el trabajo ya está hecho entonces la cosa cambia, o no), es que me sigue pareciendo terriblemente raro estar ahí, a punto de hacer eso, con esa persona. Sentarte a hablar con una de las mayores estrellas de la industria del entretenimiento. Alguien que seguramente está hasta el gorro de contestar a las mismas preguntas y esquivar determinadas cuestiones.

Una puntualización

A Madonna la respeto profundamente por varios motivos. Traspasó el techo de cristal que impide que muchas mujeres sean poderosas, trascendentes o importantes en el negocio de la música. Ha derribado tabúes. Ha grabado docenas de singles que merecen figurar entre el mejor pop de todos los tiempos; algunas de esas canciones me gustan muchísimo –“Into the groove”, “Like a prayer” y “Frozen” son tres canciones que me vuelven loco-; y tiene dos álbumes, Like a prayer y Confessions on a dance floor, que puedo escuchar enteros una y otra vez sin aburrirme. Madonna es un icono poderoso y una artista hábil, pero nunca la he considerado artísticamente innovadora. Ha sabido rodearse de los colaboradores adecuados, pero sus riesgos no son musicales, son conceptuales. Bowie engloba ambas cosas, Björk durante sus primeros discos también lo hacía. Madonna, no. Simple y llanamente, y tal como nos recordó Robbie Williams en una canción, ella es Madonna.


Hable con ella

Entonces se abre la puerta que comunica saloncito y habitación y aparece Madonna, amable pero evidentemente hasta el gorro de tanto periodista con pronunciaciones raras –y eso que aún no me ha escuchado a mí-, pero dispuesta a ser una vez más una profesional nivel pino. Nos damos la mano (tengo la mano de Madonna pegada a la mía durante un instante). Se sienta ella y luego me siento yo. Enseguida se da cuenta de que estoy incomodísimo en mi asiento (básicamente el culo se me hunde tanto que las rodillas me oprimen la barriga y no hay manera de alcanzar el bloc de notas sin ahogarme) y me invita a cambiar de sitio. Mientras preparo la grabadora y todo el ritual de lo habitual en estos casos, le aviso que desde una emisora de radio vinculada a la publicación a la que represento, me han pedido que la grabe una felicitación por sus 40 años. Ella dice que vale, que sin problemas. El comienzo de la entrevista es accidentado debido a una pregunta inocente, hecha para romper el hielo que ella interpreta como malintencionada. Puedo sentir la respiración de la señora Rosenberg recorriendo mi espina dorsal. Madonna me invita a hacerle la siguiente pregunta y a partir de ahí la charla transcurre con normalidad, con toda la que puede generar el hecho de que parece costarle un gran esfuerzo decir algo que supere lo obvio. Como que no le apetece involucrarse demasiado en la charla, o a lo mejor es que tiene telepatía y ha leído lo que pienso sobre su relevancia artística. Así que hay que pelear cada respuesta. Su agente de prensa, permanece detrás, al acecho. A Madonna consigo sacarle lo justo para que la entrevista resulte medianamente interesante, pero no lo pone fácil. Lo mejor es cuando acabamos y toca grabar el mensaje con la felicitación. Si ya resulta extraño interrogar a una de las personas más famosas del mundo e intentar sacar algo en claro acerca de ella en un tiempo récord, más extraño aún resulta enseñarle una hoja de bloc cuadriculado con una felicitación escrita de tu puño y letra y pedirle que lea. La imagen es esa: yo sosteniendo un bloc y ella leyendo lo que le he escrito.

Cansada y liberada

Una vez cumplidas sus obligaciones, Madonna se despide y desaparece por la misma puerta por la que ha entrado. Antes de que esta se cierre la escucho decir “cansada es mi apellido”. Pues aún le quedaban periodistas de al menos 10 nacionalidades diferentes por despachar, pienso mientras recojo rápidamente mis cosas para que entre el siguiente. La situación ha sido tan tensa y mi timidez tan grande que he descartado hacer lo que se hace en estos casos cuando ya todo está en calma: pedirle una foto conmigo. También es cierto que hace 10 años los móviles aún eran una patata para estas cosas. Lo único que quiero es salir de allí y respirar tranquilo. El único recuerdo tangible que me queda de aquel encuentro., aparte de la casete con la entrevista, es la hoja de bloc donde le escribí el mensaje que recitó obediente y que clavó después de dos o tres intentos. Qué le vamos a hacer. Ella es Madonna. Haber estado hablando con ella me sigue pareciendo algo muy muy extraño.

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