VALÈNCIA. Nos hemos acostumbrado a contar muertos como el que cuenta los céntimos entre la calderilla para comprar el pan de la mañana.
España recupera la tradición medieval de la danza de la muerte. Los muertos danzan, bailan, sacuden sus esqueletos para recordarnos que somos mortales.
Este baile de muertos, de cifras de muertos, las oficiales y las reales, tiene desconcertado al Gobierno pinocho. Los muertos no dan tregua a la omnipresente propaganda. Cataluña desvela más de 3.000 y Madrid, que no quiere quedarse atrás, aporta casi 4.000. En Castilla-La Mancha se dice que triplican a los reconocidos.
Abandonados, ninguneados, humillados, los muertos exigen el protagonismo que se les ha negado: figurar en una fría estadística, aun sin nombres ni apellidos.
Un cura manchego, con una cara redonda que recuerda a la de Sancho Panza, denuncia las mentiras del Gobierno. En una homilía lamenta que se oculte la cifra real de fallecidos. "Lo peor que nos puede ocurrir es perder la confianza en nuestros políticos", se le oye decir antes de acabar el video.
Hace mucho tiempo que perdimos esa confianza y no vemos ninguna razón para recuperarla.
Mientras ese clérigo sencillo pone el dedo en la llaga, sus jefes, los obispos, mantienen un sigiloso silencio. Nunca están cuando más se les necesita. Sólo si algún ministro amenaza con quitarles el dinero para sus colegios, u obligarles a pagar el IBI de sus numerosas posesiones, salen de su confortable retiro. Sólo entonces.
En la plaza del pueblo, una mujer charla con un hombre al que parece haber conocido hace unos minutos. "Nosotros hacemos mamparas", le dice. Le enseña modelos en su móvil. Me alejo de ellos y creo oírles que quedarán en verse para concretar un pedido.
De regreso a casa me alegra ver que el local de pollos a l’ast de Amparo y Salvador ha reabierto. Hoy no entraré a comprar mi medio pollo (yo soy muy pollero), pero tomo nota. Me espera una triste menestra de verduras.
La presencia de una pareja de guardias civiles me inquieta. La bolsa de la compra, mi salvoconducto para salir a la calle, sólo contiene el periódico que acabo de comprar. He leído las multas confiscatorias que te caen si te pones flamenco con un agente de la autoridad. El ministro del ramo alecciona a sus muchachos para que nadie se escape de pagar la sanción. Es un dinero que podrá ser destinado a la renta mínima que ha ideado el vicepresidente comunista. Lo que sale del bolsillo de unos acaba en el de otros. Gobernar es decidir a quién jodes, como creo que dijo Felipe González.
Esta pandemia nos hará más pobres y menos libres. Seremos muchos los perdedores, pero en toda guerra hay ganadores. Serán las corporaciones tecnológicas. Los Amazon, Google, Facebook… Los dueños de estas compañías se están haciendo más ricos gracias al virus chino. Si fuese marxista escribiría que su nueva riqueza sale a costa del dolor y la desesperación de la mayoría. No lo soy, pero es una gran verdad.
Dentro de un año a lo sumo, o quizá antes, es posible que hayan acabado con la prensa libre. Hay una cruzada para perseguir los bulos, es decir, las noticias críticas con el poder. Un lacayo del Gobierno, el señor Tenazas o Tezanos, no recuerdo bien el apellido, niega que sus señoritos quieran imponer la censura a los medios. No es censura sino "disciplina social", nos tranquiliza. Disciplina remite a jerarquía, orden, control, autoritarismo y Estado policial.
Lo único positivo del día es que ha mejorado el tiempo. El sol ha salido después de las lluvias de ayer. Las temperaturas han subido, lo que es de agradecer.
Entre los cientos de estudios que tratan de explicar inútilmente la pandemia, hay uno que ha reclamado mi atención. Sus autores sostienen que el coronavirus avanza menos en las regiones más calurosas. Puede que tenga razón porque la Comunidad Valenciana, Murcia y Andalucía registran cifras más bajas de fallecidos y contagiados.
Yo, un hombre frío que ha renegado siempre del calor, también me he visto forzado a cambiar de parecer en esto. Ahora me gustaría vivir en un país caribeño como Cuba o República Dominicana. Si además tuviera que pagar el precio de verme asediado por mosquitos cada noche, firmaría donde me dijesen.
Un mosquito es sinónimo de calor. El calor espanta al virus. Bienvenidos sean, pues, los mosquitos a mi casa. Mejor los españoles que los tigre. Si fuera poeta, escribiría una oda en homenaje a ellos, pero como carezco de tal don, valgan estas líneas en prosa para rendirles admiración y poner mi piel fina y lechosa a su disposición.