En los viejos westerns americanos que ponían a la hora de la siesta cuando era pequeño solía haber un personaje secundario que vagaba con su carruaje de pueblo en pueblo vendiendo un tónico con propiedades espectaculares. Aquel brebaje servía tanto para hacer recrecer el pelo, como para aliviar dolores crónicos o reactivar el deseo sexual. Aunque el timo era evidente, el vendedor era un charlatán con cierto encanto que conseguía atraerse algún público. Siempre me acuerdo de aquellas escenas cuando tratan de colarnos por enésima vez el cuento de las rebajas de impuestos. La solución para todo, sirve igual para impulsar el crecimiento en fases de expansión, para afrontar una pandemia mundial o para atajar la inflación provocada por el alza de los precios de los hidrocarburos.
Durante los últimos 3 años tanto España como el resto de estados europeos han realizado un esfuerzo extraordinario para paliar las consecuencias de la crisis económica e impulsar la recuperación. Esto ha supuesto un crecimiento del déficit y, por tanto, de la deuda pública que podíamos financiar hasta ahora a bajo coste porque el Banco Central Europeo había actuado para mantener a ras de suelo los tipos de interés. Esto ya está empezando a cambiar con independencia de que lo veamos más o menos oportuno o adecuado. Para afrontar la inflación el BCE ha anunciado una retirada paulatina de los estímulos que conllevará una subida de los tipos de interés. Esto tiene dos consecuencias: la primera es que endeudarse saldrá más caro y que por lo tanto los Estados se verán obligados a ir cerrando sus déficits. La segunda consecuencia es que el crecimiento económico se resentirá y eso hará que los Estados sigan necesitando aplicar políticas de apoyo a las familias y a las empresas.
Sencillamente no tiene sentido querer atajar la inflación con bajadas de impuestos porque no es en el sistema fiscal donde se ha originado el problema sino en el encarecimiento de los hidrocarburos de los que tenemos una gran dependencia y sobre los que no tenemos control porque tenemos que importarlos de terceros países. Es verdaderamente alucinante ver a los portavoces del PP, C’s y VOX indignados porque la hacienda pública incremente la recaudación: “El Gobierno se está forrando! El afán confiscatorio del Estado!”. No sé de que demonios hablan. El Gobierno no solo no ha subido los tipos impositivos sino que ha rebajado tasas y precios públicos, ha reducido el IVA de la luz del 21% al 10% y prácticamente ha suspendido los impuestos especiales sobre la electricidad. El Gobierno trata de hacer lo mismo que tratan de hacer el resto de países de nuestro entorno que es, por un lado, apoyar a los sectores más vulnerables o más expuestos a la inflación y, por otra parte, aprovechar el incremento de ingresos fiscales para ir reduciendo el déficit público ante un escenario de encarecimiento de la deuda pública.
Una de las medidas fiscales en la que más han estado insistiendo PP y C’s durante las últimas semanas es en deflactar la tarifa del IRPF. El razonamiento es que si los sueldos suben de manera correlativa con la inflación, el poder adquisitivo del ciudadano no mejora pero tiene que pagar un mayor IRPF. Ahora bien, la cuestión es que los sueldos no están subiendo, ni de lejos, al ritmo que lo hace la inflación. O en otras palabras, si suben los precios pero no se incrementa tu salario, pagarás el mismo IRPF pero tu poder adquisitivo se lo estará comiendo la inflación. Las rentas del trabajo suben más lentamente pero además no lo hacen de forma simétrica. Durante las últimas décadas las desigualdades sociales se han incrementado porque las rentas más altas han seguido subiendo mientras que las medias y bajas se han estancado. Y aún peor, el incremento de la inflación tampoco es igual para todos. Las rentas medias y bajas tienen que dedicar una mayor porción de sus ingresos a pagar bienes que se han encarecido más como los alimentos o la factura de la luz.
Por lo tanto lo que necesitamos son medidas de dos tipos: por un lado necesitamos políticas que vayan a la raíz del problema, es decir, al mercado energético y a la regulación de la oferta. Eso supone acelerar la transición a las renovables para ser menos dependientes del petróleo y el gas, y supone que el oligopolio energético deje de sacar tajada de la situación. Por otro lado, tenemos que redistribuir los costes de la inflación para que no acaben cargando todo el peso los trabajadores, los pensionistas y las familias más vulnerables. Tenemos que echar mano de la política fiscal, en efecto, pero en un sentido muy diferente del que están planteando los partidos reaccionarios.
Las bajadas generalizadas de impuestos no sólo no pueden lograr nada de eso sino que solo conseguirían generar una crisis fiscal y multiplicar nuestras dificultades. Y lo peor es que quienes están proponiendo hacerlo, saben perfectamente las consecuencias y no les importa lo más mínimo.