TODO DA LO MISMO

¿En qué momento dejó de hacernos felices la música pop?

3/04/2022 - 

VALÈNCIA. Dice mi amigo Amadeu Sanchis que agrupar la música por décadas no tiene demasiado sentido y yo estoy de acuerdo con él. En diez años caben muchas tendencias distintas, algunas de ellas antagónicas entre sí. Cuando alguien dice que le gusta la música de los sesenta, ¿se refiere a que le gusta esa música, sea cual sea, solamente por el hecho de que se hizo en los sesenta? Entre 1980 y 1989, por ejemplo, tuvimos a Human League, Duran Duran, Madonna, Pixies, Stone Roses, Prince, The Smiths, George Michael, The Jesus & Mary Chain, Rick Astley, además de toneladas de acid house. Así que si dices que te gusta la música de los ochenta entonces podría parecer que te gusta toda esa música, lo cual tampoco tiene nada de malo, al contrario. Cuando usamos las décadas para intentar definir la música pop, más que de estilos estamos hablando de estados de ánimo, de episodios históricos compartidos a diversas escalas. La movida, el punk, la música disco, el grunge son tendencias intrínsecas de la época en la que sucedieron, pero no pueden definir musicalmente a toda una década.

La de los años noventa, tan musicalmente diversa como la de los ochenta, fue la última antes de la aparición de internet. He empezado a recordarla de una manera muy romántica por eso: el modo en que nos relacionábamos con la información todavía no había alterado las normas del juego de manera drástica. Ahora empiezo a ver artículos acerca de los años dosmil –los ciclos de nostalgia surgen siempre a veinte años vista, nunca antes, no si quieres gozar de una mínima opción de que se te tome en serio- y me doy cuenta de que para mí ahí es donde está el límite, una frontera que separa la época en la que conceptos como felicidad y música eran indisociables. Matizo: a mí la música me hace feliz siempre, en cada momento. Sin ella estaría espiritualy anímicamente marchito. Me refiero a una felicidad externa, hablo de esa aura indefinible que rodeaba a hechos tales como conocer grupos nuevos y viejos, la publicación de ciertos discos, escribir sobre ellos y disfrutar de todos estos aspectos. A eso me refiero.

Nadie se lo imaginaba entonces, pero la década del dosmil marcó el final de una etapa. El caso de The Strokes fue el primer indicativo de que, a partir de ese momento, grupos y artistas podían perecer aplastados por las expectativas que se creaban a su alrededor. Y eso que todavía no habían irrumpido las redes sociales tal como las conocemos actualmente. Entre 2000 y 2009 se publicaron álbumes que aún podían definir un momento porque ilustraban una manera de sentir más o menos colectiva.  Volvamos a los Strokes, pero también para recordar que aquí los listos fueron Arctic Monkey. En la época de MySpace y de Napster las cosas ya no eran iguales. Un grupo de rock alternativo podía tener un debut brillante, caso de Franz Ferdinand para a continuación perderse en sí mismos y pasar muchos años intentando reencontrarse. El rock en estado más o menos puro fue redescubierto y entronizado por The White Stripes, que compartieron reinado de Beyoncé y Jay-Z . Eran los años en los que un nuevo álbum de Wilco, un vídeo de Radiohead o la aparición de una banda como Arcade Fire aún causaban conmoción. Eran los años en los que Lady Gaga y su corte de seguidoras convirtieron el pop en algo casi subversivo. El electroclash sirvió para que los sonidos de los sintetizadores analógicos resucitaran para quedarse  ya para siempre con nosotros, y Nueva York nos dio otro grupo inmortal llamado LCD Soundsystem. Amy Winehouse se alzó, casi simultáneamente como ídolo y mártir. Pete Doherty se convirtió en el Sid Vicious que en lugar de morirse pasó a ser la caricatura de sí mismo, que siempre sale más rentable.

Tampoco hay que olvidar a todos aquellos grupos independientes que, con un solo single ya eran promocionados por marcas comerciales, y recibidos con alabanzas desmedidas desde publicaciones en las que el diseño era la estrella, nombres de grupos y artistas que desaparecieron igual que surgieron, a pesar de que en muchos casos había talento. Bien, pues algunos de ellos, al igual que muchos de los casos antes mencionados, para mí forman parte del último gran periodo de ilusión alrededor de la música pop, de la última década feliz. Felicidad, ilusión. Con esas sensaciones descubrí a mis grupos favoritos, con ellas eduqué mis gustos y realicé mi trabajo durante años.

El ambiente ha cambiado para empeorar y ahora la música es algo que solamente quiero relacionarme en privado. He de escribir artículo y he de difundirlos, pero con eso ya está. Es imposible ponerse de acuerdo con nadie acerca de nada –las redes sociales: esa junta de vecinos eterna que es Facebook-, la cantidad de información es tal que acaba diluida e inservible. Las distracciones son continuas, y la repetición de ideas también. Los artículos online son insoportablemente largos. Da igual el disco que grabe fulano o mengano, da igual todo. Como venía a decir Héctor G. Barnés en uno de sus recientes artículos, la cultura se ha convertido en una excusa para hablar del yo de una manera excluyente y desmedida. Y todo eso conforma un clima, un estado de ánimo en el que la inocencia no es aconsejable. Así que, la felicidad que me da la música ya no tiene una parte exógena. Porque el disco del año casi siempre podría ser cualquiera, porque si opinas es muy probable que te pases horas discutiendo con un montón de personas que ni siquiera sabes quiénes son. Porque no solamente me hago mayor yo, se hace mayor mi mundo, y tengo la sensación de que, en muchos casos, sus habitantes no quieren aceptarlo. Cada día tengo más claro que aquí nadie quiere a nadie salvo por interés o conveniencia.

Nada será como en aquel 1989 cuando salió Doolittle y había aquel consenso que nadie pactó, que surgió de manera espontánea. Tampoco será como cuando en 1990 vibramos con Surfin’ Bichos o Nirvana, o navegando hacia atrás en el tiempo, como el día en el que en el colegio comentaba durante el recreo con los otros dos weirdos del colegio el latigazo que había sido ver a Patti Smith en el UHF. Todo eso se acabó. No tengo claro si fue en 2012, en 2017 o en 2020, pero se acabó. Ya no hay nada que celebrar a puertas abiertas porque todo parece lo mismo y todo da lo mismo.  Adiós al asombro compartido, al placer de escuchar sin opinar, sin lapidar, sin interrumpir, sin impostar. Soy consciente de que hay mucha gente que es feliz con esta nueva coyuntura, solamente porque esto les da una visibilidad que de otra manera jamás habrían tenido. No puede existir más alejado de mi idea de felicidad, dicha, bienestar, alegría, satisfacción o disfrute.

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