VALENCIA. Este martes, Eugenio Viñas publicaba aquí un artículo magnífico cuestionando la política de subvenciones a los medios de comunicación del Consell por el uso del valenciano. Eugenio ponía sobre la mesa que el modelo Valencia Plaza, a diferencia de los nichos de ediciones completas de periódicos traducidas automáticamente al valenciano, es mejor para la lengua propia y para los lectores.
La coexistencia normalizada de artículos en valenciano y castellano parece un buen reflejo de la sociedad en el que vivimos y dota de una visibilidad igualitaria a aquellos que escriben en valenciano, no discriminados por idioma ni encerrados en las dos o tres páginas de cultura de turno. El valenciano debe servir para hablar de todo: de economía, de cultura, de ciencia; con normalidad y sin bilingüismo rígidos impuestos. Y estoy de acuerdo.
En lo que no estoy de acuerdo es en construir a partir de esa crítica un debate irreconciliable. Con condenar de un plumazo a todo un gobierno. Leo el artículo y pienso inmediatamente que los gestores que definieron la medida aprenderán del error. No pienso, en cambio, que Eugenio esté haciendo un ataque a unos políticos sino a una política. Conociendo al equipo de Vicent Marzà estoy seguro de que las palabras de Eugenio les harán reflexionar y tomarán buena nota.
Me entristece leer en cambio ataques a la mayor, descalificaciones e incluso improperios personales. Parece que no seamos capaces de generar un debate desde la sociedad civil más allá del “serán burros” o “son lo mismo de antes”.
"Desde la gestión, debemos perder el miedo a equivocarnos"
Artículos como el de antes de ayer no deberían poner en alerta a los gabinetes de comunicación sino poner en marcha a los que trabajen en estrategias. Creo firmemente en el papel constructivo de fiscalización de los medios de comunicación. Son imprescindibles para generar mejores políticas. Pero a la vez, desde la gestión, debemos perder el miedo a equivocarnos e interpretar estos mensajes también de manera constructiva. Porque la condena del miedo a equivocarse es la inacción.
Reclamo desde aquí la importancia del testeo, el ensayo-error y la experimentación en políticas públicas, y especialmente en políticas urbanas. Utilicemos nuestras calles como laboratorios, abramos puertas de edificios, probemos soluciones y tecnologías; experimentemos con incentivos. Esperemos a recibir la crítica. Y mejoremos después.
Solo de esta manera se podrá construir un círculo virtuoso entre políticas, medios y ciudadanos. Más allá de trincheras reinos de taifa. Preguntemos de verdad a la población sin que nos pongamos a temblar por las posibles respuestas. Porque lo único que tiene resultados seguros es no hacer nada.