En 2017, cuando el procés condujo las sedes de Caixabank y Banco Sabadell a la Comunitat Valenciana, pocos podrían haber anticipado la reacción que, siete años después, provocaría la OPA del BBVA sobre la entidad que, en plena catástrofe del sistema financiero valenciano, había adquirido la Caja de Ahorros del Mediterráneo. Tras la depredadora gestión de ésta, he aquí que el independentismo estimulaba, indirectamente, el aterrizaje en Alicante de la sede social del Sabadell.
Algún día acaso resulte posible que se disponga de un balance detallado de lo aportado por esta última; con mayor motivo cuando la operativa de la entidad ha mantenido su anterior domicilio. Lo que se aprecia, entre tanto, es el establecimiento de beneficiosas relaciones que vinculan el Sabadell, la Cámara de Comercio de Alicante y otras entidades patrocinadas por el banco. Pero las mayores contribuciones de éste puede que hayan sido la cauterización de las heridas experimentadas por la autoestima alicantina tras la caída de la CAM y la subsistencia de las redes de oficinas pese a los afeites experimentados por el mapa financiero valenciano.
En este contexto no sorprende que la oposición a la OPA del BBVA haya alcanzado una notable adhesión en algunos círculos empresariales. Si se prescinde del origen geográfico de su titular, más llamativo resulta el vivo compromiso pro-Sabadell adquirido por la presidencia de la Generalitat: primero, porque supone el abandono de la neutralidad institucional en un asunto empresarial sobre el que el Palau no dispone de competencias; segundo, porque se aleja de las hormas neoliberales predicadas por la formación política popular; tercero, porque del BBVA no sabemos con precisión cuántos accionistas, capital y volumen de negocio residen en la Comunitat Valenciana y cuál es el balance de los intereses regionales en uno y otro banco.
¿Será que nos estamos acercando a lo que el catedrático de Geografía Josep Vicent Boira bautizó, en 2010, La Commonwealth catalano-valenciana?. Podría parecerlo porque, en lugar de enraizar la relación mutua en los sustratos identitario-culturales, con el Sabadell se acoge un objetivo económico de fácil visibilidad para los sectores empresariales de ambos territorios. Y, como consecuencia, ¿supondrá la oposición a la OPA sobre el Sabadell una primera enmienda al eje de la prosperidad València-Madrid sobre el que acaba de insistir la Fundación Conexus?
Posiblemente, las cosas no lleguen tan lejos. De seguir la opinión del periodista Manel Pérez (La burguesía catalana, Península, 2022) la fuerza actual de la burguesía del Principado ha decaído en términos relativos, hasta el punto de que el autor, vistas la dispersión y contradicciones exteriorizadas, afirme lo siguiente: Quedan lejos los perfiles de una clase dirigente acorde con la leyenda romántica que logró proyectar sin demasiado fundamento durante la mayor parte del pasado siglo XX (p. 277). ¿Hubo mitificación en la Comunitat Valenciana cuando se discutía el perfil del burgués catalán, al que se le atribuía europeísmo e internacionalización, renovación empresarial, formación y liderazgo e identificación con la cultura propia? Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la fuerza del empresario valenciano como impulsor de la economía española quedaba en un segundo plano comparado con el catalán, con una geografía económica dispersa territorialmente, pocas grandes empresas y alejado colectivamente de aspiraciones amplias, más allá de la captación de algunas instituciones e infraestructuras.
Aunque la visión anterior se haya modificado en diversos aspectos, subsisten algunos de aquellos trazos; así, igual hemos contemplado aproximaciones a Barcelona que a Madrid, dependiendo más de las personas y el momento que de una hoja de ruta definida, lo que ha propiciado una posición confusa, discontinua y de escaso impacto. En particular, la presencia del Sabadell ofrece un ejemplo sobre las carencias estratégicas valencianas porque se podría haber aprovechado su llegada de otra manera: ampliando la presencia de accionistas de la Comunitat en su capital, complementando la de quienes intercambiaron las ruinosas preferentes de la CAM por acciones del banco. Durante cinco años ha habido tiempo para adquirir un paquete accionarial que, sin ser descabellado, fuera suficiente para que ahora sus detentores pudieran ejercer de caballero blanco ante los restantes accionistas del banco, ampliando de este modo la relevancia e influencia valenciana en sus órganos de decisión más allá de la presencia de la familia Colonques (Porcelanosa).
¿Era realista la ocasión? Me gustaría afirmar que sí, pero sería deshonesto ocultar las propias dudas. Primero, por la orientación del propio banco. Segundo, por la escasez de referentes valencianos que invoquen la necesaria proximidad de una entidad financiera bien capitalizada para atender las necesidades ordinarias de financiación de las empresas de la Comunitat y como palanca para la ampliación de su base económica, tanto en dimensión como en diversificación y especialización tecnológicamente avanzadas. Tercero, porque no forma parte de las expresiones empresariales valencianas acoger metas comunes cuando son necesarios compromisos económicos privados de cierta magnitud: por individualismo y porque sólo un puñado de los agentes económicos regionales dispone de suficiente acumulación de capital. Así, pues, con el Sabadell pudo existir la oportunidad, pero puede que no la ambición estratégica ni probablemente quienes, de darse aquélla, pudieran alcanzarla con los recursos necesarios.
Cuando se navega con poco velamen y rumbo incierto resulta difícil alcanzar el puerto deseado y el Sabadell nos emplaza ante las flaquezas que se desprenden de lo anterior: la insuficiencia de liderazgos económicos y, como Comunitat, formar parte del grupo de cola español en renta per cápita y, no por casualidad, en la utilización del talento local (COTEC-IVIE dixit); pero también la OPA nos acerca a las actuales fisuras de la Cataluña empresarial. Allí se ha difuminado lo que constituía un grupo social muy potente y una economía que presumía de ser el primer motor de la española; a ello ha contribuido, cierto, el reiterado y estrecho marcaje del Madrid que se ha ido; pero, asimismo, el concurso de los errores propios: entre éstos, las divisiones surgidas con el procés, los límites del peix al cove, la irrupción de inversionistas internacionales en la empresa catalana, la desigual transformación económica, la corrupción y el predominio de la política identitaria sobre las aplicadas a servicios públicos y productividad.
Llegados a este punto, parte de lo observado parece situarse en un escenario más comprensible. En la Comunitat Valenciana puede defenderse al Sabadell sin excomuniones del anticatalanismo porque, en última instancia, ya no es un banco catalán, -ni puede que siquiera demasiado español, pero eso importa menos en Madrid-. Aquí, la empresa media no obtiene beneficios suficientes para innovar en productos de difícil imitación, crecer a buen ritmo y plantearse objetivos que trasciendan la propia empresa, como hubiese sido el acceso al accionariado del Sabadell. Aquí, los intereses creados (no siempre económicos, no siempre valencianos), y la reducida deliberación propositiva lastran la asunción de un programa económico ambicioso y provocan que unos empresarios acepten el liderazgo de Madrid, mientras que otros oscilan entre la atracción de la Commonwealth valenciano-catalana y una exposición ante la opinión pública que navega entre dos aguas para seguir flotando.