27 de enero de 2022
Auditorio del Palau de les Arts
Obras de Rajmáninov y Berlioz
Sergei Babayan, piano
Orquesta de Valencia
Ramón Tebar, director musical
VALÈNCIA. Lo primero que me gustaría destacar es la fenomenal entrada de público (joven en un porcentaje nada desdeñable) que prácticamente llenó el auditorio del Palau de les Arts, teniendo en cuenta la variante omicron campando a sus anchas. Sudó Tebar para cuadrar los tempos del primer movimiento del dificilísimo concierto número tres de Rajmáninov con continuas miradas girando la cabeza a un pianista que iba a su marcha, intentando unir la música que salía de la orquesta con la que lo hacía del piano. Y es que a lo largo y ancho de este inicial Allegro ma non tanto, Sergei Babayan hizo “su” tercero del gran compositor ruso y “tú ya si puedes me sigues”. Aunque en no pocos pasajes pareciera que quien escuchara esta obra por primera vez en esta versión pudiera cuestionar la escritura del concierto, nada puede estar mas lejos de la realidad: en una versión canónica (pongamos Ashkenazy con Previn y la Sinfónica de Londres) no hay instante en que solista y orquesta están en el mismo barco armónico y rítmico, por muy complejos que puedan ser los compases de unos y otros. Todo encaja a la perfección.
Me recordó este inicio y buena parte del desarrollo de este movimiento aquel famoso discurso de Bernstein ante la audiencia y antes de iniciar el segundo de Brahms con Glenn Gould al piano, cuando pronunció aquella frase que se ha convertido en historia de la interpretación musical pues todavía suscita debate: en un concierto ¿quién manda? ¿el director o el solista? Nadie puede cuestionar la portentosa técnica del pianista armenio pero puesta al servicio de un metrónomo más anárquico que complejo que derivó en clamorosos desajustes entre los dos comparecientes. Mucho mejor, como es obvio, se mostró en las cadenzas donde desplegó libremente los enormes recursos que atesora, siempre bajo una expresión muy particular de la relación entre ambas manos puesto que otra peculiaridad de este pianista, que no acabé de digerir, es que daba la impresión de apoyar el sonido, en la mayoría de los casos, más en la mano izquierda que en la derecha que, al menos en esta obra, suele ser dueña y señora de la melodía, con lo que se producía un efecto un tanto extraño pues se hacían más presentes los graves que enfatizan que los agudos que llevan el discurso melódico. El caso es que uno que ya ha escuchado en no pocas ocasiones este célebre concierto tiene en la cabeza unas dinámicas completamente distintas a las empleadas por Sergei Babayan. Quizás lo mejor de la velada vino con el finale, en el que ambas partes aunaron fuerzas para acabar maridando felizmente en una coda en la que curiosamente el solista estuvo por primera vez pendiente de las indicaciones de un Tebar que con profesionalidad salvó los muebles llevando a buen puerto el concierto. Lo bueno de todo ello es que en algún instante uno creía estar escuchando por primera vez esta obra, lo que tampoco está mal. Éxito sin paliativos de todos.
La segunda parte del programa la ocupaba la sinfonía Fantástica de Berlioz, una obra que tan grandes versiones ha vivido en nuestra ciudad en las tres últimas décadas. La de Tebar con la orquesta de Valencia no pasó de la corrección técnica y el poco riesgo en cuanto a una ejecución sino a medio gas, casi. Así el balance general fue el de una lectura más bien de trámite, poco emocionante, plana y sin grandes contrastes dinámicos, dejando a un lado los aspectos más expresionistas y los detalles que hay muchos en esta obra. Una versión dignamente tocada y dirigida, pero a estas alturas no es suficiente. En el capítulo de las menciones, sobre todos los solistas citaremos el oboe de Roberto Turlo, el corno de Juan Muñoz y sobre todos, el fantástico fagot de Juan Sapiña. Triunfo de unos y otros.