VALÈNCIA. A un lado de la sala, un perro. Al otro, un cerdo. “¿Qué hacemos aquí a solas? En esta especie… de cubo blanco sin luz natural”. ¿Quién ha dicho eso? El espacio sigue ocupado por los mismos personajes, pero ninguno mueve la boca. El hocico y el morro, en este caso. A ellos se suma el visitante, claro, que está en silencio absoluto. Lo de las voces será una alucinación, cosa de la Semana Santa. “Eh, mira, mira. Hay gente observándonos”. Otra vez una voz, aunque ahora suena un tanto distinta. Rebuscamos en la sala pero no hay nadie más que esos dos animales que se presentan impertérritos ante un curioso espectador que ya no tiene dudas: el perro y el cerdo le están interpelando. Esta conversación es el punto de partida de Amfitrions i hostes, el nuevo proyecto expositivo que aloja Zape, el espacio independiente impulsado por el artista Guillermo Ros en Alboraia. La nave pasó hace algunos meses de ser un almacén a acoger una suerte de galería de arte que tiene por objetivo reivindicar la labor de los artesanos de la industria del arte, de todos aquellos trabajadores no tan reconocidos pero con un discurso igual de válido. Aunque no estén en museos o sus nombres no siempre ocupen cartelas y catálogos.
En ese marco se sitúa esta nueva muestra, que parte de la figura de un perro y un cerdo que dialogan entre sí para reflexionar sobre la manera en la que el arte y la cultura contemporánea se adhiere a la lógica neoliberal a través de unas prácticas que monopolizan y financian la vida artística y la cultura. “El arte, la cultura, los códigos, el idioma… todo ha sido domesticado y al mismo tiempo se ha convertido en una herramienta de domesticación para después comenzar un proceso de abandono”, reflexionan desde Zape. Casi nada. Tras estos dos animales hay dos nombres propios: Ximo Ortega y Mari Giner. El primero es el autor de las esculturas; la segunda es la encargada de dar voz a los animales, una voz que quizá resulte familiar a los visitantes pues, entre otros trabajos, la actriz y dobladora ha sido la voz de Goku en el Bola de Drac de Canal 9. Y es en esa conexión la que refleja el espíritu con el que nació Zape, con el objetivo de unir las voces (en este caso de manera literal) de creadores de distintas disciplinas que en otra ocasión jamás habrían cruzado proyecto. Tanto es así que para Giner es la primera vez que participa en una exposición artística.
“Ha sido un ejercicio muy enriquecedor”, relata en conversación con Culturplaza. “Ha sido una experiencia increíble. En un principio no sabía muy bien lo que quería Guillermo [ríe] Cuando me pidieron poner voz a dos esculturas la cabeza me explotó”. Giner no es una novata en esto, con proyectos a sus espaldas como el corto de Carla Pereira Proceso de selección, que este año le valió una nominación a los Premios Goya, o la obra de stop-motion Bita i Cora, entre otras aventuras profesionales, pero sin duda lo de esta exposición es diferente. En esta ocasión tenía un reto añadido y es que a los personajes a los que tenía que dar vida –pone voz a ambos animales- no pueden cambiar su expresión, una rigidez que ella solventa en un ingenioso diálogo que, aunque con un envoltorio naif, habla de manera clara de las estructuras de poder. “Mari Giner es una artista conceptual”, reivindica Guillermo Ros, que tiene que lidiar su labor de gestor cultural con la de fanático de Bola de Drac.
Que los animales tienen voz en la exposición está claro, pero, ¿cómo han llegado a Zape? El origen, como muchas cosas, es un tanto casual. Una visita de Guillermo Ros al taller del escultor Ximo Ortega encendió la bombillita que derivó en este proyecto expositivo. Los bustos, construidos en madera que el creador ha ido encontrando, no han sido creados para la muestra de Zape, sino que tienen alrededor de una década de vida, unos años en los que se han podido ver en tres o cuatro exposiciones, una de ellas en el Palau Ducal dels Borja. Pero eso fue durante su infancia, la madurez los llevó a un almacén en el que descansaban de las miradas extrañas y, también, se olvidaban de su propia condición de obra de arte. Ese abandono de las piezas que una vez brillaban en el circuito artístico convencional fue el origen intelectual de un proyecto que quiere hablar del abandono desde varias capas, no solo física, sino también de la propia industria cultural, un abandono que tiene connotaciones negativas -y la muestra las enfrenta-, aunque no únicamente.
El propio Ortega trabaja sobre la idea de abandono, reutilizando materiales existentes y llevando sus piezas a espacios urbanos para, más tarde, ver cómo se van deteriorando. “Una pieza no es algo inmaculado, sigue siendo material que se puede usar […] Nunca he encontrado sentido a acumular piezas artísticas”, relata el escultor. Esta visión es curiosa en tanto que la industria del arte se basa en cierta medida en la acumulación, en la generación de colecciones privadas o públicas que dan forma a los grandes espacios expositivos, sin embargo Ortega apuesta por la reutilización de su propia obra para dar vida a nuevos proyectos. De hecho, la cabeza del cerdo expuesta va unida a un cuerpo que originalmente no le correspondía. “Son contradicciones que no sé manejar”, confiesa. Y esa es precisamente una de las claves de Amfitrions i hostes, la de enfrentarse a una idea como la de abandono desde la reflexión y no tanto desde la sentencia, un proyecto que parte de una crítica a la industria del arte, sí, pero para ir mucho más allá. No solo desde de la reflexión que se deriva del proyecto, sino también desde la propuesta de alternativas que supone la propia exposición. Al final el cerdo y el perro tienen mucho que decir.
Para saber más