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Eres lo que escribes

20/06/2021 - 

VALÈNCIA. Leo en Babelia esta declaración de la escritora Berna G. Harbour relativa al hecho de escribir y publicar artículos: “Eres lo que escribes. Mientras dura su lectura”. Pocas cosas hay más efímeras que el hecho de escribir para la prensa. Los libros perduran -al menos, lo tienen más fácil para hacerlo-, pero los artículos tienen el mismo recorrido que la memoria de los peces. Los de música especialmente. Recuerdo la primera etapa en la que estuve escribiendo para el suplemento cultural y de ocio El País de las Tentaciones. Esta publicación absorbió antes que ningún otro medio generalista lo que ocurría en la llamada música alternativa e independiente y lo puso al servicio del lector no especializado, lo cual cabreaba mucho a los medios que sí eran especializados. Tentaciones consiguió que la música pop tuviera un marcado protagonismo en un diario, aunque visto lo visto, es evidente que sirvió para bastante poco. Explico esto para que se entienda por qué, cada viernes, que era cuando salía el suplemento, lo que venía en el Tentaciones marcaba las conversaciones musicales cool del día. Las discográficas se jactaban de tener a tal artista en portada, o de que tal disco fuese el destacado de la semana. Había jefes de promoción que abroncaban a sus subordinados por no haber sido capaces de ganarle la mano a la competencia. Había artistas locos por salir en aquellas páginas, ser bien tratados en sus textos, porque eso, aparentemente, generaba prestigio. Y no olvidemos a los lectores, que recibían aquello como una especie de boletín oficial sobre asuntos que importaban: grunge, The Prodigy, lounge, Air, Britpop

En una época en la que los festivales eran todavía un cigoto, escribir sobre nombres como Beck, The Auteurs, Placebo, Sukia, Stereolab, Chemical Brothers, Spiritualized o Nick Cave era todo un hito. Publicabas algo chulo y ese viernes refulgías. Refulgías, eso sí, sabiendo que al día siguiente nadie se acordaría de lo que habías escrito. Mi frase de entonces era: “El artículo que he sacado hoy servirá para envolver el bocadillo que alguien se llevará al trabajo mañana”. Ahora mis artículos ya ni siquiera sirven para envolver algo. La mayoría son intangibles y para quienes no somos lo suficientemente jóvenes, todo aquello que es intangible existe solamente durante un rato. Aparece y enseguida desaparece, como el Guadiana. Quizá una canción o un disco logre colarse en un dispositivo móvil y hacerse hueco entre las preferencias del oyente. Quizá alguien arranque las páginas de un artículo que le ha gustado, o guarde la revista entera porque todavía necesita coleccionarlas. Quizá sí, pero eso no hace más que ratificar que mi trabajo es ya casi un asunto de otras épocas. 

Eres lo que escribes mientras dure su lectura. ¿Qué pasa entonces cuando el artículo es exclusivamente digital? Entonces eres el titular que anuncia tu texto en las redes, un anuncio que recaba 'me gustas' y caritas cariacontecidas -el mecanismo de acción por antonomasia-, aunque eso signifique que el artículo haya sido leído, masticado, digerido. Puede que leas mi artículo y puede que lo recuerdes durante un rato hasta que leas el siguiente, y cuando hayas leído cinco más, seguramente ya todo te importe un bledo porque estás contestando un Whatsapp, haciendo una foto, mirando Twitter…

Por regla general, la gente que lee sobre música no quiere demasiados experimentos. Hablar sobre los mismos temas de siempre desde una perspectiva distinta, intentando ampliar el lenguaje, la óptica, lo que sea con tal de que lo que escribes no le interese únicamente a la gente que consume música, no parece una opción muy popular. Tengo la sensación de que el lector quiere etiquetas y anglicismos, un lenguaje que tienda a lo críptico para que los neófitos no sepan muy bien de qué se está hablando. Un lenguaje acomodado donde aparezcan palabras como genio, camaleónico, luminoso, legendario, épico; donde uno se tope cada tanto con expresiones feas que pretenden aportar un cierto lirismo, o una especie de pompa literaria que le de vuelo al asunto. Lo cierto es que al final, no hay vuelo que valga. Si miramos en el diccionario veremos que genio no es un adjetivo que se le pueda colocar a cualquiera (cuando Prince murió, Manrique dijo que era de los pocos músicos actuales que merecen ese calificativo). Y si pensamos un poquito, seguro que llegamos a la conclusión de que eso de ser camaleónico hace ya muuuuucho tiempo que es habitual en la música pop. No lo era cuando apareció Bowie, pero casi cinco décadas después, es como decir que las guitarras eléctricas se enchufan a la corriente alterna: ¡pues claro! Afortunadamente, también existe un público que aprecia los buenos textos, los excelentes trabajos que hacen algunos compañeros, que se esmeran en hacer escritura, en arrancar todo esto de los eternos tópicos, de las expresiones manidas. Aunque, eso sí, me da en la nariz que son una minoría. Y a pesar de eso, dichos autores no cejan en su empeño por llevar este trabajo a un nivel de respetabilidad lingüística similar al de otras áreas creativas y artísticas.

Escribir sobre música genera una serie de vicios que luego cuesta mucho sacudirse. Una especie de piloto automático del cual no es fácil desconectar, la inercia lo impide. Eso se debe a la urgencia, la del propio medio -la música pop- y ahora también la de la prisa que se nos mete en el cuerpo para que escribamos cuanto antes de la última novedad o acontecimiento, porque las redes así lo reclaman. Nos quejamos de que, en general, la música pop no es vista con la importancia de otras disciplinas artísticas. Yo creo que es así, sobre todo en este país. Entonces pienso si a la hora de escribir sobre determinados artistas, no intentamos colocar el listón al nivel en el que lo colocan otros periodistas cuando escriben sobre John Huston, Rothko, María Callas, Carver, Lynch o José Hierro. Eres lo que escribes mientras dura su lectura. Tampoco debería sorprenderme porque jamás escribí una sola línea pensando en que pudiera perdurar. Si alguno de los textos periodísticos que he firmado lo ha hecho, no ha sido más que por accidente. Me parece interesante recordármelo a mí mismo y recordárselo a quien esté leyendo esto. Lo que ha de perdurar en esta vida lo hace porque un número indeterminado de personas así lo deciden, pero nunca porque ese sea el empeño del autor.

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