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Foto: KIKE TABERNER

Nos estamos quedando sin tiendas de proximidad, cierres silenciosos bajo el discurso de un falso progreso del que nadie se hace cargo ni aparece en el argumentario político

14/04/2019 - 

En apenas pocas semanas, más de media docena de tiendas con las que tenía relación comercial o de proximidad han bajado la persiana. Así, por sorpresa. Negocios de todo tipo. Regentados por personas de todas las edades. Por ejemplo, un kiosco donde accedía a la prensa no ha encontrado siquiera la posibilidad de un traspaso; una de mis tiendas de discos de segunda mano favoritas lo ha tenido que hacer ante la imposibilidad de llegar a fin de mes, cuando el coleccionismo discográfico va en aumento. El horno tradicional que aguantaba a duras penas, o tenía cierto movimiento el sábado, como narra su empleada, lo ha hecho en el propio mercado de Ruzafa. Mi ferretería próxima ha pasado por la misma circunstancia después de décadas de presencia. Lo hará en breve, si no lo ha hecho ya aunque sí lo ha anunciado, una de las tiendas de ropa deportiva de toda la vida y que vistió de pantalón corto y camiseta a muchas generaciones. Quedaba por anotar, entre otras muchas que se me escapan, una de esas librerías de viejo en las que descubrías auténticos tesoros, como así sucedió cuando puso en mis manos, por ejemplo, un ejemplar de 1894 de América Pintoresca, la descripción de viajes al Nuevo Continente de Wiener, Chevaux o Charnay, un bello trabajo ilustrado con grabados y dibujos de los expedicionarios y repleto de aventuras increíbles.

El recién llegado equipo de interioristas y arquitectos jóvenes que lo intentaron debajo de mi vivienda y abrieron estudio con ilusión desbordante ha durado tres trimestres. Ya está de nuevo en alquiler el local que arreglaron con mucho gusto.

Las causas de estos cierres son en cada caso muy diferentes, pero en el fondo bastante similares. No abundan los de ausencia de continuidad familiar sino más bien lo que cuesta llegar a fin de mes, que significa mantener un negocio de los llamados de proximidad en este momento tan obtuso, oscuro y desatendido social y políticamente, pero frito a impuestos con los que contentar y mantener a tanto inútil. Y va a más.

Sí, estamos cambiando, pero no de una forma natural sino más bien de forma extremadamente rápida y antisocial. Y eso que vivo en el centro, en zona de privilegio por lo que me atizan a impuestos y servicios cuestionables. Entiendo aún más, por tanto, las reclamaciones y lamentos periféricos más allá del epicentro.

“Hasta ahora me mantenía. Al menos, me permitía matar el tiempo, pero tener que pagar por trabajar ya es muy duro”, confesaba mi ferretero de cabecera, el que me proporcionaba un tornillo o un repuesto de cafetera a buen precio y de calidad con devolución garantizada. Otro afectado añadía que entre la cuota de autónomo, el alquiler, los gastos y sobre todo los impuestos pues “ya no daba más de mí”. Lo relataba mi “conseguidor” de rarezas discográficas.

“Los mercados de barrio están en decadencia por mucha lavada de cara que les quieran dar. Únicamente parece interesar el Central. En el resto, “todos somos vendedores de supervivencia. Sólo espero que pase el tiempo para jubilarme”, comentaba otro de esos vendedores que ayudan a completar la nevera con productos de su propio campo. Simplemente hace falta pasar una mañana por el mercado de Torrefiel o Ruzafa para ver la realidad más contundente. Sin engaños de publicidad política y simplemente preguntando u observando el paisaje.

Foto: KIKE TABERNER

Narrando historias podríamos estar folios, por mucho grafiti que nuestros gobernantes municipales decidan aplicar en mercados como Rojas Clemente o se contenten con montar fiestas nocturnas con las que apagar ocurrencias y silenciar mala gestión. Se quedan en la estética y el evento, pero no hacen nada por levantar un comercio cercano que se disuelve y al que no se escucha.

Los datos son abrumadores. El País recordaba hace unos días que según el Directorio Central de Empresas, el año 2018 terminó con el cierre de 6.998 comercios, lo que apunta la idea de “la debacle que está viviendo el sector” y la destrucción de puestos de trabajo, como se lamentaba la Confederación Española de Comercio (CEC). Esa es la realidad de nuestros barrios. A mi alrededor cierran hasta las tiendas de compra-venta de oro, aquellas que en los peores años de nuestra economía -algunos risueños decían que era una tormenta pasajera-, crecieron sin freno. Por lo visto ya no queda oro que vender.

Sí, ya sé que me dirán que es el progreso, los centros comerciales o que el mercado está ahora en la red. Pero yo creo que esto va más allá porque supone la desnaturalización de nuestras ciudades o al menos de la nuestra, cuyo centro se ha convertido por mucho que nos vendieran en su día la intención municipal de proteger el comercio histórico, en un centro comercial de franquicias de quita y pon al servicio del turismo pasajero, pero no de los habitantes de la ciudad: los que pagamos servicios.

No sirve siquiera ese decálogo que la CEC apuntaba para intentar convencer al consumidor del por qué de la tienda de proximidad que pasaba, entre otras recomendaciones, por la cercanía, el trato personalizado y próximo, la confianza, la especialización, el equilibrio local, la mejora de la economía doméstica o de barrio, la seguridad o la simple despoblación rural. No. Estamos convirtiendo nuestros barrios en zonas despobladas de comercio próximo con lo que todo ello va a suponer. Y no me sirven el discurso de cambio de hábitos. Al menos, en este momento.

Durante todos estos días de precampaña, y lo continuaremos escuchando durante las respectivas campañas que se nos avecinan como un tormento, a los partidos políticos locales, autonómicos, nacionales y europeos -estos ni se preocupan de la estafa europea a los cítricos valencianos, aunque se lleven más de 10.000 euros al mes- sólo les interesa hablar de lo suyo, pero no de nosotros. Todavía no he escuchado ningún comentario al respecto sobre el asunto que ando comentado, las fórmulas añadidas para evitar la muerte del pequeño comerciante, el autónomo o la tienda de barrio, mientras con ventajas se nos llenan las esquinas de bazares de bajo perfil en los que todo vale lo mismo pero su calidad es más que cuestionable aunque nos saquen de un apuro un festivo cualquiera pero gozan de todas las ventajas posibles y juegan con un valor añadido gracias a la asunción de nuestra deuda, la misma que nos vendieron para salvar su cara y está conduciendo a este fin de ciclo que nos sabemos, realmente, hasta dónde nos conducirá. Bueno sí, a la pérdida de identidad tal y como la conocíamos hasta ahora. Estamos ante un nuevo fracaso de modelo que la política ha dejado de atender y al que ha dado descaradamente la espalda. Estamos ante nuestra cruel realidad. Un declive escondido que ahoga economía escondido tras un falso progreso.

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