VALÈNCIA. Indudablemente, la India se ha convertido en una nueva potencia mundial. Quien piense en India como un país emergente me temo que se equivoca. La India hace tiempo que ha emergido. Siete décadas después de lograr su independencia, los datos macroeconómicos revelan cómo, con un crecimiento del 7,7 % anual en el último trimestre, el país del elefante se consolida como la economía que más rápido crece en el mundo. Supera así las tasas de crecimiento de China, que se sitúan en un 6,8 % para el mismo periodo.
En términos comparativos, asombra ver cómo Asia contribuye al 60 % del crecimiento a escala mundial y que China e India representen tres cuartas partes de esta contribución. Sin lugar a dudas, estos dos países asiáticos tienen un gran peso en la economía internacional. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿conseguirá la India arrebatar el liderazgo a la resistente China?
Echando la vista atrás a las últimas cinco décadas, la India ha crecido de media un 5,5 % anual, con unos periodos de desaceleración que no se prolongaron excesivamente en el tiempo. Es decir, el crecimiento del país es constante y estable desde hace medio siglo.
En un periodo de transición a una economía de servicios, es admirable que el desarrollo económico indio se haya producido en todos los sectores.
Los datos publicados por el Fondo Monetario Internacional reflejan la recuperación del país tras las políticas aplicadas por el Gobierno de Narendra Modi, cuyo resultado en el corto plazo fue la ralentización del crecimiento en el periodo de ajuste. Entre las políticas de la Administración india destacan, por su mayor impacto en la economía, la “desmonetización” y la simplificación del régimen fiscal con la introducción de un nuevo impuesto al consumo: el impuesto sobre bienes y servicios.
De estas dos políticas, la más disruptiva fue la primera. La desmonetización se produjo en noviembre de 2016 con el anuncio de que los billetes de quinientas y de mil rupias dejaban de ser de curso legal. El objetivo perseguido era aflorar parte de la economía sumergida y combatir la corrupción, así como fomentar las transacciones electrónicas. Sin embargo, no dejaba de ser una política con un elevado coste, ya que los billetes que había que retirar suponían más del 80 % del dinero en efectivo, y la economía sumergida se calculaba que rondaba entre el 20 y el 40 % de la economía real.
Es decir, la economía india no solo ha conseguido superar el duro golpe que supuso la “desmonetización” y la introducción del impuesto sobre bienes y servicios, sino que ha salido reforzada. Por tanto, además de un crecimiento estable, constante y diversificado, también se puede afirmar que el crecimiento es sólido y resistente.
Con estas cifras, ciertamente la India va camino de convertirse en toda una potencia mundial. Sin embargo, el camino aún se divisa como bastante largo. Aunque el país más grande del sur de Asia crezca más rápido que China, su desarrollo económico es menor. Valga como botón de muestra que el PIB per cápita de China como la “gran fábrica del mundo” sea dos veces y media más elevado que el PIB per cápita de la India.
Aunque la India saca buen provecho de sus puntos fuertes (ser una democracia, con el inglés como lengua franca), en su contra juegan componentes como la sensibilidad hacia el encarecimiento del petróleo —es el tercer mayor importador de crudo—, la inconmensurable economía sumergida ligada a una corrupción endémica y numerosas carencias sociales, entre las que destaca la “tolerancia hacia la desigualdad”.
Por ello, y aprovechando el tirón del florecimiento económico, el Gobierno de Modi está trabajando por la inversión en infraestructuras y tecnología con la finalidad de mitigar alguno de los puntos más débiles del país.
Parte de los esfuerzos del ejecutivo pasan por completar su programa de electrificación. Con este programa ya se ha logrado llevar la electricidad a casi todos los rincones del país y el 85 % de la población india tiene acceso a la corriente eléctrica. Según informes del Banco Mundial, se espera que esta cifra vaya aumentando hasta 2030 —año en el que alcanzará al 100 % de la población—. En esta línea, y en un intento de amortiguar la sensibilidad económica a las alteraciones en el precio del crudo, la India también apuesta por las energías renovables, como prueba el hecho de que ha multiplicado por dos el número de instalaciones solares en el último año. En la carrera por las renovables la India no quiere quedarse atrás, y por ello cuenta con cinco de los diez parques solares en construcción más grandes del mundo.
La Política Nacional de Comunicación Digital es otro de los proyectos más ambiciosos que se están llevando a cabo. Con este proyecto, que pretende dotar de acceso a la banda ancha a la mitad de la población, se prevé una atracción de la inversión por valor de mil millones de euros y la creación de cuatro millones de trabajos nuevos. Los objetivos de la Política Nacional de Comunicación Digital son tres: conexión, impulso y seguridad. Por un lado, la creación de una infraestructura de comunicación digital contribuye al desarrollo socioeconómico al conectar a la India con el resto del mundo. Por otro, la banda ancha es el impulso necesario para el desarrollo e implantación de las nuevas tecnologías, mientras que asegura la soberanía, seguridad y protección de las comunicaciones, la privacidad y la propiedad de los datos. Pero con esta política se pretende ir más allá. Contando con una mayor población con acceso a Internet, se fomentan las transacciones electrónicas que cuentan con mayor trazabilidad, contribuyendo así a aflorar la economía sumergida.
En definitiva, la India avanza hacia el desarrollo económico sin pausa pero sin mucha prisa. Y para ello, emplea todos los ingredientes que a lo largo de las últimas décadas ha conseguido cultivar: estabilidad política, inversión en infraestructuras y tecnología, libertad económica y una demografía al alza. Existen numerosas razones para apostar por la India como nuevo gigante asiático; pero habrá que esperar un tiempo para confirmar que tenemos razón.
Jorge Martí Moreno
Abogado. Uría Menéndez