El fotoperiodismo ofrece una mirada individual, pero forma parte de la colectividad. Con el tiempo gana peso. Es rebelde. Sufre la decadencia profesional. La Nau de la Universitat acaba de inaugurar una muestra sobre la Valencia de “El Flaco”.Real, divertida, incómoda, nostálgica pero también auténtica. Fotografías sociales de tres décadas. No necesitan palabras
A través de las redes sociales, hace unas semanas caía en mis manos un interesante reportaje del fotoperiodista Gervasio Sánchez en el que retrataba y analizaba a base de vivencias y experiencias narradas en primera persona la situación personal y laboral de los reporteros gráficos: su verdadera realidad. El panorama expuesto era y es desolador. No sólo con respecto a las condiciones de trabajo de muchos de ellos sino con relación al propio reconocimiento laboral de la profesión, ya no para el espectador en sí, sino para quienes trabajaban en ello o intentan todavía hacerlo. Precariedad, malas condiciones, escasez de medios o problemas políticos formaban una pequeña madeja del paisaje esbozado. Las mismas condiciones continúan hace tiempo.
El trabajo narrativo del fotoperiodista mostraba también esa militancia que sólo los auténticos profesionales de la imagen tienen en su ADN: querer contar el día a día y bajar a la realidad sin tapujos ni escudos, denunciar las desigualdades y desequilibrios sociales, conflictos armados irracionales o simplemente hechos basados en el ansia de poder a través de la imagen y cada día con menos, menos, menos medios. Contar la realidad y la verdad de forma directa y no a través de fuentes interesadas. Al final y como conclusión, el panorama era también desalentador.
La profesión periodística ha sido una de las más azotadas por la crisis. A los cincuenta años o al borde de ellos eres chatarra para una empresa, como describía recientemente un colega de primer nivel en una rápida charla de calle. De nada sirve el background ni la implicación personal de varias décadas. No. Un número es un número, o en el tiempo no deja de serlo; una nómina es una nómina y si se puede ahorrar, mucho mejor. Y esto no ha terminado. En absoluto. El horizonte que se vislumbra y nos llega cada día son nuevos recortes salariales y más ERES en las grandes empresas de comunicación que van camino del abismo y creen que soltando lastre económico y humano el golpe será un poco menos duro para su balance de resultados. No hay más. Ni menos.
Sin embargo, como narraba Sánchez en el mismo reportaje, es el coraje el que aún mantiene viva a esta larga legión de periodistas de la cámara a los que les sigue moviendo más contar historias a través de sus propias miradas que enriquecerse a la carrera o ganar un premio que le permita codearse con los mismos que firman despidos ciegos de otros tantos compañeros de profesión.
Photon, el festival de fotoperiodistas que estos días se ha vuelto a instalar en Valencia y nos enseña cada año la realidad del mundo de forma valiente, es un gran ejemplo. Una gran denuncia social en el que a veces la estética suele servir para mostrar lo antiestético de un mundo que da la impresión se nos derrumba sin que le prestemos toda la atención que merece. Algo así como ese magnífico titular publicado en una entrevista donde la veterana periodista Rosa María Calaf, liquidada en su día de RTVE por edad y pese a los servicios prestados a la causa periodística —gentil anfitriona en NY— nos advertía: “La gente más que informada está entretenida”. Y tanto. Forma parte del negocio o del espectáculo. Es una realidad.
Sin esas imágenes y palabras rebeldes, claras y sinceras y la valentía de quienes no temen todavía cruzar la frontera de la complacencia del mundo o la verdad sería, ya no es sólo posverdad, sino ilusión efímera. El lado oscuro de una simple metáfora de otro sistema universal, idílico e irreal de quienes lo transitan sin otear su alrededor.
Hay muchos tipos de fotoperiodistas, pero en el fondo casi todos están cortados con el mismo patrón. Todos son inconformistas, individualistas y al mismo tiempo, corporativistas. Por suerte, es imposible discutir con ellos. Significa perder el tiempo. Cada uno, eso sí, tiene su propia mirada. Y gracias a ellos se va conformando un universo de imágenes y realidades que permiten vernos o revisarnos como sociedad global o próxima, grande o pequeña.
Esta semana La Nau de la Universitat de València inauguraba una exposición dedicada a José García Poveda, más conocido por El Flaco. Él es uno de nuestros grandes fotoperiodistas locales que nos muestra en La Valéncia de El Flaco su mirada de treinta años de profesión sobre esta Valencia tan desaliñada como a veces incomprendida, disparatada, divertida, noctámbula, reivindicativa y creativa.
Para empezar. Es una magnífica exposición de situaciones y realidades. El Flaco lleva trabajando décadas este submundo de nuestra verdad más próxima sin descanso. Lo ha fotografiado todo. Siempre estaba y está ahí con su cámara y optimismo.
La Valencia de El Flaco es plural, irónica, divertida, iconoclasta, social, seria, hasta diría irreverente -valenciana, mejor- y con su personal toque o idiosincrasia gremial.
Esta exposición abarca desde mediados de los ochenta hasta entrada la década de los dos mil. Es suficiente para descubrir muchos aspectos de una o dos generaciones que a su manera intentaron aportar sus soluciones desde la rebeldía de la noche, la política, la gestión cultural, sus protagonistas, el periodismo o la propia y anónima realidad de la calle donde al final todo se cuece o termina.
A García Poveda, fotógrafo y amigo, siempre lo he considerado un francotirador y también un killer de la imagen. Se lo he dicho. Pone el objetivo y saca un resultado mientras te mira irónicamente a los ojos y dispara desde el pecho con su cámara; dispara de nuevo sin que te des cuenta o no estés atento y consigue dar en la diana de lo que busca en un trabajo de documentalista al estilo teórico y directo de Winogrand, esto es, la estética se mantiene en la espontaneidad de un click aunque no sea lo que en un principio se busque, pero deja constancia de la realidad que fue. La misma realidad que es y se mantiene en el tiempo, pura y vigente sin que él ni nosotros nos demos cuenta de su existencia hasta recuperarla en primera persona.
Gran retratista, pero sobre todo un “currante” de la cámara, El Flaco ofrece en esta exposición centenares de caras conocidas que han formado parte sin darse cuenta de la realidad de un país y una sociedad inconsciente de lo que cada gesto o paso individual significaba. Muchos momentos irrepetibles de algo que sucedió, fue y ahora es “ir/reconocible”.
Pero esa mirada también nos lega, analizándola fríamente hoy aunque con la memoria en la distancia, una realidad a través de la cual muchos de sus protagonistas se harán múltiples preguntas: ¿Qué fue? ¿Qué hicimos? ¿Quiénes éramos? ¿Qué nos paso? ¿Dónde están?...Nuestro blanco y negro particular y colectivo.
Sí, es la Valencia de El Flaco. Pero también la de muchos de nosotros. Pero que no se nos olvide, mientras resistan buenos fotoperiodistas, pese a carencias y estrecheces, nos quedará memoria y ADN. En ello continúan afortunadamente buenos profesionales, o los que llegan pese a las mismas penurias de siempre que ya nadie atiende, pero cuyas respuestas aún salen de estómagos incómodos e inconformistas que observan la cruel realidad. Y que dure.
Ahora puedo escribirlo. No pienso discutir con vosotros ni una coma y menos acepto observaciones a este texto. Eso sí; la foto la elegís vosotros.