Hoy es 6 de octubre
Aunque viene de mucho antes, llevar en mi caso desde mediados de 2016 residiendo entre Barcelona y Orihuela, con triangulaciones temporales en Madrid, me permite contarles sobre de lo visto y vivido en Cataluña en primera persona, especialmente tras el verano de 2017, con ocasión del procés. Y mi opinión es que el camino que llevamos no es en absoluto el de la concordia y el reencuentro entre catalanes y el resto de españoles que nos vende el PSOE, esa explicación de Pedro Sánchez que justifica la amnistía a implicados en hechos gravísimos, o ese “hacer de la necesidad virtud”.
Empecemos por constatar que ERC y Junts no han pretendido nunca la concordia y el reencuentro que Sánchez señala como objetivos de los acuerdos entre el PSOE y aquellas formaciones, y que avalaron su investidura. Ni concordia ni reencuentro aparecen en sus textos una sola vez, pese a hartarnos de leerlos en titulares y mensajes socialistas invitándonos a asumir que ésas son las metas. Ni habrán escuchado ni escucharán esas palabras de bocas independentistas. Difícil, por tanto, asumir no ya la bondad de tales objetivos, sino incluso la realidad de que sean compartidos.
La materialización de la amnistía negociada es en realidad humillante para el PSOE: desde presentarla en solitario, sin las firmas del resto de sus socios de investidura -evidente advertencia de que el texto, supuestamente acordado de antemano, no está ni mucho menos cerrado y de que la apuesta subirá en el trámite parlamentario-, hasta la propia tramitación de una iniciativa legal tan trascendente por urgencia y acortando los plazos de enmienda y debate, habilitando el mes de enero a al fin cuando desde septiembre a noviembre apenas ha habido actividad parlamentaria para algo tan esencial como controlar a un gobierno en funciones. O cuando en diciembre la función legislativa principal ha sido, precisamente, iniciar los trámites de la amnistía y aprobar las comisiones de investigación sobre el lawfare.
Resultan así evidentes tanto una intención clara como un marco irrenunciable para el independentismo. Y en ese discurrir de las cosas sí nos llevan mucha ventaja ya.
La intención no es otra que llevar las costuras del Estado español, más allá de la tensión insoportable, hasta la ruptura total. Si alguien piensa que el independentismo está siquiera complacido con Sánchez en el Gobierno de España, se equivoca. La única meta es doblegar al Estado sin posibilidad de alternativa menor alguna. Y esa intención la han conseguido con la investidura gracias precisamente a Sánchez, que es un mero instrumento facilitador dados sus aprovechables y exclusivos intereses personales. Así se ha exportado además el reto separatista catalán al resto de España, transfiriendo el problema que hace unos años había que solucionar en Cataluña y por los catalanes a un debate ya en toda España. Porque en Cataluña cualquier problema es consecuencia del conflicto entre Cataluña y España: la precariedad laboral, la dificultad en el acceso a la vivienda, las deficiencias en educación o sanidad, los fallos en el sistema de transporte público, la financiación…, dificultades comunes a todos los españoles, pero de los que resulta allí que nosotros somos culpables y ellos víctimas. Es más: nos han convencido de que la solución en el resto de España a problemas globales pasa por soluciones locales. Vean si no el elenco de nuevos movimientos políticos de base territorial en toda España. En Cataluña consiguen la unidad de acción separatista cuando nosotros nos dividimos en mil y una taifa constitucionalista…
Y el marco irrenunciable es, obviamente, el referéndum que Sánchez rechaza hoy con la misma convicción que en su día indultos y amnistías, lo que es garantía de que será moneda de cambio con los próximos votos necesarios de quienes, una vez olida la sangre, no soltarán la presa. El independentismo no dejará de reclamar jamás ese referéndum de autodeterminación, un derecho creado para pueblos subyugados por la colonización de una potencia extranjera, en nada asimilable al caso de Cataluña como la propia ONU reconoció en 1960 en su declaración 1514, al limitarlo y excluir del mismo, literalmente, “todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país”. Pero ése y no otro es el objetivo: una muy democrática votación en la que sólo vote una parte de España, los catalanes, cuando la soberanía nacional es de todos los españoles. Un fraude en toda regla al que llegaremos con los números atados a base de años de manipulada ingeniería social y relato contra una España vieja de porras policiales y togas judiciales franquistas.
No duden ni un momento de que su estrategia es arrastrarnos a un “pacto” por un referéndum donde sólo unos pocos deciden, una vez consolidado y asumido el relato. Así es que, si de tener relato va la cosa, la opción es sencilla: si votamos, votamos todos. O la urna al río.