Nuestra querida y vecina Italia está en un momento complejo y crucial para su futuro y el de la zona euro, allí andan más acostumbrados a la ingobernabilidad que aquí, pero parece que estemos empeñados en imitarles a base de mociones y de emociones
VALÈNCIA. Los sistemas democráticos han alcanzado su consolidación y han dotado de gran estabilidad política y en consecuencia económica y social a las naciones occidentales durante el siglo XX, gracias en gran medida al fenómeno del bipartidismo. Es decir, dos grandes bloques ideológicos, dos grandes partidos copan la mayoría de la representación parlamentaria y por lo tanto se turnan en el poder, convirtiéndose en gobierno y oposición según lo decida el pueblo con su voto.
Esta sencilla dicotomía dentro de la sociedad puede parecer utópica o poco realista. Con la variedad de individuos, movimientos sociales, intereses personales, etc. que acogen las sociedades libres, ¿cómo puede ser que sólo dos partidos políticos representen a todos ellos? Pero quizá es una metáfora de que pese a las siempre aludidas gamas de grises para defender el relativismo y la variedad, en muchos aspectos, sobre todo en los más globales no somos tan distintos y solemos tener comportamientos, pareceres u opiniones relativamente similares o convergentes.
El bipartidismo tradicional entre nobles y burgueses evolucionó e introdujo a los movimientos obreros y sociales, el sufragio censitario derivó en sufragio universal y los partidos crecieron dando cabida a diferentes ideologías o sensibilidades, conformando así grandes partidos que de manera visual se ubican a derecha e izquierda en las cámaras y parlamentos y que suelen identificarse con los colores rojo y azul. Un fenómeno que se ha implantado en la mayoría de países democráticos, estados de derecho regidos por leyes que respetan a sus ciudadanos y donde se dan los mayores avances de la humanidad.
En este recorrido, hemos comprobado como los sistemas bipartidistas han acogido a múltiples propuestas políticas y a su vez han logrado mantener una unidad de acción necesaria para el progreso y el buen funcionamiento de una sociedad. España tras los años de la dictadura y una transición que nos llevó a la democracia, acogió con normalidad e ilusión este sistema, teniendo los partidos minoritarios o extremistas un protagonismo puntual en algunos momentos. Si bien es cierto que para favorecer el bipartidismo es clave el sistema electoral y en España los partidos nacionalistas han tenido y tiene una legal sobrerrepresentación derivada de los pactos y acuerdos establecidos al inicio de esta etapa democrática para integrar a los nacionalismos vasco y catalán. A la vista está el (nefasto) resultado.
En cualquier caso, nuestros vecinos y casi hermanos italianos llevan décadas de relativo caos y desgobierno como fruto de la ruptura de ese bipartidismo, la entrada de diversas fuerzas locales y radicales –especialmente los movimientos nacionalistas del norte– y en los últimos años los populismos de izquierdas y anti europeístas. Italia ha conformado un parlamente arcoíris, multicolor, un estilo más asambleario que representativo y en definitiva con mayor incertidumbre institucional. Lo preocupante es que en España aunque de manera más paulatina, parece que vamos en esa línea. Sin ir más lejos la próxima moción de postura, en caso de triunfar nos conduciría a un más que peculiar gobierno donde veríamos una mezcla casi imposible unida para gobernarnos o llevarnos al caos.
La inestabilidad política de los últimos tiempos tiene muchos factores: las guerras y tensiones a nivel internacional, los flujos migratorios, la revolución tecnológica y la gran crisis económica mundial. Todo ello ha llevado a los movimientos antisistema a estar más dentro del sistema que nunca pero con más ganas de romperlo que reformarlo. Las similitudes culturales e históricas entre Italia y España explican que seamos países con una mayor afinidad y sintonía en los comportamientos públicos y sociales, aunque no idénticos. En estos días leemos cómo el jefe del estado italiano ha vetado un ministro y con ello un gobierno que tenía claros tintes antieuropeos, consciente de la gran crisis que ello podría desencadenar. En nuestra piel de toro podemos decir ahora aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas cortar…”, porque la situación generada por unos casos de corrupción y un inmenso poder de los mass media nos puede llevar a una situación realmente caótica e inestable. En conclusión, españoles e italianos somos las dos caras del euro, de nuestra moneda común, estamos en una delicada situación y quizá nos cueste ver que unidos seremos más fuertes.