La inepcia y la mala organización son obstáculos a la modernización y al progreso de España
En numerosas ocasiones, en conversaciones con amigos o compañeros, me he quedado sola o en minoría al hablar de la corrupción. Mi argumento discrepante radica en que, a mi modo de ver, corrupción no es sólo usar recursos públicos en beneficio propio. Una forma algo más sutil de corrupción pero que detrae muchos más recursos públicos (y también privados) es la mala gestión o la mala administración. La inepcia y la mala organización que nos aquejan son un obstáculo a la modernización y el progreso de España.
Cierto es que no tengo experiencia en la empresa privada, pero sí en la administración pública y en la universitaria. Probablemente son diferentes los motivos que puedan llevar a una deficiente organización en los dos ámbitos pero, al final, conducen al mismo resultado: el desaprovechamiento de recursos, humanos y materiales que, acumulados, explican algunas de las dificultades que tenemos en nuestro país para mejorar la productividad y la eficiencia.
En la universidad faltan gestores profesionales, que descarguen de tareas administrativas a los profesores, que ni saben ni quieren hacer. No existen diferencias funcionales entre los diversos niveles (de junior a senior) y no se produce la requerida especialización por tareas que tanto mejoraría nuestros resultados. En la Administración Pública hay excelentes funcionarios, que saben desempeñar sus tareas de manera profesional; sin embargo, políticos mal pagados y con incentivos incorrectos han desplazado a buenos gestores en puestos intermedios (desde Directores Generales a asesores), puestos clave pues son los encargados de cumplir objetivos, asumir responsabilidades y competencias. En lugar de ello, dejan pasar la legislatura mirando a otra parte, haciendo contactos y esperando compensaciones “para más adelante”. Además, los responsables de los partidos políticos no verifican que los diversos departamentos cumplan lo previsto en el programa electoral que es, en principio, lo prometido a los votantes. Tampoco es adecuado culpar sólo a una parte: los nuevos gobernantes también se encuentran, en no pocas ocasiones, sectores de la Administración resistentes al cambio, que bloquean intentos por hacer las cosas de forma distinta. Quien más y mejor ha hablado de estos problemas es quizá Alejandro Nieto en su célebre obra “La organización del desgobierno” publicado en 1984 con una actualización en 1996.
Los datos más recientes los proporcionan dos investigadores, Fabiano Schivardi (Universidad LUISS, Italia) Tom Schmitz (Universidad Bocconi, Italia), que han publicado en el blog VoxEU del CEPR una entrada (basada en un trabajo suyo) sobre las razones que explican la baja productividad en el sur de Europa durante los últimos 20 años. Son años cruciales, pues han supuesto la adopción generalizada de las TIC en los procesos productivos. Sabemos bien que en España el crecimiento de la productividad es muy pobre: lo muestran en el Gráfico 1, donde la línea rosa corresponde a nuestro país. En cambio, las mayores subidas de productividad en el citado período se han producido en Estados Unidos y Alemania. Uno pensaría que se debe a que son los que más rápidamente han introducido las TIC en el proceso productivo. Es cierto, pero, lamentablemente, hay un país del sur donde se ha realizado una importantísima inversión en capital durante ese período, muy por encima de otros. Ese país es España, como puede verse en el segundo de los gráficos. La tasa de incorporación de las TIC ha crecido como en Alemania, con el paréntesis de la crisis, pero ha vuelto a recuperarse en los últimos años.
¿Cómo explican los autores de este trabajo la baja productividad española? Lo atribuyen a la deficiente calidad de los gestores en las empresas. Su argumento es que, cuando la tecnología asociada a la producción era más simple, tener malos directivos es negativo, pero sus efectos no son tan graves en la productividad de la empresa. Sin embargo, con la incorporación de las TIC en los años 90, buena gestión empresarial e inversión en TIC se han convertido en elementos que se complementan y refuerzan. Por eso, los países del sur de Europa donde las empresas son más pequeñas y la gestión menos profesional han acumulado una mayor pérdida de productividad en los últimos años. Además, la menor productividad implica también salarios más bajos y eso hace que las personas más cualificadas busquen trabajo en otros países donde se les pague mejor.
El caso de España es especialmente sangrante, pues el esfuerzo en la renovación del capital físico se ha hecho, mucho más que en Francia o en Italia, pero con resultados igual o peores en términos de productividad. Por tanto, el problema es el mismo: se gastan los recursos, se dispone (en muchas ocasiones) de personas formadas, pero la organización es deficiente.
A pesar de todos los obstáculos y las trabas que los malos gestores (los jefes ineptos) ponen a tantas personas, lo que siempre me ha resultado sorprendente son los sobresalientes resultados de los investigadores españoles, la buena formación que se da en nuestras universidades, la calidad de la sanidad española y el éxito internacional de muchos de los productos españoles. Imaginemos cómo sería todo lo anterior si los que nos gobiernan y nos dirigen fueran competentes, si nuestras empresas y administraciones públicas estuvieran gestionadas de forma eficiente. Lo malo es que nos viene de antiguo. Como mínimo, desde hace unos mil años, tenemos evidencia escrita de esa incompetencia. Como reza el famoso verso del Cantar de Mío Cid, “qué buen vasallo sería si tuviese buen señor”.