CUADERNOS DE CAMPAÑA

Esperando a Vox

13/04/2019 - 

La Cadena Ser ha abierto el fuego de los debates de la campaña electoral valenciana con el primer debate a cinco de las Autonómicas (habrá otro, en À Punt, dentro de dos semanas). Un debate con mucha gente, poco tiempo, y un formato envarado, sin posibilidades de establecer un diálogo directo entre los candidatos: cada uno cuenta con 90 segundos en cada bloque para formular sus propuestas (a veces, ha dado la sensación de que 90 segundos eran demasiado tiempo) y otros 60 para criticar a los demás o defenderse. Un debate cada vez más breve, más condensado, más televisivo aunque lo organizase una emisora de radio, y más aún porque ahora tenemos cinco partidos con opciones (seis, contando a Vox). Fragmentación política que en los medios propicia que la cosa se espectacularice cada vez más.

El debate ha transcurrido inicialmente como una mano de póker con dobles parejas: Puig-Bonig, por un lado, y Cantó-Oltra, por otro. Dalmau, mientras tanto, iba a lo suyo, leyendo constantemente propuestas y comentarios, como una caricatura de sí mismo, profesor de Universidad con un manual al que recurre en clase. Esas dobles parejas se han venido difuminando paulatinamente en un todos contra todos, pero siempre entre bloques: Cantó y Bonig contra Oltra y Puig. y siempre postulando la candidatura de cada cual como garantía de que no volverán los otros / no seguirán los actuales. Todo muy edificante. Y en este ámbito, quien tenía más que perder, como le ha ocurrido a lo largo de toda la legislatura, era Isabel Bonig: por muy mal que diga que lo ha hecho el Botànic, es verdaderamente difícil que la gente piense que lo han hecho peor que el PP. Sobre todo, porque el Botànic tampoco es que haya hecho mucho (ni bien ni mal).

Uno podría haber cogido las intervenciones de Puig contra Bonig, Bonig contra Puig, y quitarle el color al televisor (se emitía por streaming, pero ustedes ya me entienden): sus discursos tenían el conocido sabor del bipartidismo de antaño, esos tiempos felices en que el ciudadano podía elegir entre PP y PSOE, y no hay más que hablar. Todos en el PP y el PSOE añoran esa época gloriosa en la que no tenían que preocuparse del incordio de terceras, cuartas, quintas o incluso sextas opciones. Ya los socialistas tuvieron que resignarse a montar tripartitos para gobernar, y ahora le tocará el turno al PP, en caso de que las derechas sumen. ¿A dónde vamos a parar?

El debate entre Cantó y Oltra ha sido mucho más vivo. Los dos se han mostrado mucho más cómodos y adaptados al formato: el éxito de Oltra deriva, en última instancia, de su capacidad para salir en la tele cuando era muy difícil hacerlo, en los tiempos de Camps. Siempre en valenciano (Cantó la miraba con cara de "pero... ¿qué dice esta mujer? ¿En qué idioma está hablando?"), defendiendo el legado del Botánic con mucho más énfasis que el propio Puig, lo que no deja de ser contradictorio: Compromís pacta con el PSPV, ve cómo el PSPV les clava una puñalada trapera en forma de miniadelanto electoral dirigido contra ellos, y su reacción es suspirar por nuevos pactos con el PSPV.

Y qué les voy a contar de Cantó, un actor que interpreta perfectamente el papel de candidato. Sobre todo, en espacios como un debate con intervenciones breves. La gestualidad, la entonación, y el discurso de Cantó, sonaron convincentes y razonablemente genuinos. No sería exagerado decir que Cantó fue el ganador del debate: no fue de Óscar, pero sí de Goya a los mejores efectos especiales. Otra cosa es en formatos como la entrevista o la campaña considerada como un conjunto. Ahí, Cantó sufre más, porque sus frases efectistas acaban resultando muy repetitivas (yo ya habré escuchado veinte veces lo del "cuponazo" vasco y el PSC valenciano), y su discurso tiende a crisparse más, volverse demasiado histriónico en su afán por demostrar el pedigree conservador y anticatalanista de Ciudadanos.

Apenas ha habido fuego cruzado, y el poco que nos hemos encontrado ha venido con lo verdaderamente importante: ¿con quién pactará cada uno? (Bloque 4). Porque formular propuestas y eso está muy bien, pero todos sabemos que un debate televisivo no está para decir lo que se va a hacer: está para decir que los demás lo harán mucho peor y, en el contexto político actual, para clarificar con quién se gobernará. Y ahí es donde, por fin, Vox se ha hecho carne. Porque la campaña de todos los contendientes depende de la existencia de Vox: de la derecha, para pactar con Vox y alcanzar así el poder (sin Vox, seguro que no salen las cuentas). La de la izquierda, para excitar el miedo a Vox y así movilizar a su electorado (sin el peligro de un Gobierno con Vox y sus postulados ultraderechistas, seguro que no consiguen una movilización suficiente).

Quien más tiene que ganar con la Voxmanía es el PSOE, y por eso fue Ximo Puig el primero en mentar la bicha. Dirigida a Ciudadanos, claro: ¡Ustedes van a pactar con Vox! La respuesta de Cantó no dejó lugar a dudas: qué vergüenza, señor Puig, cómo está usted crispando. No hablemos de Vox, hablemos de la ilusión. Pero para alcanzar la ilusión, hay que hacerlo aupado sobre los ilusionantes votos de Vox: Cantó suspira por un pacto a la andaluza, es decir, con Vox (Ciudadanos defiende que ellos no pactan con Vox, que eso lo hace el PP, y que ellos lo que hacen es pactar con el PP que ha pactado con Vox. Sí, no hay quien se crea esa milonga).

El PSPV y el PSOE parten con clara ventaja, a juzgar por las cifras que muestran las encuestas (aunque algunas, como la del CIS de Tezanos, no se las cree ni el propio Tezanos), así que no le conviene arriesgar. Y Puig no ha arriesgado, aplicando el manual de Ferraz: Primero, suspirar con cara de pena por el empecinamiento de Ciudadanos por no pactar con ellos, para que los votantes más centristas de Ciudadanos (que estarán comprensiblemente preocupados por votar a un partido que está deseando pactar con Vox mientras huye del PSOE como la peste) vuelvan al redil socialista. Segundo, apelar al votante progresista para que vaya en masa a las urnas y así le cierre el paso al tripartito conservador, que incluirá necesariamente a Vox.

Tiene mucho de equilibrismo la cosa, y hay que reconocerle a Ximo Puig dos cosas: la primera, que él, a diferencia de Pedro Sánchez, ha aceptado varios debates. Lo ha hecho, además, incluyendo a la televisión pública. Y lo ha hecho con un formato que es el más lógico y razonable, teniendo en cuenta los resultados de 2015 y que Vox aún no es nada, salvo un sordo y desagradable rumor de España eterna. Es decir: debates a cinco, sin Vox. Nada que ver con la vergonzosa-desvergonzada decisión de Sánchez de aceptar sólo el debate de Atresmedia con Vox, para así poder tirárselo a la cabeza de Casado y Rivera. En segundo lugar, Puig ha cortado de raíz las aparentes veleidades con Ciudadanos, que Dalmau y Oltra han intentado aprovechar, pidiendo el voto para el PSPV (obviamente) y, si no, para otra opción progresista. Es decir: Compromís o Podemos-EUPV. Al final, sobre la bocina, pero el presidente ha hecho una clara profesión de fe en el Botànic, cuyas posibilidades de reedición, a la vista de la encuesta del CIS (pero no sólo de dicha encuesta), parecen a día de hoy prometedoras.

Llega el final, con el "minuto de oro" de los candidatos, que resulta, la verdad sea dicha, poco ilusionante. Con tanto indeciso y volatilidad del voto, casi nadie quiere arriesgar y todo ha resultado un tanto acartonado. Con un 40% de indecisos, la campaña y los debates pueden ser más determinantes que nunca, pero eso aumenta el vértigo de salir en la tele (o en la radio) diciendo alguna estupidez que beneficie al archienemigo (es decir, cualquier otra candidatura).

¿Ha servido de algo este debate, en términos de decisión del voto, debate público, principios programáticos, modelo de sociedad, etc.? Respuesta corta: No. Respuesta larga: pues la verdad es que no mucho, pero para abrir fuego tampoco ha estado tan mal.

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