Sobre los predicadores que utilizan la corona-crisis para vendernos el crecepelo de siempre
Esta pandemia y la virtual crisis que la está sucediendo vinieron para cambiarlo todo. Al menos eso nos dijeron. Nada va a ser igual después de este pequeño gran shock. Eso nos dicen. Un pequeño gran shock que ha sido relativamente moderado comparado con otras crisis humanitarias o epidemias, pero tremendamente impactante en su alcance y transversalidad geográficas respecto a su capacidad para obligar a generar respuestas.
Hemos presenciado fenómenos paranormales. El fantasma de la distopía del control militar, la esperanza blanca de la auto-organización ciudadana y el cuidado mutuo, el momentáneo desplome de las emisiones de carbono y el re-descrubrimiento de la frutería de la esquina. Entre el miedo y la emoción hemos vivido una esquizofrenia netamente binaria. Blanco-negro, bien-mal, todo a la vez. No ha sido fácil.
Mientras otros territorios están ahora viviendo los picos de una cordillera de cuarentenas y confinamientos, muchos de nuestros vecinos experimentan una desescalada extrema a modo de reality: cortando cintas para inaugurar terrazas de bares, a lo loco a pillar la última mesa o haciendo colas eternas para comprar el bañador de temporada.
Muchos se han apresurado a hacer explícito que aquí no hemos aprendido nada. Tan poco como lo que aprendimos con la Gran Recesión que sucedió al crash del 2008. Ahora vemos un rebote acusado a la activad económica anterior. Aunque se trate de un rebote frágil ante la sombra de una nueva oleada de contagios. Esta nueva normalidad se parece mucho a la vieja normalidad, con la anécdota necesaria de la mascarilla en la cara y el gel en el bolsillo.
Las voces que han surgido —admito que me encuentro entre ellas— hablando de los efectos dramático de la pandemia, en general han aprovechado la circunstancia para predicar sus ideas de siempre. Los vendedores de coches nos han dicho que nada es mejor que tu propio carro cuando hay un virus contagioso acechando, los fascinados por los vehículos sin conductor han visto el camino para su implantación urgente y definitiva, los radicales urbanos han celebrado el momento de los comunes, y los activistas de la bicicleta han visto el momento de extender las dos ruedas.
Los antiurbanos han culpado a la densidad, los inmobiliarios te han dicho que necesitas un chalet con jardín para confinarte a gusto, los neoliberales han señalado la muerte del transporte público y los maestros de escuela pública han levantado la voz haciendo ver que necesitan más recursos. ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Pienso, ya lo he dicho en varios espacios, que la corona-crisis está funcionando como un espejo de aumento: nos ha desvelado como somos a ciudadanía, empresas y territorio; y nos ha enseñado de manera muy explícita los problemas y disfunciones de los lugares que habitamos y en los que nos movemos y trabajamos.
“Never waste a good crisis” (nunca eches a perder una buena crisis). Eso lo tienen muy claro los predicadores del futuro y los vendedores de lo inevitable. Por eso es importante que separemos el grano de la paja.
Deseo que estemos, esta vez sí, asentando aprendizajes. Para ello es importante curarse de humildad antes de apresurarse a hablar de cambios sistémicos o nuevos paradigmas. Ojalá nuestra sociedad salga de esto siendo más sostenible, equitativa y saludable. Pero también es posible que esta melodía, pegajosa para algunos e insoportable para otros, sea solo una versión trap de un one hit wonder del pasado.